José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

27 Ene, 2017

Un naco en la Casa Blanca

Hemos logrado hacer una exportación insólita, la naquez, que muchos creíamos era una característica cultural exclusivamente mexicana, llegó con furia a EU y hoy se enseñorea con su inefable derroche de mal gusto y falta de clase en la Casa Blanca, pináculo del poder político de la nación omnipotente del orbe.

Algún letrado definió lo naco como “lo contrario al refinamiento, lo chafa; es la falta de cortesía, de educación, de buen gusto, de modales; es querer fastidiar al otro; es la falta de respeto a todo; lo naco es la antítesis de la cultura”.

Donald Trump ha exudado todos y cada uno de estos rasgos en su primera semana como Presidente de la gran potencia, empezando por su discurso inaugural, de ignorancia y agresividad asombrosas y carente de virtud alguna que lo redimiera: fue una sombría distopía que existe sólo en su imaginación de un país vencido y en ruinas por los abusos perpetrados por sus socios y aliados que sólo él puede arreglar.

Su naquez no se limitó a los actos públicos sino que permeó todas sus acciones, con reiteradas mentiras, su lacra más peculiar. Afirmó que su acto inaugural había sido el más concurrido en la historia, cuando las fotografías mostraban lo opuesto. Dijo, sin aportar prueba alguna, que había ganado el voto de sus conciudadanos, pero que cinco millones de residentes ilegales en su país habían votado contra él.

Cuando al fin se sentó en la Oficina Oval, ya había mandado cambiar las cortinas por unas de un chillante dorado como su melena, reminiscentes de su penthouse en la torre Trump, cuya decoración la describió el Financial Times como “si Saddam Hussein se hubiera ido en un festín de compras con Liberace” (el finado pianista).

Según quienes han estudiado el tema, la naquez va con frecuencia acompañada de un profundo complejo de inferioridad y enorme inseguridad, que en el caso de Trump se manifiestan en la inacabable autoexaltación de su fortuna y genialidad; de sus fulgurantes estudios e inteligencia y hasta de sus atributos físicos, inmencionables entre gente con clase, cuando alguien criticó la enanez de su dedo índice.

¿Qué tiene de malo que haya llegado un naco como Trump a la Presidencia de su país? Ello simplemente refleja que hay una enorme cantidad de nacos, como él, que ejercieron su derecho al voto a favor de uno de ellos, narcisista, inculto, misógino y racista. El problema es que alguien dotado de tales tipologías es muy peligroso.

En su mente “hacer a América grande de nuevo” significa encerrarse tras barreras proteccionistas y cortar vínculos con los organismos multilaterales que han hecho posible que el mundo haya vivido en paz y progresado durante los últimos setenta años como nunca antes en su historia. Proteccionismo en lo económico y aislacionismo en lo político son las fórmulas perfectas para generar una crisis global.

La personalidad de Trump  es de tal naturaleza frágil que cuando se siente ofendido o atacado responde siempre con una ferocidad desenfrenada, por la vía de sus tuits compulsivos e incontinentes. Este rasgo de su comportamiento debe ser estudiado con detenimiento por quienes negociarán pronto con él, como Enrique Peña Nieto.

Su infinita naquez, bien conocida por las verdaderas élites neoyorquinas que lo desprecian por ser un parvenu del barrio de Queens —la Neza de Nueva York—, fulguró anteayer recibiendo a Luis Videgaray e Ildefonso
Guajardo, de visita en la Casa Blanca para explorar los términos de una posible negociación, con el decreto para erigir su muro fronterizo y el anuncio de más deportaciones de nuestros paisanos.

En estas circunstancias fue muy atinada la cancelación de la visita de Peña Nieto a Washington.

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