Víctor Beltri

Víctor Beltri

28 Abr, 2016

Movimiento Ciudadano: ¿corrupción o estulticia?

Como si faltaran elementos para enrarecer el ambiente político, Movimiento Ciudadano nos coloca ante una disyuntiva difícil de asumir: si creer en su corrupción o en su estulticia.

La decisión es complicada, toda vez que las dos posibilidades son más que reales y, muy probablemente, la realidad sea una mezcla homogénea de ambas opciones. Movimiento Ciudadano es un partido que ha cobrado importancia en los últimos años, y que ha sabido anotarse triunfos electorales importantes, tanto en coaliciones como de forma individual, notablemente en presidencias municipales de relevancia. En Jalisco, sin ir más lejos, han realizado un trabajo formidable: Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque, Tlajomulco, Zapotlanejo, Puerto Vallarta, Tepatitlán, Ciudad Guzmán, entre otros. La fuerza de los naranjas comienza a ser reconocida, gracias a un trabajo minucioso de alianzas políticas, como la que abanderó a Andrés Manuel en su segundo intento por conquistar la Presidencia.

Sin embargo, Movimiento Ciudadano perdió el padrón. O se lo robaron. O lo vendió. O lo que sea, pero por segunda ocasión: la primera vez se puede llegar a creer en un error, pero la segunda vez el error es inexcusable. Inexcusable desde el momento en el que el INE pone a disposición de los partidos una lista que –como bien dice Luis Carlos Ugalde– debería ser consultada en las instalaciones del Instituto, pero jamás entregada de manera física, por muchos candados que contenga. Y más inexcusable todavía, cuando Movimiento Ciudadano ni siquiera ha terminado de pagar la última multa a que se hizo acreedor por el mismo motivo, una multa que terminará pagando con los recursos de los ciudadanos. El modelo es intachable, si uno es deshonesto: la autoridad brinda a los partidos no sólo una mercancía que, por lo visto, vale mucho más que el importe de la sanción, sino que también les brinda los fondos para cubrirla. Así, y con una autoridad electoral pusilánime, cualquiera se atrevería a cometer la fechoría de nuevo, como finalmente ha ocurrido.

Corrupción o estulticia. La primera opción es estremecedora, la segunda lo es aún más. Si la segunda filtración del padrón electoral se dio por corrupción, el trasfondo es un desprecio tal al Estado de derecho y a las instituciones que no podría ser compatible de manera alguna con la función gubernamental: ¿quién podría creer en las autoridades emanadas de un partido que no tiene problemas en vender la información de todos –literalmente hablando– los mexicanos? ¿Cuáles son los valores, cuál es la ética de un instituto político capaz de desafiar la ley por segunda ocasión, a sabiendas de que lo podrá arreglar con el pago de una multa? ¿Cómo creerle de nuevo a Movimiento Ciudadano?

La segunda opción, que la filtración fuera producto de la estulticia, es aún más estremecedora. Espeluznante. Si la segunda filtración se dio por un error, por la intromisión de unos hackers, por un descuido cualquiera en la protección a los datos, la conclusión sería palmaria. Y lo es, en cierto sentido. Aceptar la explicación de que la responsabilidad no es del partido sino de un tercero nos obliga a cuestionarnos sobre la capacidad real de gobierno de quien no puede cuidar ni siquiera un archivo digital: ¿quién podría creer en que no ocurrirá otro descuido, que no llegará otro hacker, que no contratarán a otra empresa que les haga recomendaciones incorrectas, que ponen en riesgo a la nación entera?

El asunto es más grave todavía, y deberá ser aclarado –y perseguido, por supuesto- con la mayor presteza. Movimiento Ciudadano no sólo ha sido quien filtró el padrón electoral, sino que al subirlo a los servidores de Amazon lo puso, también, al alcance de las autoridades estadunidenses, quienes tienen jurisdicción sobre los datos almacenados en los servidores establecidos en su país. Así, las dimensiones del asunto cambian y, de tratarse de un tema de corrupción o simple estupidez se convierte en un asunto de seguridad nacional, y como tal debe ser abordado.

La sanción, en cualquier caso, debe ser ejemplar. O debería, al menos: la actuación de quien funge como autoridad sin ejercer el cargo, en situaciones similares, nos abre, lamentablemente, la misma disyuntiva a la que parecemos condenados. Corrupción o estulticia.

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