Víctor Beltri

Víctor Beltri

23 Jun, 2016

Innovación y armas hechas en casa

Los pueblos reaccionan a sus propias catástrofes de acuerdo con los miedos que albergan. Es natural: tras el terremoto que azotó a nuestro país en 1985, por ejemplo, la regulación cambió en muchos sentidos para brindarle mayor seguridad a los ciudadanos y, de esta manera, los edificios tuvieron que cambiar sus requerimientos mínimos. Los que no pudieron ser reforzados fueron derruidos, en la mayoría de los casos; lo mismo podemos adivinar que sucedió, por ejemplo, en los lugares que resintieron el tsunami de hace unos años, donde la seguridad tuvo que haber sido mejorada, o en los aeropuertos de todo el mundo, tras los ataques terroristas de 2001. Es evidente que, si queremos evitar nuevas desgracias, no sólo tenemos que estar preparados para enfrentarlas sino también es necesario atender a sus causas.

Por eso, desde la perspectiva del mundo civilizado, cuesta tanto entender el fenómeno que, en torno a la venta de armas de asalto, se ha desarrollado en Estados Unidos en las últimas semanas. Hace falta mucho todavía para saber con certidumbre no sólo cómo se dieron los acontecimientos, sino la motivación real y estado sicológico del asesino, de quien es muy poco lo que se sabe. La investigación, hasta el momento, apunta hacia un crimen motivado por homofobia; la evidencia recogida a partir de los últimos actos del delincuente sugeriría una motivación religiosa; el testimonio de quienes lo rodearon familiarmente tan sólo arroja más sospechas y dudas.

Homosexual reprimido, fanático religioso, mal marido. No importa, en realidad. O no debería: en todos los países del mundo existen individuos con las mismas características o con problemas, aún, más graves. Países en los que no existen matanzas, pero donde los prejuicios campean tanto o más que en Estados Unidos, sustentados por grupos radicales que demuestran que los extremos terminan por tocarse: el reclamo de los imanes en contra de la comunidad gay no difiere, en mucho, al que hacen los curas o pastores en otros lugares del mundo. El mismo odio, la misma falta de información, ideales conservadores que, si bien no son los mismos, son muy similares.

Sin embargo, no todo es igual. A pesar de que las actitudes en contra de grupos minoritarios pueden ser similares, en otros lugares no tienen lugar tantos crímenes de odio. Y en otros lugares sí se cuentan, además: los Estados Unidos no cuentan con información confiable sobre los tiroteos que han sufrido en los últimos tiempos, por prohibición legal. Así, los norteamericanos no saben quiénes son los que cometen este tipo de delitos, las armas que usan, sus patrones de ataque o cualquier otro tipo de datos que pudieran contribuir a la prevención de nuevas catástrofes. Más aún, la demanda de armas sigue en aumento.

Armas de todo tipo, siendo de interés especial aquellas que son fabricadas por particulares sin tener que informar a las autoridades. La venta de los artilugios necesarios para construir un fusil de asalto AR15, en la comodidad del hogar y sin ningún tipo de intervención oficial, ha aumentado exponencialmente en las últimas semanas. Y es que los estadunidenses viven en una sociedad que se rige por el miedo, en la que unos tienen miedo de otros y creen precisar de los instrumentos para defenderse de los vecinos o de cualquier amenaza que pudiera poner en riesgo su vida o sus propiedades: de ahí la necesidad indiscriminada de armas.

Defense Distributed es una compañía que, notablemente, ha incrementado sus ventas tras la masacre de Orlando. Esta compañía se dedica a crear la tecnología necesaria —y en consecuencia distribuirla— para lograr que cualquier persona sea capaz de fabricar fusiles sobre los que no pesa la obligación del registro y, en consecuencia, su origen no puede ser rastreado. Cualquiera pensaría que, tras el tiroteo, la consciencia sobre el peligro que representan las armas disminuiría sus ventas; los norteamericanos, en cambio, están tratando no sólo de comprar más sino también de producirlas por sí mismos. Las ventas son un éxito, y un ejemplo doloroso de las consecuencias negativas de aplicar la innovación sin restricciones. La posibilidad ya existe y, con certidumbre, los grupos delincuenciales que operan en nuestro país lo tienen muy en cuenta: aquí también tenemos fanáticos de todo tipo.

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