Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

3 Ago, 2016

Todos somos bachaqueros

Hace unos días, recibí de un familiar que vive en Caracas un video de las largas filas que los venezolanos padecen a diario para poder comprar enseres básicos. Las filas son en ocasiones kilométricas para conseguir bienes tan básicos para la sobrevivencia como los huevos y la leche. Sin duda una tragedia económica y social mayúscula para un país que cuenta con las mayores reservas de petróleo comprobadas en el mundo.

La gente recurre a los llamados bachaqueros, intermediarios que compran bienes básicos y los revenden a la población. El gobierno los culpa, junto con la oposición y los empresarios, de ser los causantes de la crisis económica en ese país y la narrativa se ha vuelto predeciblemente binaria; o nosotros o ellos.

Lo mismo sucede en todos los ámbitos en Venezuela: la narrativa binaria de pan para los amigos y palo para cualquiera que ose contradecir las palabras sabias de los líderes de la “revolución” (que no es ni revolución ni son líderes). Para ejemplo, varios académicos han criticado las políticas monetarias del gobierno y que se usen las pocas reservas de dólares en poder del gobierno para darle servicio a la deuda externa, cuando no hay suficientes para importar bienes básicos. Lo mismo con los medios de comunicación; están ya tan monopolizados por el gobierno que es difícil oír palabras de disenso a narrativas tan ridículas como llamar “Comandante Eterno” a Hugo Chávez.

Pareciera que describo así algo que hubiese sucedido en los momentos más álgidos de la Guerra Fría en los años setenta en Latinoamérica, con gobiernos de derecha dominados por caudillos y falta del libertades para sus ciudadanos. Sin embargo, la realidad que Venezuela vive ahora es una de las peores etapas en su historia, con un gobierno intolerante de la crítica, controles a los medios de comunicación, corrupción endémica, una economía manejada al gusto del caudillo y censura total de las opiniones divergentes.

Estamos ante la radicalización del gobierno venezolano hacia una izquierda retrógrada, de culto a la personalidad y de absoluta incapacidad del manejo de la economía. Ante la falta de argumentos por el desastre del gobierno se buscan ambiguas amenazas externas. Sin embargo, lo real son los números que arrojan años de erosión de las instituciones, la corrupción y la ineptitud: más de 700% de inflación, caída de dobles dígitos del PIB, dependencia del 97% de las exportaciones en el petróleo, controles de divisas, desabasto de bienes de consumo básico, infraestructura en estado deplorable y otras joyas del Chavismo.

El fenómeno no es nuevo en Latinoamérica ni en regiones con amplios recursos naturales: el país descubre, explota y se enriquece de sus recursos naturales. Las industrias que no están relacionadas con estos commodities son empujadas hacia fuera y se crea un círculo vicioso de dependencia absoluta en un recurso natural. La maldición de tener recursos naturales se hace realidad. Surgen instituciones débiles y caudillos que acaparan la vida política del país. Las divisiones sociales se profundizan. Surgen Chávez y Maduro. Nacen las dictaduras. La gente se convierte en bachaqueros (contrabandistas) para sobrevivir.

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