Alicia Salgado

Cuenta corriente

Alicia Salgado

2 Dic, 2016

Carstens: ¡rompió el paradigma!

Agustín Carstens, con 58 años de edad, rompió el paradigma de que las instituciones financieras que regulan y supervisan al sistema financiero global deben ser dirigidas por europeos o estadunidenses.

Será el primer banquero central de un país emergente (México) en asumir la Gerencia General del Banco Internacional de Pagos (Bank of International Settlement-BIS) a partir del 1º de octubre del 2017 y para un periodo de cinco años. ¡Bravo por él y bravo por nosotros!

Le comenté que aunque Jaime Caruana termina su cargo en marzo, había comunicado a Jens Weidmann, presidente del consejo del BIS, para permanecer hasta el 30 de junio, con el fin de dar tiempo a la elección del sucesor y al momento que se espera clave para la comunidad financiera global: el reinicio de la normalización monetaria en Estados Unidos y el conocimiento claro de qué pretende hacer el presidente electo Trump con la relación con México.

Será en octubre cuando Carstens deberá estar en Basilea. Al tener siete meses de por medio, no sólo el presidente Enrique Peña tendrá el lapso suficiente para designar y al Senado para ratificar; al mismo tiempo, se permite que la Junta de Gobierno del banco esté completa para enfrentar la coyuntura que se presume complicada: el momento en que tome posesión Trump como Presidente de Estados Unidos y defina con mayor claridad su política de gobierno.

Lo destacable es que la decisión de Carstens no parte de una presión política: no renuncia, acepta un cargo global. Como le comenté el pasado 24 de noviembre, es considerado un “personaje de grueso calibre y reconocida experiencia internacional”, para enfrentar un desafío que se antoja muy complicado para el mundo financiero entre los banqueros centrales: la presión por relajar las reglas financieras emanadas de Basilea y la escasa armonización de leyes y reglas entre las principales jurisdicciones.

El principal problema que tiene Peña es decidir quién puede ser el sucesor de Carstens, porque debe ser alguien con fuertes credenciales nacionales y globales (México es financieramente sistémico), para no permitir que el mercado ponga en duda que el Banco de México mantendrá su independencia durante ésta y la siguiente Presidencia en 2018.

El momento en el que Carstens toma la decisión no es ideal, porque su postura no ha sido complaciente ni con el presidente Peña ni con los secretarios Videgaray y Meade, pues no ha dudado en señalar la necesidad de ajuste fiscal.

Nombres suenan: Manuel Ramos Francia encabeza las menciones entre los integrantes de la Junta de Gobierno, incluyendo la del recientemente ratificado, Alejandro Díaz de León (se le ve joven), pero los otros dos también tienen una gran solidez: Roberto del Cueto y Javier Guzmán.

Hay quien menciona que podría ser propuesto Luis Videgaray, pero politizaría la elección porque en el Senado, el PRI necesita de la oposición para ratificar al gobernador del Banco de México. Personajes como Francisco Gil, José Ángel Gurría (termina su segundo periodo en la OCDE), tienen el candado de la edad impuesto en la Constitución y la ley. Otro personaje de calibre es Alejandro Werner, quien hoy es director del Hemisferio Occidental del FMI, coautor con Rudiger Dornbusch y uno de los primeros en prevenir la crisis de 1994, de mano dura, pero con capacidad para escuchar, estimado y respetado en el sistema financiero mexicano, en la Fed  y por los principales economistas y banqueros centrales del mundo. Tiene vocación de servicio público, pero con el inconveniente que le ha impedido aspirar a ser titular de Hacienda: es argentino y debe ser mexicano por nacimiento. En estos casos, el Presidente legisladores, o ciudadanos tendrían que proponer una reforma constitucional (para pasar requiere de las 2/3 partes en ambas cámaras).

La oportunidad y posibilidad legislativa existe, si de lo que se trata es de asegurar independencia y el hecho de que si bien Carstens es un personaje de talla internacional, el Banco de México es una institución sólida y autónoma a la que no le vendría mal un personaje joven, que también represente el relevo generacional. Werner lo sería.

El otro candidato más fuerte sería el secretario de Hacienda, José Antonio Meade. Cuenta con las credenciales y el respeto de los partidos y hoy tiene el desafío de reestablecer la credibilidad en el manejo responsable de la hacienda pública. Con él se requeriría mayoría simple de los presentes para la ratificación y el PRI con el Verde tienen 48% de los votos en el Senado. Lo siento poco probable porque su designación implicaría que no podría aspirar a ser candidato a la Presidencia de la República y el Presidente tendría que pensar en quien nombrar en Hacienda. Si fuera el caso, se comenta que el subsecretario de Ingresos, Miguel Messmacher, podría ser pues conoce el trabajo, conoce a los mercados, lo conocen los mercados y sería un secretario de cierre. Meade lo fue con Calderón.

Del sector privado con capacidades y credenciales se menciona a varios: el primero es Alberto Gómez, economista de Citibanamex y presidente ejecutivo de la ABM; Alonso García Tamés, que hoy está al frente de la Caja de Québec; Gerardo  Rodríguez Regordosa, que está en BlackRock en Nueva York y fue subsecretario con Meade.

Y ya entrados en esto, también está José Antonio González Anaya, pues para entonces, Pemex tendría un plan y sólo restaría poner a un ejecutor para concluirlo. Arriesgado, pero posible. Hay quien menciona al rector del ITAM, Arturo Fernández, lo que suena improbable.

Colofón: Quien suceda a Carstens tendrá que completar su periodo. Vence en diciembre del 2021. Ante todo, que tenga en cuenta que la credibilidad de la política monetaria mexicana depende de que el candidato sea creíble y ortodoxo, que crea en el régimen de inflación por objetivos y baja o nula intervención cambiaria, pero sobre todo que sepa decirle no al secretario de Hacienda y al Presidente.

Los integrantes de la Junta de Gobierno comparten esta visión, y ellos y los mercados estarán atentos a ver cómo esta postura reforzada. Si se nombrara a una figura política débil, se enviaría una pésima señal. Aquí, como decía mi abuelita, importa el personaje tanto como la institución.

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