Para entender por qué los brasileños salieron a las calles

La crisis económica es la peor en más de un cuarto de siglo: el PIB se contrajo 3.8% durante el año pasado y la divisa brasileña se ha despeñado casi 55%
Economía -
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil. Foto: AP
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil. Foto: AP

CIUDAD DE MÉXICO.- “Lulinha paz e amor”. Ése fue el lema de campaña que ideó Duda Mendonca para que Lula da Silva, en 2002, se hiciera con la presidencia de Brasil luego de tres intentos frustrados. Pero esos tiempos han quedado atrás. Ahora hay declarada una guerra abierta, con un país polarizado y con varios frentes abiertos, casi todos asociados con un escándalo de corrupción de proporciones descomunales, el de Petrobras, y una economía que atraviesa la peor recesión en varias décadas. Ayer, en varias ciudades de Brasil se organizaban, en un ambiente de tensión, megamarchas exigiendo la salida de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, del gobierno, quien en el Congreso enfrenta un proceso de destitución (“impeachment”).

 

El costo político

El caso Petrobras ha salpicado a todo el arco político: sí, sobre todo al PT, pero también a su principal aliado en el Congreso, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y al Partido Progresista (PP). Tres expresidentes están involucrados en la trama: Fernando Collor de Mello, actual senador del Partido del Trabajo de Brasil (PTB), y quien ya está siendo procesado; el socialista e ideólogo Fernando Henrique Cardoso; y Lula da Silva, así como la propia Dilma Rousseff, quien también fungió como ministra de Energía durante el gobierno de Lula y presidió el Consejo de Petrobras de 2003 a 2010, cuando se produjeron gran parte de los escándalos de corrupción. También ha derribado a presidentes y altos ejecutivos de emporios de la construcción brasileña como Odebrecht, Camargo Correa, Andrade Gutierrez y OAS.

Así las cosas, la lucha política es encarnizada, de todos contra todos. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, del PMDB, aceptó una petición de destitución de Dilma Rousseff por supuestas maniobras fiscales irregulares. Pero esa acción no parece más que una venganza personal, un siniestro político a quien se le han descubierto cuentas en Suiza derivados de cobro de sobornos en el fraude de Petrobras y quien también podría ser destituido como presidente de la Cámara. 

Sin embargo, ese proceso de destitución, que en un principio tenía pocas opciones de prosperar, ha venido cobrando empuje conforme pasan las semanas por varias razones:

  • uno, por la grave crisis económica que atraviesa el país;
  • dos, por el creciente descontento de la ciudadanía contra el gobierno;
  • tres, por las acusaciones de corrupción que pesan sobre el gran líder del PT y padrino político de Dilma, Lula da Silva;
  • cuatro, por el auge de los mercados financieros brasileños, que parecen apostar que un cambio de gobierno sentaría bien a la economía;
  • y quinto, porque su principal aliado, el PMDB, al ver el percal y la posibilidad de librar su cabeza gracias a todo este embrollo, empieza a abandonar el barco y planea quitar su respaldo a Dilma.

 

Riesgos externos

En efecto, la crisis económica es la peor en más de un cuarto de siglo: el PIB se contrajo 3.8% el año pasado y la divisa brasileña se ha despeñado, desde que Rousseff asumió el cargo de presidenta el 1 de enero de 2011, casi 55 por ciento. Parte de las desgracias de Brasil se explican por su dependencia de las exportaciones de materias primas: la mitad de lo que vende al exterior son productos primarios, entre los que se incluye el petróleo, el mineral de hierro y productos alimenticios como la soya y el maíz. Todo fue bien, tras la Gran Recesión de 2009, en tanto China, su principal socio comercial, crecía a tasas explosivas y los precios de las materias primas cotizaban por las nubes. Los fabulosos ingresos de Brasil le permitían financiar sus proyectos sociales, incluyendo su plan contra la pobreza, la “Bolsa Familia”. Pero la desaceleración de China y el derrumbe en los precios de las materias primas vino a arruinar todo: el déficit por cuenta corriente se deterioró, llegando a representar un 4.4% del PIB al principio del año pasado. La rápida depreciación del peso provocó que la inflación aumentara a tasas de doble dígito para situarse en niveles no vistos en doce años, y muy por encima del objetivo del banco central de 4.5 por ciento. Desde que Dilma fue reelegida en octubre de 2014, y con el fin de detener la espiral inflacionaria, el banco central ha tenido que elevar las tasas de interés en siete ocasiones para llevarlas de un nivel de 11% a otro de 14.25 por ciento.

 

El aumento en el costo del dinero, la debacle petrolera consecuencia del desplome del precio del crudo y los escándalos de Petrobras, y la caída de la confianza empresarial provocó una severa contracción de la inversión y el consumo privado, lo que significó un aumento en el desempleo y menores ingresos presupuestarios. Al mismo tiempo,  el elevado gasto público, asociado en buena medida a los programas asistenciales y a la organización del Mundial y las olimpiadas, aunado al fuerte incremento del costo del servicio de la deuda derivado de la depreciación del real y el aumento de las tasas disparó el déficit público hasta niveles desorbitantes.

 

Descontento social

Es verdad que con la reelección Rousseff trató de enderezar el rumbo de las finanzas públicas: para ello nombró al banquero Joaquim Levy como ministro de finanzas, quien elevó impuestos y recortó el gasto, agravando la recesión y creando un mayor descontento. Un año después,  lo reemplazó por Nelson Barbosa, quien volvió a expandir el gasto y concedió un paquete de 21,000 millones de dólares en créditos para la agricultura, la industria y la construcción. En enero, el déficit público fue de 10.8% del PIB, lo que supone un nuevo récord. La acusación para destituirla, precisamente, se debe a que pudo manipular las cuentas públicas para ocultar el verdadero tamaño del déficit. Ante la crítica situación de las finanzas brasileñas, las agencias de calificación han retirado al país el “grado de inversión”.

    

El descontento de la ciudadanía y la polarización del país quedaron patentes en las megamarchas de ayer por todo Brasil. Para colmo, el gran líder del PT, Lula da Silva, quien fuera el presidente más popular del planeta, el que sacó de la pobreza a 30 millones y logró las sedes de mundiales y olimpiadas, el que podría levantar de nuevo al PT presentándose a las elecciones presidenciales de 2018, también se encuentra acosado por la justicia. Primero la procuraduría de Justicia de Brasil lo detuvo para que fuera a declarar por el caso Petrobras; luego la de Sao Paulo solicitó su prisión preventiva. Y se especula que ante los riesgos de ser juzgado, Rousseff podría otorgarle un cargo para ganar el fuero político y protegerlo del posible juicio.   

Como remate, el mercado parece celebrar que Rousseff pueda ser destituida. Desde que esas opciones ganan fuerza, el real brasileño se ha fortalecido y es la mejor divisa del año, en tanto la bolsa de Sao Paulo se ha recuperado 32% desde su reciente mínimo de finales de enero y el viernes cerró en máximos de siete meses.  

 

Así las cosas, la desbandada de los aliados tradicionales del PT en el gobierno, el PSB y el PMDB, ya ha empezado.  El PSB ya retiró su apoyo a Rousseff y se unió a la oposición. El sábado, en la Convención Nacional del PMDB, se acordó que pronto, quizás en abril, todos los miembros del PMDB podrían dejar sus cargos en el gobierno. Dilma, ahora sí, puede estar contra las cuerdas.

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