Los británicos quieren abandonar Europa ¿por qué?

El Reino Unido cada vez está más incómodo dentro de Europa. Y esa incomodidad no es tanto económica sino política, y está estrechamente relacionada con uno de los pilares fundamentales del mercado común: la libre movilidad de personas.
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Foto: Pixabay
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CIUDAD DE MÉXICO.-Mentar el Reino Unido es convocar al euroescepticismo. No hay país donde el debate político sobre la integración con Europa sea más intenso, pudiendo llegar a la tragedia. Buena muestra de ello fue el lamentable deceso de la diputada laborista Jo Cox, favorable a permanecer en la Unión Europa, tras el ataque de un desalmado que, según las investigaciones, era de extrema derecha y partidario de salir del engranaje europeo. Pero tampoco hay que olvidar que un punto crucial de la campaña de David Cameron en las elecciones de 2015 fue su promesa de convocar un referéndum para votar su permanencia o no en Europa.

Esa exaltación británica con el tema europeo se deriva de la particular relación que el Reino Unido siempre ha tenido con Europa. Como segunda economía y tercer país más poblado de la región, quiere ser una parte importante de ella, tener su peso y poder, pero sin ser parte de ella. Siempre se ha dicho que los británicos han mirado con más cariño a la lejana Washington, a quien consideran su aliado natural, que a Bruselas; o que sienten más afecto por la Commonwealth, sus antiguos territorios del Imperio, que por la Unión Europea.

Antecedentes

Esa singularidad se deriva de su posición geográfica y de su historia. El Reino Unido siempre ha sido muy escrupuloso y nostálgico con lo que en el siglo XIX, en pleno apogeo del Imperio Británico, se llamó el “espléndido aislamiento”, cuando la política del mundo se regía entre el Palacio de Buckingham, morada de la realeza, y el Palacio de Westminster, sede del Parlamento del Reino Unido.

Esa personalidad británica se vio reforzada en la Segunda Guerra Mundial, cuando quedó sola ante una Europa dominada por el nazismo. Por eso, al término de la contienda, el primer ministro británico Winston Churchill proclamó la necesidad de crear “una especie de Estados Unidos de Europa”. Pero al mismo tiempo que reivindicaba esa necesidad de unir indisolublemente el destino de los pueblos europeos para, tras dos Guerras Mundiales, evitar nuevas masacres, nunca se mostró proclive a que el Reino Unido se involucrara en esa integración.

Ese desapego hizo que el Reino Unido no fuera miembro fundador de aquella lejana Comunidad Económica Europea (CEE) creada en el Tratado de Roma en 1957, cuyo principal propósito era lograr una mayor integración económica. Tardó 16 años más, hasta 1973, para adherirse. Esa integración económica alcanzó a lo político con la creación de la Unión Europea en 1993. Pero dado el euroescepticismo imperante entre los ciudadanos británicos, el Reino Unido siempre gozó de un tratamiento especial como es el caso del cheque británico, esto es, el descuento que se le realiza en su contribución al presupuesto europeo, o excepcionalidades en la cesión de nuevas competencias. Con lo que no tragó el euroescepticismo británico fue con la moneda común que se lanzó en 1999.

Incomodidad

Sin embargo, el Reino Unido cada vez está más incómodo dentro de Europa. Y esa incomodidad no es tanto económica, sobre todo en lo que refiere a la libre circulación de bienes, servicios y capitales, sino política, si bien está estrechamente relacionada con uno de los pilares fundamentales del mercado común: la libre movilidad de personas.

Si el Brexit tiene opciones de ganar se debe al propio éxito económico del Reino Unido en un contexto migratorio complejo derivado de la diáspora siria, y el éxodo de muchos europeos, más con la crisis económica en la zona euro y la ampliación de la Unión Europea hacia el este, a las islas británicas en busca de trabajo. Según los últimos datos disponibles, en el 2015, 308,000 individuos emigraron al Reino Unido por motivos de trabajo, lo que supone un incremento de 30,000 respecto al año previo y un nuevo récord histórico. Pues bien, de esos, un 61% eran ciudadanos de la Unión Europea, o 178,000 personas. Con la última ampliación a Bulgaria y Rumania, los inmigrantes de esos países pasaron de 35,000 a 52,000.

