Edgar Amador

Edgar Amador

26 Sep, 2016

¿Qué vamos a hacer con tanto dinero?

Para Leticia Palma

 

Quizá la economía sea tan sólo el nombre que le damos a la geografía y a la demografía en el corto plazo. Si no fuera por el enorme peso que tienen la innovación tecnológica y la estructura institucional sobre la economía y su potencial (vean a Holanda o Suiza), en el largo plazo lo que parece acabar contando para que una nación sea rica o no es su lugar en el mundo y la dinámica de su población. En el ínterin la política fiscal y monetaria son relevantes, pero en la cuenta larga (allí donde todos estamos keynesianamente muertos) el territorio y la población son extremadamente relevantes.

El problema con el largo plazo es que no sabemos cuándo empieza. O lo que es lo mismo, tampoco sabemos cuándo acaba el corto plazo. Por ejemplo, la decisión de la Reserva Federal de  Estados Unidos, la Fed, la semana pasada, de no modificar sus tasas de interés a pesar del disenso de tres de sus votantes en el Comité de Mercados Abiertos (FOMC), ¿responde a una coyuntura de corto plazo o es una decisión que refleja las potentes restricciones y tendencias que el largo plazo está imponiendo a la política monetaria de los países desarrollados? La respuesta es fácil, pero chambona: las dos cosas.

De corto plazo, la Fed ha recibido señales de indicadores oportunos que sugieren que la recuperación económica estadunidense sigue flácida y frágil, y ante la ausencia de un repunte inflacionario de cuidado y las elecciones más complicadas de la historia reciente en noviembre han decidido mantener las tasas de interés en sus actuales niveles, muy cerca de sus mínimos históricos.

Pero si miramos los tensores de largo plazo, la decisión de la Fed de no subir sus réditos muestra lo difícil que parece ser la salida de esta trampa de tasas bajas. Y las razones son parcialmente demográficas.

Estados Unidos y Europa viven un momento demográfico peculiar: el inicio del retiro del baby boom, la generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial que produjo la mayor ola de nacimientos de los países desarrollados casi como una respuesta a la masacre producida por la conflagración mundial. Esa generación vivió uno de los auges económicos más asombrosos de la historia mundial: con algunas interrupciones, el vivido de 1950 al año 2007. Durante ese largo periodo, esa generación produjo ingresos masivos y ahorró para su retiro.

Esos ahorros probablemente sean la mayor acumulación de activos financieros en la historia del mundo. Nunca antes la civilización humana había visto tal volumen de ahorro como el que dio esta generación del baby boom, quienes apartaron una parte importante de sus ingresos para poder vivir en su retiro.

De unos años para acá, ese retiro masivo ha comenzado y esa generación dorada se ve ahora víctima de su propio éxito: su enorme ahorro ha hecho que el capital sea abundante y por tanto el costo del capital, la tasa de interés, esté en sus mínimos históricos justo en el momento en que se enfilan al retiro.

La baja en tasas de interés inició luego de que a mediados de la década del setenta los réditos alcanzaron un máximo, y tras la reducción de la inflación que surgía por todos lados, las tasas comenzaron a bajar en una trayectoria consistente los siguientes treinta años hasta llegar a hoy, con tasas cercanas al cero en Estados Unidos y con tasas negativas en Europa.

Si la tasa de interés es el precio del capital y ese precio es cero o incluso negativo, entonces quizá haya demasiado capital, demasiado ahorro, demasiado financiamiento apartado por la generación del baby boom. Y si a esa generación que produjo una plétora de ahorro le sumamos la incorporación del sureste asiático, China, Japón y la India, culturas frugales que idiosincráticamente premian la contrición financiera y alaban al ahorro y la mesura, el resultado es lo que parece ser un
cúmulo inmanejable de ahorro en el mundo que aplasta contra el piso a las tasas de interés globales, sobre todo en aquellos países donde el sistema bancario y la solidez de sus monedas se convierten en refugio de los ahorradores globales, Estados Unidos  y Europa Occidental.

Si las hipótesis anteriores son correctas: ¿qué se requerirá para que los bancos centrales puedan levantar la enorme losa que representa la plétora de ahorro que asfixia al sistema bancario global?

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