Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

24 Nov, 2015

Estoy sorprendido de lo bien que vamos, y lo bien que se nos juzga

Sí, lo reconozco; estoy sorprendido al enterarme de lo bien que vamos —si me atengo a los dichos del joven Aportela—, y también, ¿por qué no debería?, más lo estoy por la excelente imagen que se nos dice, que como país tenemos en el exterior.

Esto último, dicho por el mismo Presidente en una ceremonia celebrada hace unos días, recién llegado de una gira por Turquía y Filipinas. De las palabras del Presidente, no tengo elemento alguno para poner en duda su veracidad pero, de las del joven Aportela mejor ni hablamos. 

Sin embargo, mi sorpresa alcanza niveles impensables al ver las cifras del crecimiento mediocre de nuestra economía el cual, ya lleva entre nosotros,  más de tres decenios.  Dicho de otra manera, si vamos tan bien, y si se nos juzga en el exterior como si fuéremos el paraíso en materia de toma de riesgos e inversiones, ¿por qué carajos entonces, no crecemos como correspondería a las afirmaciones de nuestros funcionarios, y a las del mismo Presidente?

De ahí pues, que piense que el problema no está ubicado en la objetividad o subjetividad de las afirmaciones de nuestros funcionarios sino en la incapacidad o falta de voluntad para responder a una pregunta la cual, nadie parece querer responderla: ¿Por qué, si vamos tan bien y se nos juzga igual o mejor en el exterior, no crecemos?

¿Acaso estamos ante una situación donde, para crecer, se requiere algo más que los éxitos que menciona el joven Aportela en cuanto acto público participa? ¿Será posible también, que para crecer no baste la imagen que de nosotros se tiene en el exterior? Además, si así fuere, ese elemento extra que se requiere, ¿no sabemos cuál es? O si lo sabemos, ¿no estamos dispuestos a concretarlo, u ofrecerlo?

En sexenios anteriores, hasta donde recuerdo, también hubo avances como los que el joven Aportela chulea en los tiempos que corren, y en el exterior también fuimos calificados como lo máximo, como si México fuera la última soda en el desierto, o la última chela en el estadio y, hasta donde podemos darnos cuenta, tampoco crecimos lo necesario para dejar el estado de estancamiento que, seamos objetivos, desde los años ochenta del siglo pasado nos acompaña.

Repito la pregunta: ¿Por qué, si vamos tan bien, y se nos juzga igual o mejor en el exterior, no crecemos? ¿Qué nos ha pasado en esos tres últimos decenios —desde los años ochenta— cuando, decenas de países crecieron a más no poder, y así pudieron sacar de la pobreza y la marginación a millones de sus habitantes mientras que nosotros, en una aplicación de la canción que dice de reversa mami, de reversa, ni cosquillas le hicimos a la una y a la otra?

¿Acaso estamos aquí, ante lo inevitabilidad de ser pobres, reconocida por el 31% de los entrevistados que en la encuesta Lo que dicen los pobres contestó, que lo somos porque En el mundo siempre hay pobres y ricos, porque Es la voluntad de Dios, o porque Hemos tenido mala suerte?

El hecho es, por encima de las afirmaciones del joven Aportela y las palabras del Presidente, que México no crece y para complicar lo ya complicado, no sabemos o no queremos responder por qué. Lo otro, demagogia y búsqueda de votos.

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