Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

3 May, 2016

¿Dónde aprendieron ese lenguaje abyecto? ¿Aquí, o allá afuera?

Una de las ventajas que, ingenuo, creí ver en la apertura de nuestra economía a fines del año 1987, fue la modificación drástica que pensé sufriría el lenguaje utilizado por la clase política.

Fue tal mi ingenuidad, y tan descabelladas las ilusiones que me hice, que pensé que con la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLCAN-NAFTA) y su entrada en vigor el 1 de enero del año 1994, nuestros políticos –gobernantes, funcionarios, legisladores o dirigentes partidarios– y empresarios, aprenderían a expresarse con el lenguaje de la globalidad: directo y claro; sin los rebuscamientos y florituras que más que comunicar, sólo dejan ver abyección y servilismo el cual, a la vez que confunde al no iniciado, al que le sabe, le dice mucho.

Los nuevos aires de la apertura económica, y los más intensos y huracanados a la entrada en vigor del TLCAN-NAFTA, si bien introdujeron nuevos temas al discurso público, las formas acedas y caducas de la abyección y el servilismo que padecíamos desde hacía decenios –debo reconocerlo–, se mantuvieron y hoy, en algunos casos, no pocos funcionarios y dirigentes empresariales de alto perfil, los han llevado a alturas insospechadas.

Los años que siguieron a la entrada en vigor del TLCAN-NAFTA, nos trajeron un nuevo perfil de funcionario; a la zafiedad del discurso acedo y desgastado del político que venía de los años cincuenta o sesenta, siguió la refinación académica y los trajes bien cortados (excepto Virgilio Andrade, que los usa tres tallas más grandes) del profesional que, con un posgrado en la axila, llenó buena parte de los espacios donde se toman las decisiones que marcan el rumbo del sector público.

Este último, lejos de desechar aquella forma de hablar, la hizo suya rápidamente y, sin temor a equivocarme, puedo afirmar que la abyección y servilismo del político que había dejado la escena del poder, nada era en comparación con la del recién llegado.

Hoy, a casi 30 años de la apertura de nuestra economía, y más de 22 de la entrada en vigor del TLCAN-NAFTA, simplemente oír (porque ya no alcanza lo que dicen para escucharlos), a los representantes de una generación de arribistas con posgrado, es la peor tortura.

Sin la malicia y vagancia de los hoy expulsados de la escena del poder, la palabrería hueca que destila melcocha y abyección vacía de toda dignidad personal, junto con las genuflexiones verbales, propias del peor de los servilismos, hacen de Meade, De la Madrid y Nuño entre otros, la mejor prueba de que aquel lenguaje acedo de los años del dorado autoritarismo, está más que vivo que en cualquier otra época política en México.

¿Dónde aprendieron a hablar así, los que hoy inclinan la cerviz ante el poderoso mediante expresiones indignas? ¿En Yale, Harvard o MIT? ¿Acaso fueron estudiantes distinguidos cuando cursaron Abject speech 101, o en el seminario impartido a mexicanos con aspiraciones políticas, Oral servility?

Uno pregunta, ¿para eso sirven sus posgrados, para agradar al poderoso, y así avanzar en su carrera? En las Academias Vázquez o el Instituto Patrulla habrían aprendido más, y nos habría salido más barato. Pobre país.

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