José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

17 Jun, 2016

Soberanía y globalización

Algunos estimados lectores cuestionaron lo que ellos leyeron como una defensa a ultranza de la permanencia del Reino Unido (RU) en la Unión Europea (UE) en mi anterior columna, enfatizando la pérdida de soberanía que implica ser parte de una alianza política como la UE y la merma en el dominio de la democracia nacional.

Cualquier agrupación internacional a la que pertenezca un país, ya sea la ONU, la OEA, la OMC, el FMI y el TLCAN implica ceder soberanía a cambio de los beneficios de pertenecer al ente multilateral, lo que el electorado de cada nación soberana debe ponderar de manera informada. Yo no tengo duda de que un análisis que evalúe costos y beneficios de pertenecer a entidades multilaterales hallará casos claros en que los beneficios exceden, por mucho, a los costos, como el TLC, que integró los sistemas productivos de México, Canadá y EU, y convirtió a Norteamérica en la región más competitiva del orbe.

¿Hay instituciones multilaterales en las que los costos superan a los beneficios? Por supuesto, las que se sustentan en bases precarias y supuestos falsos. La lista de entidades fracasadas es larga e incluye a casi todos los intentos de integración en Latinoamérica, pues los países querían seguir siendo proteccionistas.

Tal fue el caso de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que intentó copiar lo que hizo Europa con el Tratado de Roma, que creó el Mercado Común Europeo —antecedente de la UE—, y que fracasó completamente, pues los países nunca tuvieron la intención de abrir sus economías a la competencia regional. En el caso de la decisión que los habitantes del RU tomarán el jueves próximo, creo que ponderando costos y beneficios, éstos son mayores porque, a pesar de los excesos y la burocracia de la UE, sus logros son fantásticos si se le compara con la situación prevaleciente antes del proceso de integración regional.

Me parece incomprensible que uno de los grupos más decididos a favor de la salida de la UE sean los mayores de 60 años —51% frente a 34% y 9% de indecisos. ¿Ya se les olvidó el precario nivel de vida que padecía la clase media del RU, antes de su acceso a la UE, en 1973 y de las reformas de Margaret Thatcher en 1980? Yo fui por primera vez a Europa en 1969. Me sorprendió el relativo estancamiento y pesimismo que percibí en Bélgica e Inglaterra, donde pasé un mes estudiando sus instituciones, pero me asombró el atraso de España frente a un México pujante, que crecía con celeridad y que estaba construyendo una excelente infraestructura.

También me llama la atención que la mayoría de los conservadores, el partido del primer ministro David Cameron, quien hace una intensa campaña para permanecer en la UE, esté en contra en proporciones similares a los viejitos, mientras que los miembros del Partido Laborista apoyen permanecer, 59% frente a 32%, aunque su líder, el comunista Jeremy Corbyn, vea a la UE como una conspiración capitalista.

El debate sobre la membresía del RU en la UE me recuerda la intensa polémica que tuvimos en 1990, cuando yo defendía el TLC en los términos planteados, frente a opositores como Jorge G. Castañeda, que deseaban una asociación más organizada, como la UE, pues ello canalizaría a México cuantiosos recursos para su desarrollo.

Mi argumento entonces era que el TLC era la opción más avanzada de integración económica susceptible de aprobarse en el Congreso de EU, donde las opciones más radicales —unión aduanera o mercado común— no tenían la menor posibilidad política, y el sólo proponerlas culminaría en un fracaso grave.

Lo que la UE requiere hoy, que sufre el desencanto de muchos de los habitantes de sus países miembros, es revisar el principio de que “hay que avanzar hacia una unión más perfecta”, siempre regida por la élite que ha manejado su evolución y hoy controla sus instituciones. Ello será más fácil con el RU dentro y no fuera.

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