José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

7 Dic, 2016

Agustín Carstens II

Siguiendo con mi crónica sobre la carrera de Agustín Carstens (ACC) publicada el lunes en esta columna, al término de su estancia de dos años como director ejecutivo en el FMI, fue invitado por quien habría de ser el secretario de Hacienda de Vicente Fox, Francisco Gil Díaz, para que se uniera a su equipo como subsecretario.

La subsecretaría “del ramo,” como se le conoce en el argot financiero, es la encargada de la planeación de la hacienda pública, de manejar el crédito del país, de normar y supervisar lo mismo a la banca de desarrollo que a la banca comercial y de inversión, a las aseguradoras y entidades que manejan pensiones, y a la infinidad de asuntos internacionales vinculados a sus responsabilidades sustantivas.

Ninguna de estas labores le era desconocidas a ACC, pero no es lo mismo conocerlas desde afuera que tener el compromiso de ejecutarlas. Haciendo un buen equipo con Carlos Hurtado en la subsecretaría de Egresos y Rubén Aguirre en la de Ingresos, la SHCP estabilizó las finanzas públicas del país e inició su desendeudamiento.

La aportación de ACC a la buena marcha de las finanzas no terminó en los aspectos técnicos del trabajo, pues, según me confió Gil Díaz, Agustín se reveló como astuto negociador ante legisladores, gobernadores y funcionarios de otras dependencias del Ejecutivo, y como persuasivo e incansable vendedor de las políticas financieras.

A mediados del sexenio Agustín fue invitado a incorporarse al FMI como director general adjunto, con la responsabilidad de aplicar y dar seguimiento a los planes del Fondo en cerca de 70 países de tipologías diversas y con problemas muy distintos, por lo que había que hacer “trajes a la medida en cada caso,” algo bien distinto a una de las acusaciones que se le hacen al FMI, que siempre aplica las mismas medicinas.

Una de las batallas que dio Agustín fue la de adoptar cláusulas de acción colectiva en la renegociación de bonos soberanos, que permiten renegociar deudas en peligro de suspensión de pagos aun cuando no todos los acreedores estén de acuerdo. Se logró adoptarlas con éxito y sin que se elevara gran cosa el costo de emitir deuda.

Cuando llegaron a Washington Catherine y Agustín adoptaron un estilo de vida imposible en la Ciudad de México. Consiguieron un apartamento en el condominio Watergate, a un par de kilómetros del FMI, y ACC solía caminar a su oficina, lo que sumado a horarios y cargas de trabajo ordenados y sensatos, y menos compromisos en prolongadas comidas y cenas, le permitió mejorar a ojos vista su condición física.

En esa época yo llevaba viviendo un tiempo en Washington, y nos reuníamos seguido ya fuera para platicar de lo que pasaba en México o sobre la economía global o a rememorar divertidas anécdotas, como cuando Agustín hacía recesos a media mañana en el Banco para tomarse un tentempié en Beatricita, la legendaria taquería. Observé como tener más tiempo para su familia y amigos redundaba en su bienestar.

Tan feliz circunstancia en su vida privada no duraría mucho, pues en 2006 el presidente electo Felipe Calderón invitó a ACC a ser secretario de Hacienda, lo que significó regresar al tráfago concomitante a sus nuevas responsabilidades, en adición a la grave crisis financiera en EU de 2008 que habría de extenderse como la lepra.

El impacto sobre la economía mexicana fue grave y ACC hubo de enfrentar la mayor caída en el PIB desde 1995, con el consecuente colapso de la recaudación tributaria. Si bien el déficit público creció, como era de esperarse, la deuda del gobierno lo hizo con mayor parsimonia, gracias a las reformas recaudatorias impopulares, pero necesarias adoptadas y a las atinadas coberturas petroleras que ejecutó.

Terminaremos este recuento el viernes.

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