Edgar Amador

Edgar Amador

6 Feb, 2017

El americano gacho

Decirle a Donald Trump y los suyos que son unos abusivos, que están violentando la diplomacia establecida, que están llevando al límite permisible la agenda de derechos humanos al coartar la migración, y que el internacionalismo, que ha caracterizado a Estados Unidos por décadas, sangra en cada llamada que el presidente hace desde la Casa Blanca, es pegarles donde no les duele. Eso es lo que quieren y buscan: dejar de ser el americano amable y pasar a ser el americano gacho. Ésa es su agenda. Y es un error.

Como el tío Ben le dijo a Peter Parker, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, y Estados Unidos han sabido cumplir, a veces garrote en mano, con dicho adagio desde que se erigieron como la potencia mundial tras el fin de la Segunda Guerra.

La potencia americana ha sabido acomodar su atlantismo natural con equilibrios en el Pacífico, en Latinoamérica y en el Océano Índico, buscando contener a sus rivales históricos: Rusia y China.

Ser el líder implica acomodar y darle su lugar a los aliados: negociar. Para Trump y su equipo, negociar es debilidad, acomodar es ceder, equilibrar es retroceder, y quieren cambiarlo todo, rompiéndolo como lo han hecho en estas primeras semanas en el mando.

Es necesario entender que lo que Trump hace es congruente con su visión de las cosas:
él y su grupo están en armonía con la visión que la mitad de los estadunidenses comparten: el malestar económico que sufre la clase media y baja de  Estados Unidos se debe a que están económica y militarmente sitiados por el resto del mundo.

Para Trump y la mitad de los estadunidenses, el internacionalismo ha permitido que las fábricas que antes daban empleos en casa hayan migrado, y por lo tanto, hay que acabar con éste. Para Trump y sus votantes, el multilateralismo, que ha globalizado los flujos de comercio e inversión, es la causa del estancamiento secular en su bienestar, y por ello hay que acabar con el mismo.

Por lo anterior y más, el furor mediático y en redes sociales contra las medidas anunciadas estas primeras semanas son la confirmación de que su diagnóstico es correcto y de que todo va de acuerdo con lo planeado.

Para Trump y sus votantes, el establish-ment es el enemigo, y el rechazo que varios jueces federales han producido contra sus edictos antimigración son la confirmación de dicha prognosis.

Los jueces son parte de esa larga lista de enemigos de los estadunidenses que incluye a México, a las relaciones internacionales forjadas por Washington las últimas décadas, los demócratas y los medios, y China. Son eso, enemigos, y hay que enfrentarlos con todo. Para Trump y los suyos el escándalo de estos días forma parte del plan trazado desde el comienzo.

Trump y los suyos van conforme a su plan. En su diagnóstico están acabando con el mal que aqueja a sus votantes y que les garantizará su permanencia en el poder más allá del cuatrienio. Pero es un error tremendo (para usar esa palabra tan cara al Donald).

Donald Trump no quiere cambiar el establishment, no quiere negociar con él. Lo quiere dinamitar. Porque Donald el político y Donald el empresario se parecen mucho: buscan salirse con la suya porque están convencidos de que su método es el único que vale. El empresario es un gandalla que no negocia, el político es ideológico.

Para ninguno de los dos existe negociación posible, y eso más temprano que tarde va a producir una reacción concomitante del orden establecido dentro y fuera de  Estados Unidos.

¿Es probable que Trump y los suyos impongan su agenda en el muy corto plazo subvirtiendo el orden actual de manera serial y masiva?

Parece poco probable que abriendo frentes contra el terrorismo islámico, contra el Nafta, contra China y el multilateralismo europeo, contra los medios liberales, el Partido Demócrata y el sistema judicial de su país, Trump vaya a salir airoso de todos.

Dicen los que saben que hay que escoger tus peleas. Donald Trump no está escogiendo las suyas, está provocando todas al mismo tiempo y más temprano que tarde quien acabará dinamitado serán él y los suyos.

Pero no se detendrán. Ellos están convencidos de estar en una misión contra el mal. Son unos cruzados convencidos de que lo que hacen es correcto y que sus adversarios tienen que ser eliminados y conversar con ellos es una pérdida de tiempo.

Hace apenas tres semanas, Barack Obama era el representante del americano amable. Ya no más, los siguientes serán los años del americano gacho.

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