Víctor Beltri

Víctor Beltri

26 May, 2016

Ya vienen los autos inteligentes

La innovación no es sólo necesaria sino imprescindible en el mundo actual. Las pruebas están al alcance de la mano, en la manera en que nos comunicamos, hacemos negocio, aprendemos. La irrupción de la red en la vida cotidiana nos está llevando a ver como naturales cosas que antes sólo existían en la ciencia ficción.

Los medios de transporte son una fuente constante de asombro. En muy poco tiempo, y de acuerdo con un grupo de investigadores de las universidades de Washington y San Diego –según se recoge en Wired–, los automóviles tendrán capacidades que van mucho más allá de su función primordial. La información captada por el vehículo, relativa a los patrones de manejo, permitirá identificar a cada usuario con un margen de error prácticamente nulo.

La tecnología ya existe. En la actualidad, es posible identificar el patrón de conducción de un usuario después de sólo 15 minutos, tan sólo con la información generada por el pedal de freno, nueve veces de cada diez. Si el tiempo se incrementa, o se suman al análisis otras variables a monitorear, la probabilidad de reconocer al conductor sube al cien por ciento. Increíble.

Increíble, pero también un poco inquietante. Si bien es cierto que el hecho de que un coche sea capaz de reconocer a quien lo conduce puede llevar a incrementar la seguridad en caso de robo, también lo es el que la información puede ser una fuente de nuevos problemas. O de nuevas responsabilidades: las compañías aseguradoras, por ejemplo, podrían incluir el uso de estas tecnologías para determinar la culpa en un siniestro, o para saber si el conductor se encontraba en condiciones óptimas al momento del accidente. El sistema podría integrarse con la red de tráfico, y el centro de mando podría saber en todo momento no sólo qué vehículo cometió una infracción, sino también quién lo conducía y cómo se encontraba.

Los sistemas de monitoreo y control que comenzaremos a ver, de manera cada vez más frecuente, en nuestros automóviles, no son sino una muestra de lo que se puede hacer en prácticamente todos los campos de la industria. Los datos generados por la interacción con las máquinas permiten, a través de una sistematización exhaustiva, determinar patrones particulares y compararlos con aquellos señalados en una base de datos para poder tomar decisiones concretas: las aplicaciones son infinitas, tanto en sentido positivo como negativo.

En sentido positivo, los aparatos podrían volverse más intuitivos e integrarse de forma más sencilla con el usuario, en concordancia con el entorno que le rodea. Los riesgos podrían ser detectados de forma anticipada y cubiertos con antelación a que pudieran producir algún daño; los sistemas podrían funcionar con mayor eficiencia, reduciendo las externalidades no deseadas; las contingencias podrían ser atendidas de mejor manera, haciendo uso de los recursos en el exterior.

En el sentido negativo, las malas experiencias incluso con las marcas más reputadas dan razones suficientes para sospechar que los datos recogidos podrían ser utilizados más allá de la voluntad –y la conveniencia- de los propios usuarios. El escándalo de emisiones trucadas por Volkswagen no puede olvidarse: si una de las marcas con mayor prestigio del país que –sin duda– es el motor de la economía europea, con las regulaciones de la Unión Europea y el escrutinio fruto de la preocupación por el medio ambiente, fue capaz de alterar sus vehículos por no cumplir con la norma, es evidente que muchas otras de menor categoría lo harían sin chistar. Como ya se hace, por otra parte, con las aplicaciones de los teléfonos móviles. ¿Por qué necesitaría una aplicación de información gubernamental, un juego cualquiera o una de servicios acceso al micrófono o a la cámara de los dispositivos? ¿Qué información es la que se recoge, a cada momento, de nuestras actividades, y con qué fines se aprovecha?

El camino está iniciado, sin embargo, y de nada sirve resistirse. Los autos con sensores llegarán y las tecnologías basadas en el internet of things cambiarán, todavía más, nuestra manera de vivir. La innovación no puede detenerse, y el mundo de mañana tendrá tanto en común con el de la actualidad como lo tenemos ahora con la sociedad del siglo XIX. Hay que estar preparados.

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