¿Será el fin de la independencia para los bancos centrales?

Si un banco central está comprometido con el gobierno, entonces los políticos derrochadores pudieran envalentonarse e incurrir en deudas enormes
Economía -
Las bajas tasas de interés han envalentonado a políticos que de otro modo habrían ignorado los llamados de los votantes frustrados por temor a los vigilantes del mercado de bonos. Foto: Archivo
Las bajas tasas de interés han envalentonado a políticos que de otro modo habrían ignorado los llamados de los votantes frustrados por temor a los vigilantes del mercado de bonos. Foto: Archivo
Como muchos artículos de fe, la independencia del banco central requiere algo de suspensión de la incredulidad.
 
En la mayoría de los países, el banco central es una rama del gobierno, el cual designa a sus máximos funcionarios y establece sus metas. En las décadas después de los años 80, sin embargo, cuando los gobiernos empezaron a dar a las instituciones independencia operativa, esa fe pareció mover montañas. 
 
El cambio coincidió con la era de la “gran moderación” de baja inflación y ciclos de negocios suaves. En realidad, los banqueros centrales llegaron a ser vistos como casi omnipotentes.
 
La crisis de 2007-2008 recordó al público que los titanes monetarios son mortales. Sin embargo, pese a todas las críticas que han enfrentado desde entonces, los banqueros centrales tienen menos temor a los políticos frustrados y los votantes enojados que a la fría lógica de las tasas de interés bajas.
 
Exactamente, ¿qué es tan especial en torno a un banco central independiente? El apoyo para su autonomía surgió como resultado de la contrarrevolución contra el keynesianismo de los años 70, y se basa en dos ideas relacionadas.
 
La primera es que la independencia es necesaria para preservar la restricción monetaria. Robert Lucas, un economista ganador del Premio Nobel, argumentó que, cuando los líderes de elección ejercen influencia sobre las tasas de interés, no pueden resistir la tentación de relajar la política monetaria en los años electorales, aceptando una inflación más alta como el precio de un menor desempleo.
 
Conforme la gente aprende a anticipar este comportamiento, sus expectativas de la inflación cambian. Los aumentos de precios se aceleran aun cuando el desempleo se mantenga constante o aumente. Para controlar la inflación, la política monetaria tenía que ser despolitizada y entregada a banqueros centrales que fueran independientes.
 
La independencia también pretendía imponer la disciplina en la política fiscal. En 1981, Thomas Sargent, también Premio Nobel, y Neil Wallace señalaron que los bancos centrales y los gobiernos están trabados en una batalla por el dominio. 
 
Si un banco central está comprometido con el gobierno, entonces los políticos derrochadores pudieran envalentonarse e incurrir en deudas enormes, a sabiendas de que, si los mercados pierden la confianza, un banco central sumiso intervendría e imprimiría dinero para cubrir el déficit fiscal. 
 
Si, por otra parte, un banco central puede afirmar creíblemente su independencia y comprometerse con una meta de política monetaria, los gobiernos pudieran convencerse de que imprimir dinero no es una opción como respaldo y que la deuda pública debe ser mantenida bajo control.
 
En los 70, los gobiernos pisoteaban a sus bancos centrales, lo que contribuyó a la alta inflación del periodo. Durante la gran moderación, por el contrario, los banqueros centrales asertivos aleccionaron a sus gobiernos sobre la necesidad de la restricción fiscal: Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, es famoso por haber convencido al presidente Bill Clinton de desechar sus planes de gasto público y más bien reducir los déficits. 
 
Al imponer exitosamente la disciplina a los gobiernos, los banqueros centrales esperaban evitar ser capturados por ellos.
 
Este modelo de la economía ha sido puesto de cabeza por el constante deslizamiento de las tasas de interés que empezó en los 80 como resultado de la globalización financiera, la inflación más baja y las expectativas de un crecimiento más lento. En los años desde la crisis financiera, las tasas han alcanzado nuevas y extraordinarias profundidades.
 
Esta asombrosa tendencia, que alguna vez pareció un triunfo macroeconómico, ahora amenaza con marginar a los bancos centrales. Ha eliminado constantemente el espacio que tienen los bancos centrales para recortar sus tasas de interés de referencia para ofrecer un impulso económico en una depresión. 
 
Parecen cualquier cosa menos todopoderosos, incapaces de generar un crecimiento fuerte o hacer regresar las tasas a niveles normales incluso después de años de recuperación.
 
Una erosión adicional de la autoridad de los bancos centrales quizá sea inevitable. Muchas de sus herramientas restantes reducen su capacidad de imponer la disciplina a los presupuestos del gobierno.
 
Si no se revierte eventualmente, la relajación cuantitativa, o la compra de bonos gubernamentales con dinero recién creado, representa el financiamiento monetario de alguna deuda gubernamental; precisamente el resultado que la independencia debía descartar. Las tasas de interés negativas relajan las restricciones presupuestarias al reducir el costo del financiamiento de la deuda gubernamental. 
 
Las nuevas herramientas estratégicas, como la autoridad para comprar una variedad más amplia de activos o un cambio en los mandatos, en la mayoría de los casos requerirían permiso del gobierno.
 
Además, conforme las compras de activos conducen a hojas de balance de los bancos centrales más grandes, también lo hacen las pérdidas potenciales para esos bancos debidas a tasas de interés más altas y las correspondientes declinaciones en los precios de los bonos que tienen en su poder. 
 
Esas pérdidas no afectarían a la política monetaria, pero abrirían a los bancos centrales a un escrutinio intenso y quizá invitarían a tomas del poder populistas.
 
Aunque los economistas siguen estando ampliamente a favor de la independencia del banco central, la cantidad de investigación nueva que afirma la importancia de la política fiscal estimulatoria está creciendo.
 
La continua depresión económica también está creando una apertura política hacia más acción fiscal agresiva. El 2 de agosto, el gobierno japonés anunció nuevas medidas de estímulo con valor de 45,000 millones de dólares este año. 
 
Ambos candidatos a la presidencia de Estados Unidos tienen planes que elevarán los déficits del gobierno, y el gobierno británico ha abandonado su meta de equilibrar el presupuesto para 2020. 
 
Las bajas tasas de interés han envalentonado a políticos que de otro modo habrían ignorado los llamados de los votantes frustrados por temor a los vigilantes del mercado de bonos.
 
La pérdida de la autonomía del banco central crearía riesgos; graves en lugares con una historia de imprudencia fiscal. Los gobiernos no son los más hábiles de los administradores económicos. A menudo son lentos para responder al desplome de la demanda. 
 
Los recortes de impuestos y los aumentos de gasto pueden causar estragos en los incentivos de la gente, socavando la eficiencia de la economía.
 
Aun así, la historia también sugiere que la sumisión del banco central no necesariamente conduciría al desastre. 
 
El periodo comprendido entre los 40 y lo 70, cuando los gobiernos asumieron la responsabilidad primaria de mantener a las economías fuera de las depresiones, fue más volátil e inflacionario, pero difícilmente fue el Armagedón.
 
Las recuperaciones sin demanda y con tasas de interés de los bancos centrales perpetuamente estancadas en o debajo de cero son corrosivas por sí mismas. El banco central independiente es una institución tecnocrática impresionante, pero podría resultar tener una vida relativamente corta.
 
kgb 

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