Y el éxito económico del Reino Unido en relación al resto de Europa se debe, en buena medida, a su menor integración con Europa, lo que ha dado algo de razón a los euroescépticos.

La recesión del Reino Unido de 2008-2009 fue de las más severas de Europa: su modelo económico, más próximo al estadounidense, con un mercado financiero más desregulado, también derivó en una burbuja inmobiliaria y una gran crisis bancaria. Sin embargo, la mayor flexibilidad de su política económica también le permitió salir más rápido de la recesión.

Política monetaria

El Banco de Inglaterra, siguiendo los pasos de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) redujo rápidamente las tasas de interés y, viendo que era insuficiente, pronto recurrió a políticas monetarias no convencionales como la compra de activos (QEs), lo que contribuyó a reactivar la demanda interna y paliar el daño en la banca y en el sector inmobiliario; en segundo lugar, la depreciación de la libra, más pronunciada que la del euro como resultado de su colosal expansión monetaria, fungió como un eficiente estabilizador automático que sirvió para hacer más competitivas sus exportaciones, ahuyentar los riesgos deflacionarios y atraer inversiones. En tercer lugar, también el gobierno fue más agresivo y oportuno a la hora de anunciar rescates a la banca (el primero que se anunció fue el de Northern Rock en el 2007) y de promover políticas fiscales de estímulo al crecimiento.

Pero no sólo fue eso: cuando toda la región empezaba a salir del hoyo, llegó el problema griego y la crisis de deuda de la eurozona de 2012 y 2013, lo que provocó una nueva recesión en la Europa continental en tanto la economía británica aceleraba su crecimiento. La crisis a punto estuvo de provocar el colapso del euro. Pero desde más allá del Canal de la Mancha se observan los acontecimientos con perplejidad: la economía de la Eurozona sigue creciendo de forma renqueante; los peligros de deflación siguen acechando; el Banco Central Europeo (BCE) se ha visto poco operativo, con tensiones y discrepancias internas, y ha actuado con tanta lentitud que ha sido ineficaz para lograr sus objetivos pese a las tasas de interés negativas; y el problema de Grecia, una economía sometida a continuos e insolidarios sacrificios, no se logra resolver de manera definitiva. En medio de ese panorama, la crisis de los refugiados sirios fue la cereza del pastel.

Movilidad de personas

El caso es que a los ciudadanos de la Unión Europea, dado el atractivo de la economía británica, emigran allá en masa a trabajar. Y los nacionalistas como Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), ha utilizado ese discurso para ganar 13% de los votos en las elecciones de mayo de 2015.

Frente a ese argumento político, los partidarios de permanecer en la Unión Europea, y donde se incluyen empresarios y banqueros, contraponen los elevados costos económicos que implicaría. Pero no terminan de convencer al resto de la ciudadanía que se dice: ¿acaso Estados Unidos, Canadá, o Australia no viven ajenos a esas uniones y son grandes países, economías y democracias? ¿Por qué establecer un vínculo permanente con algunos socios en vez de firmar tratados bilaterales con aquellos que más nos interesan?

Lo cierto es que muchos británicos perciben que aportan más a Europa de lo que reciben, y que su pertenencia a la Unión Europea ya no se acomoda a sus intereses nacionales. Así las cosas, a cuatro días de las elecciones, los partidarios de salir de Europa llevan la delantera. Sin embargo, no parecen darse cuenta que la salida del Reino Unido pone en duda la sostenibilidad futura de ese gran proyecto que es la Unión Europea, ese mismo plan que Churchill, el más importante ciudadano británico de la historia, ideó para que Europa, de una vez por todas, pudiera vivir en concordia.

* Director de llamadinero.com y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM

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