Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

20 Oct, 2016

¿No compró carro todavía? ¿Acaso sería porque no quiso?

Uno de los argumentos que utilizan los panegiristas que maquillan lo que enfrentamos es el volumen de las ventas de autos. Citan con regocijo porcentajes y, sin recato alguno, esto lo atribuyen a las bondades y frutos palpables de las Reformas Estructurales. Si usted es de los que han osado poner en duda tales razonamientos, de inmediato es calificado, cuando menos, de imbécil.

También, cuando se dan explicaciones facilonas y frívolas a fenómenos económicos de cierta complejidad, las cosas no salen bien, pues aquéllas son ridiculizadas por no responder a la realidad económica.

En una economía como la mexicana, donde la informalidad, la corrupción y la falta casi total de seguridad para el ciudadano de a pie es el pan nuestro de cada día, buscar explicaciones simplistas a situaciones complejas, es una falta de honradez intelectual, por decir lo menos.

Hoy, por ejemplo, si usted no ha comprado un auto, sobre todo, a crédito, se debe, nos señalan, a que somos casi unos retrasados mentales. Los autos relucientes y el crédito, nos dicen burlonamente, lo están esperando, sea en alguna sala de exhibición y en algún banco, o en las financieras de las mismas compañías fabricantes de aquéllos. Casi el paraíso, pues.

Ante tales argumentos, ¿qué sentido tendría contraponer el hecho de que los niveles de ingresos de millones de millones de personas registrados en el IMSS, apenas llegan a los tres salarios mínimos al mes —poco más de 6 mil pesos—, que la informalidad laboral afecte, ¿qué le gusta, a 50 millones de mexicanos?, que la proporción de mexicanos que se desplazan en un auto propio apenas rebasa, otra vez, ¿qué le gusta, los 20 o 25 millones de los 125 que somos hoy?

¿De qué serviría que el acusado de ser un imbécil, diere argumentos debidamente soportados en la realidad del país? De nada, pues ante la superficialidad y la grosería burda nada queda por hacer, salvo, por supuesto, esperar a que el tiempo ponga cosas en su nivel y, el que retador lanzaba sus anatemas (maldición, imprecación), deba tomar otro tema como materia prima de sus análisis por encimita.

Nunca como en los tiempos que corren, las explicaciones facilonas han causado tanto daño; nunca como en la situación actual, rechazar la búsqueda de la explicación seria y debidamente soportada, ha sido tan dañino. 

Por otro lado, volumen de ventas de este bien, inflación en éste o aquel nivel, tasas de interés en éste o aquel porcentaje y paridad de éste o aquel monto, jamás han sido suficientes para explicar una realidad específica. Mucho más nos exige el análisis serio y objetivo; a más nos obliga la necesidad de encontrar las causas, de éste o aquel fenómeno económico.

La bravata retadora ante una realidad compleja, de nada sirve; retar a adversarios imaginarios a nada conduce salvo, por supuesto, a hacer el ridículo porque, los estudiosos están en lo suyo, en la búsqueda sistemática de datos que en verdad sean útiles para el diagnóstico.

La realidad, esa señora terca que no se deja seducir, menos amedrentar por la bravata o el reto del que busca adversarios donde no los hay, más temprano que tarde pone en su lugar a uno, y a los otros.

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