José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

10 Jun, 2016

¿Fin de la globalización?

Ominosos desafíos brotan por todas partes ofreciendo regresar al mundo autárquico, nacionalista y encerrado tras barricadas que impidan el libre comercio y el tránsito expedito de personas y capitales que ha definido al mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que hizo posible crear una riqueza global sin precedente.

El reto más próximo está agendado para el 23 de junio, cuando los electores del Reino Unido (RU) —Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte— votarán si su país permanece en la Unión Europea (UE) o abandona esa organización que integra a la mayoría de las naciones europeas y a la que el RU ingresó hace 44 años.

Las últimas encuestas arrojan que el voto está virtualmente empatado entre quienes desean abandonar la UE y los que quieren permanecer en ella, a pesar de que el primer ministro, David Cameron, y muchos en su gobierno han hecho una intensa campaña para quedarse en la Unión, en las nuevas condiciones que él renegoció. La principal objeción a la UE es que se trata de una institución distinta a la que se unió el RU en 1973, la Comunidad Económica Europea, que se ha tornado en una distopía que ha crecido y se ha burocratizado desmedidamente, con un enjambre de entidades y regulaciones que ponen en entredicho la soberanía nacional.

El tema más álgido para quienes desean dejar la UE es la libertad de tránsito de los ciudadanos de sus países miembros, temor que se ha visto agravado por la migración masiva hacia Europa de refugiados provenientes de Siria y del norte de África, a pesar que el RU no ratificó el Acuerdo de Schengen por medio del cual se eliminaron desde 1995 los controles fronterizos de pasaportes entre las naciones signatarias.

Cameron y sus aliados creen que hay mejores formas de controlar la inmigración que abandonar la Unión, lo que tendría un costo económico elevado para su país al limitar su acceso al mercado integrado de la UE, costaría cientos de miles de empleos y pondría en entredicho el liderazgo de Londres como el centro financiero de Europa.

Lo que no debe perderse de vista es el objetivo original del gran esfuerzo por integrar Europa de las cenizas que quedaron al término de la Segunda Guerra Mundial: Los nacionalismos extremos de los países europeos provocaron un estado virtualmente ininterrumpido de guerra y desolación para el continente durante cientos de años. Lo que tenían en mente Jean Monnet y Robert Schuman, padres de la integración europea, era un continente en paz, con las naciones que lo integran cooperando entre ellas para alcanzar un crecimiento económico rápido e incluyente mediante la integración de su infraestructura, de sus mercados y de sus habitantes.

El objetivo original de esta visión de una Europa próspera y en paz se ha cumplido de manera notable, aunque la Unión no ha estado exenta de errores, regulaciones excesivas y costosas, una burocracia inmoderada y entrometida, y de experimentos peligrosos, como la adopción del euro, que está por verse cómo termina. Esto ha resultado en un decreciente dinamismo económico y en elevadas tasas de desempleo.

La salida del RU sería una infausta señal para el futuro de la UE y para la sobrevivencia misma del RU. En el referéndum del año pasado en Escocia sobre la cancelación de su unión con Inglaterra e Irlanda del Norte, uno de los argumentos que pesaron contra la independencia, fue que su salida de la UE sería automática.

El renacimiento de nacionalismos antiinmigrantes y proteccionistas se extiende como plaga a EU, donde los contendientes presidenciales para la elección de noviembre Hillary Clinton y Donald Trump —afortunadamente el criptocomunista Bernie Sanders fue eliminado el lunes pasado— repiten su oposición al libre comercio y, en el caso de Trump, a todas las piezas esenciales para una economía de mercado. Qué sigue, ¿la suicida abolición de la economía global?   

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