Adina Chelminsky

Aprendiz de brujo

Adina Chelminsky

5 Feb, 2016

La importancia de hacer un testamento (hoy, hoy, hoy)

Desde que se inventaron los pretextos se acabaron los idiotas.

Dicho Popular
 

A veces a los emprendedores y empresarios se nos olvida que somos personas. Estamos metidos de manera tan consciente en nuestros negocios que omitimos cuidarnos. Los empresarios debemos empezar a cuidarnos más, nuestros hábitos y prácticas de salud y de vida sana. Además, debemos de preocuparnos por nuestra salud financiera personal. Y si hay un primer tema que todos, emprendedores y no, debemos de hablar es el de las finanzas después de la muerte. Sí, de la nuestra.

Hablar de muerte es un tabú que pone nervioso a cualquiera (es más fácil y cómodo explicarle a los niños cómo nacen sus hermanitos); por lo que, la mayor parte de nosotros, evita realizar o siquiera pensar en un testamento.

Sin embargo, este documento es uno de los más importantes que puedes tener no sólo para descansar en paz, sino para disfrutar la vida. Los pretextos para postergar su realización son prejuicios erróneos de los que te puedes arrepentir cuando ya es demasiado tarde.

No es coincidencia que el “testamento” tenga su origen en la palabra testa, cabeza: este simple trámite te permite, entre otras cosas: organizar tu cabeza (para que conozcas mejor tu patrimonio), sentar cabeza (para que designes a tus beneficiarios) y evitar dolores de cabeza (a ti y a tus seres queridos).

Es irónico que mucha gente pasa la vida preocupada por sus bienes (¿dónde invierto? ¿Qué acciones compro? ¡Necesito trabajar más!) y olvida completamente planear “para después”.

La ecuación es simple y cruda: no contar con un testamento minimiza, e incluso puede anular, el esfuerzo de una vida dedicada a la planeación; morir intestado implica, en el mejor de los casos, molestos trámites para nuestros familiares (en momentos dolorosos) y, en los peores casos, años de caros juicios, pleitos y pérdida de una parte importante del patrimonio.

DESCARTANDO PRETEXTOS, UNO POR UNO 

“Es que yo... soy muy  joven”: nadie tiene la vida comprada y, tristemente, hay muchos ejemplos de esto. Hay que descartar la idea de que este trámite es la antesala de la muerte, es sólo una medida preventiva. Contar con un testamento desde joven es una excelente idea porque marca una pauta de responsabilidad y buen manejo financiero a lo largo de la vida.

“Es que yo... no tengo hijos, es más, no estoy casado”: si mueres intestado y sin herederos, la mayor parte de tus bienes pasarán a ser del gobierno (¡qué horror, como si no pagarás suficientes impuestos!). Si no tienes hijos o familiares cercanos, busca alguna fundación benéfica o causa cercana a tu corazón que designes como beneficiaria.

“Es que yo...no quiero que nadie sepa lo que tengo (o a quien se lo voy a dejar)”: el testamento es un documento confidencial, entre la persona y su notario, ni siquiera debes enlistar tus pertenencias, simplemente designas a tus herederos y a los responsables de administrarlos.

“Es que yo... voy a cambiar de opinión”: un testamento se puede modificar tantas veces como sea tu voluntad. Es más, es muy recomendable revisar periódicamente sus estipulaciones para corroborar que siga cumpliendo con tus expectativas y deseos.

“Es que yo... no quiero que nadie se apropie de mis bienes”: el hacer un testamento no implica, de ninguna manera, ceder el control de tus bienes, entra en vigor, solamente, cuando falleces.

“Es que yo... soy mujer”: en México más de 50% de los hogares son encabezados por una mujer, por lo que, para ellas, un testamento es vital. También para las que viven en pareja, ésta es una herramienta indispensable, ya que estipula el futuro de tus bienes más preciados, los hijos.

“Es que yo... no tengo tanto dinero”: tener un plan de sucesión no es un privilegio de los ricos, es una obligación de cualquier persona que quiera ahorrar a sus seres trámites y problemas. No importa el tamaño de tu patrimonio, lo que has construido, con trabajo y esfuerzo, tiene un importante valor y debes cuidarlo.

Es que yo... ya dejé instrucciones con una persona de mi entera confianza”: tu gente “de confianza” puede actuar siempre con la mejor intención, pero si no existe un documento oficial es mucho más fácil invalidar tus deseos. En momentos de duelo, aun la gente de mayor confianza, llega a perder la objetividad, y puede llegar a invalidar tus deseos.

“Es que... nadie de mi familia ha tenido”: en generaciones anteriores un testamento era un trámite más prescindible; pero en el mundo de hoy, con un sistema financiero mucho más sofisticado y mayores opciones de legado, el contar con un “papelito que hable” es fundamental. Si nadie en tu familia tiene un testamento, hazlo y enséñales con el ejemplo.

“Es que yo... no sé cómo”: el trámite de un testamento común es sencillo. Se necesita, simplemente, redactarlo ante un notario portando una identificación oficial; en la mayor parte de los casos el proceso no toma más de un par de horas. Si tus bienes son cuantiosos o desea hacer estipulaciones muy específicas, lo más recomendable es acudir con un abogado o establecer un fideicomiso testamentario, trámites que también son sencillos.

“Es que yo... no tengo el tiempo (o el dinero) para hacerlo”: el dar “fe pública a tu voluntad” no es muy caro, su precio oscila entre los mil y dos mil pesos (dependiendo del notario y de los servicios adicionales que te ofrezca). Aun si optas por contratar asesoría en la realización del documento, o por un fideicomiso (ambas opciones son un poco más caras), el dinero que desembolses es una inversión con beneficios incalculables.

A fin de cuentas un testamento no es hablar de la muerte, es la mejor y más sabia manera de vivir la vida, y para eso no debe de existir ningún pretexto.

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