Víctor Beltri

Víctor Beltri

11 Ago, 2016

Hillary y las redes sociales

El tema de las redes sociales, y las posibilidades que se abren con su uso, parece inagotable. Los días en los que nos informábamos por internet y nos comunicábamos a través de mensajes de texto se antojan lejanos y, mucho más aún, cuando recibíamos la información por la televisión y usábamos los teléfonos para su función original.

El cambio no tiene ni siquiera diez años y el mundo ha cambiado tanto que la vida anterior sería, para mucha gente, algo impensable. La tecnología aplicada a la información nos ha transformado, ha modificado nuestros hábitos, ha expandido y a la vez limitado nuestro acceso al conocimiento: la cantidad de datos existentes en la red hacen cada vez más difícil la separación entre lo falso y lo real, entre la información útil y la paja que cubre la verdad con un velo interesado. Hoy en día es posible saber con detalle lo que pasa al otro lado del mundo, mientras que se desconoce lo que sucede en nuestro entorno: la muerte de un animal indigna más que la de un niño, lo que ocurre en Europa lastima más que lo que pasa en Ayotzinapa.

La falsa proximidad creada por las redes sociales acorta las distancias pero reduce la cercanía, y la omnipresencia de los dispositivos móviles ha cambiado por completo el concepto de privacidad: son de sobra conocidos los ejemplos sobre los escándalos desatados por un post inoportuno de Facebook o por un tuit en estado inconveniente. Las redes sociales han propiciado el encumbramiento de quienes han sabido aprovecharse de ellas, y la desgracia de quienes las han utilizado sin prudencia; a través de las redes sociales se han arruinado reputaciones y construido prestigios, se han revelado secretos y se han originado conspiraciones. Secretos o conspiraciones: desde los descabellados, como los referentes al supuesto origen extranjero del presidente norteamericano, hasta los reales, como los que revelaron la existencia de programas de escucha a la ciudadanía y los líderes de todo el mundo. Hechos secretos, conspiraciones desbordadas: la realidad o lo descabellado.

A una de estas categorías pertenece el rumor que recorre la red desde hace unos meses —y que ha cobrado intensidad en los últimos días— con respecto al estado de salud de Hillary Clinton. La antigua secretaria de Estado norteamericana habría llegado a la candidatura tras una campaña más que dudosa en contra de su principal rival, Bernie Sanders, en la que habría difundido la especie de que, debido a su edad avanzada, podría no ser apto físicamente para enfrentar los retos que supone la presidencia del país más poderoso del mundo. Esto, además de las dudas fundadas sobre la objetividad de la convención demócrata —y la lengua viperina de su principal opositor— le ha supuesto una pérdida de popularidad que sólo se compara con la que se sufre en el bando contrario por las evidentes pocas luces del candidato republicano.

La campaña de Clinton es, sin duda, una de las más documentadas en la historia, probablemente sólo rebasada por la de su adversario. Esto —y sus años en el candelero— la ha puesto en ocasión de ser fotografiada —y filmada— millones de veces, en todo tipo de circunstancias. Es aquí cuando las comparaciones son odiosas: la mujer que contendió contra Obama poco tiene que ver con la que hoy enfrenta a Donald Trump, y su comportamiento reciente podría ser signo de un declive que la haría no apta físicamente para ocupar la presidencia, irónicamente uno de los argumentos que en su momento utilizó contra Sanders.

La elección en Estados Unidos se ha convertido en un circo que lesiona la democracia y la desgastada convivencia en un país que, como ninguno, ha sabido discriminar a sus minorías; grupos que hoy son buscados como trofeo por los dos partidos. Los republicanos, con los blancos sin educación y la derecha más alejada del centro: los demócratas tratando de atraer a las mujeres, los latinos, la comunidad LGBT y los negros. Cada uno con sus códigos, con sus necesidades, con un lenguaje al que hay que poner atención: en el juego de la política a 360 grados no se pueden cometer errores sin temer que llegarán las consecuencias. La verdad terminará por salir a flote, más pronto que tarde: las redes sociales —en todo el mundo— llevan en su cauce el torrente que los medios tradicionales no sueltan sino a cuentagotas.

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