José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

29 Jul, 2016

Surrealismo político en EU

André Breton, padre del surrealismo, movimiento artístico basado en lo irracional que trasciende la razón y la lógica, dijo que México era el país surrealista por excelencia, y el pintor Salvador Dalí declaró que nunca volvería a nuestro país, pues “no soportaba estar en un sitio más surrealista que sus pinturas”.

Este honor hay que cederlo a EU, pues sus campañas políticas para elegir Presidente, culminando con las convenciones que formalizaron a Donald Trump y a Hillary Clinton como candidatos por los partidos Republicano y Demócrata, han llevado el surrealismo a nuevas e insólitas cimas.

En la ceremonia de coronación de Trump la semana pasada hubo de todo, salvo reflexión, análisis y propuestas sensatas de políticas públicas. Los oradores fueron su familia en pleno, algunas “celebridades,” sus empleados, sus incondicionales y un manojo magro de políticos serios y líderes del Congreso.

La ligereza y falta de oficio de Trump y su equipo hicieron posible que el discurso de su esposa Melania —quien siguiendo la tradición familiar mintió en su CV oficial, al afirmar que estudió arquitectura cuando sólo cursó un año— fuera un plagio parcial del que articuló Michelle Obama en la convención que postuló a su marido en 2008.

A falta de substancia, la coreografía del evento fue típicamente trumpiana, vulgar y de pésimo gusto. El candidato, emergiendo a escena entre nubes de hielo seco, cuadro copiado de Beyoncé; la bellísima aria Nessun Dorma del Turandot de Puccini cantada por Pavarotti
—su viuda va a demandar—, que culmina con la reiteración de “vincerò”, ganaré. El increíble yoyismo de su discurso, repitiendo YO ¡67 veces!

Para analizar este teatro cursi y ramplón resulta más útil ser siquiatra que politólogo. ¿Qué tan patológico es el narcisismo de Trump? La Asociación Americana de Diagnóstico Psiquiátrico describe este padecimiento como “caracterizado por la presencia simultánea de grandiosidad y búsqueda de atención”.

Los principales síntomas de la perturbación son el sentido exagerado de la propia importancia de quien lo padece y la imposibilidad de sentir empatía —capacidad de ponerse en los zapatos de otros—. El narcisista cree que se merece lo que desea y que es su derecho obtenerlo, para Trump la Presidencia.

El narcisista está tan absorto consigo mismo que es indiferente y hasta inconsciente del impacto que su presencia tiene sobre los demás, pero cuando se le critica, como hizo Marco Rubio al señalar “su dedito índice” —y a otras diminutas partes de su anatomía por extensión—, Trump estalló furioso.

Su inagotable discurso final fue la diatriba de un desequilibrado que pintó a un país en ruinas que existe sólo en su imaginación, culpando a su opositora Hillary de “muerte, destrucción, terrorismo y debilidad” de EU, que sólo él puede revertir aunque nunca diga cómo.

Quienes suponían que Trump se volvería más “presidenciable” se llevaron un palmo de narices. Reiteró todas las amenazas e insultos contra México, como renegociar a su antojo el TLCAN, construir su barda en nuestra frontera y expulsar a millones de indocumentados.

Más grave aún es la sospecha que su venerado Vladimir Putin, el déspota ruso, penetró las computadoras del Partido Demócrata y justo al inicio de su convención el lunes pasado, filtró correos que mostraban que la líder del comité organizador había favorecido a Hillary frente a Bernie Sanders, por lo que tuvo que renunciar.

De ser cierta esta versión, sería la primera vez en la historia de EU que otro país interviene tan intrusivamente a favor de un candidato que admira al invasor de Ucrania, que parece haber ganado mucho dinero en Rusia —de allí que oculte declaraciones de impuestos— y con ayudantes íntimos de Putin y la oligarquía rusa.

Es surrealista la posibilidad que Trump pueda llegar a la Casa Blanca en noviembre en vez de al pabellón siquiátrico.

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