Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

23 Ago, 2016

¿Qué tan profundos pueden ser hoy, los cambios en México? ¿Y mañana?

Una de las palabras que más utilizamos desde hace algunos años y con seguridad, menos comprendemos a cabalidad lo que implica, es cambio. No nos cansamos de recurrir a ella, para ponerla como condición de éxito para cualquier propuesta que hagamos relacionada ésta, con los problemas del país, las empresas y valga la expresión, de nosotros mismos.

Para todo fin práctico, cambio es, en los tiempos que corren, la palabra mágica que como en el cuento infantil, nos dará la felicidad a manos llenas, y además, por ello, no cobrará un solo centavo.

Sin embargo, invocarla durante estos últimos dos decenios, parece que de nada ha servido; si bien es imposible —y muy lejos estoy de ello— negar que el país y la sociedad mexicana en algo han cambiado durante ese mismo periodo, esto se ha dado, más por la fuerza que por el convencimiento.

Dicho de otra manera, hemos debido cambiar, más que querido cambiar. Espero se entienda el matiz al utilizar dos verbos diferentes como son, deber y querer. Generalizaría, con el riesgo en el que incurro de equivocarme, y diría que los mexicanos formamos una sociedad, que siempre ha debido cambiar, jamás querido cambiar. Lo hemos hecho, simple y sencillamente por supervivencia; es como aquél que, si no dejare de fumar o beber, pronto moriría.

Es lo que bien conocemos, de cambias o cambias, o cabresteas o te ahorcas. Cambiamos para no morirnos inmediatamente; es decir, debemos, más que queremos cambiar. Sin embargo, no obstante haber recuperado la salud y vivir unos cuantos años más, lo hacemos extrañando lo que debimos de dar a cambio: el cigarro, y un buen trago.

Lo anterior, espero no sea una soberana tontería lo que afirmé arriba, o al menos algo tenga de rescatable, me sirve de entrada a lo que enseguida comento. 

¿Por qué siempre que hablamos de cambio, jamás vamos más allá, y nos quedamos siempre en la generalidad misma de la palabra? ¿Acaso se debe esto, a que no queríamos cambiar, pero debimos hacerlo? ¿O será que el cambio que aceptamos es, para decirlo coloquialmente, de dientes para afuera?

Sea cual fuere la razón de nuestra conducta ante El Cambio —así, con mayúsculas—, hay algo que siempre eludimos: Discutir y definir lo que debemos dejar de hacer y deberemos empezar a hacer, y lo más importante de todo, aceptar y entender, que debemos estar cambiando, permanente y profundamente.

Así como adoramos el pasado, también lo hacemos con el statu quo; queremos regresar a lo que se fue y lo que hoy es, así debe seguir. Con lo que hay y somos, queremos decir a todo el que quiera escucharnos —no sólo oírnos—: Así somos, y así queremos seguir.

Si lo antedicho fuere objetivo, y reflejare lo que somos y cómo somos, ¿qué tan profundos podrían ser los cambios que debemos, mas no queremos hacer? Acertó usted, serían, en el mejor de los casos, más superficiales que profundos, y más cosméticos que efectivos. Luego entonces, ¿cómo llevar a cabo los cambios que, ante la tragedia y desastre que hoy es nuestro país, debemos con urgencia concretar?

¿Por qué no piensa en esto que le he comentado, y luego tocamos la otra parte, no fácil, y sí políticamente incorrecta, del cómo?

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