Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

31 May, 2016

¿Quién se preocupa por la suerte de los productores agropecuarios?

La verdad, me duele decirlo y más aún, tener que reconocerlo, ni ellos mismos; siempre a la espera de la dádiva, la protección y el subsidio que cubra –así fuere parcial y temporalmente– sus ineficiencias y bajísima productividad, han perdido prácticamente toda capacidad de iniciativa e innovación.

Además, la inversión en tecnología y puesta al día de su empresa –al margen de sus dimensiones–, es para muchos, un deporte extremo. Algunos, que el resto de sus colegas califica de locos, se atreven y construyen empresas exitosas cuya rentabilidad sorprende, a veces, al mismo inversionista.

Antes de continuar, debo aclarar una idea completamente falsa del campo mexicano; a raíz del éxito obtenido por un muy pequeño número de empresarios agrícolas, que encontró en la producción y exportación de berries una oportunidad de negocios altamente rentable, la alta burocracia federal pretende vender un panorama falso de lo que es el campo mexicano.

La realidad de nuestro campo, tragedia nacional e histórica, es muy otra; nuestro campo, casi en su totalidad, es un espacio económico dedicado a la producción de granos, casi todos cereales y en un porcentaje muy bajo, oleaginosas, y a la explotación ganadera y forestal, cuyos niveles de productividad y tecnología utilizada, dan pena.

De la misma manera, la producción de productos cárnicos, fundamentalmente pollo y cerdo, se caracteriza por el abismo que separa a las empresas de alta tecnología, elevada productividad y calidad de su producción, –pocas en número–, de aquéllas cuyas prácticas productivas no han cambiado en varios decenios.

Ahora bien, dado que la autoridad conoce bien estas diferencias y las causas del atraso, ¿por qué se obstina en promover una realidad inventada del campo mexicano para que uno se vaya con la finta y piense, que el nuevo campo mexicano es resultado de la labor de este gobierno.

Pero no nos engañemos, ni nos dejemos engatusar; el campo mexicano, salvo honrosas excepciones que surgen del espíritu emprendedor de unos pocos, es un espacio donde reinan la miseria, el atraso y la marginación; es también un espacio económico expulsor de mano de obra la cual, por su bajísima calificación, le resulta imposible encontrar un empleo formal y estable en las zonas urbanas que lleva, a centenas de miles, a dedicarse a la mendicidad.

La tragedia del campo mexicano se empezó a escribir desde 1917; la promulgación, el 5 de febrero de ese año, de la Constitución que todavía nos rige cien años después, contiene en su articulado varios obstáculos que, aún hoy, son insalvables por la irresponsabilidad de los legisladores, cuando no por su ignorancia.

La Fracción XV del artículo 27 que fija los límites máximos de la superficie agrícola, ganadera y forestal que un mexicano puede poseer legalmente, para practicar en ella cualquiera de esas tres actividades, es el freno que hoy impide la llegada de capital y tecnología para modernizar ese espacio económico, clave para la modernización del país, no únicamente de la economía.

Cambiar eso, a nadie interesa, ni a los políticos ni tampoco a los productores mismos. ¿Continuamos el jueves con esto último?

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube