Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

7 Feb, 2017

A lo que conduce el miedo a la verdad: a mentir, y caer aún más

Una de las cosas que más trabajo les ha costado a nuestros políticos —sean gobernante, funcionarios y legisladores, o dirigentes partidarios—, es qué hacer con la verdad. ¿Cómo la esconden, a dónde la envían? ¿Qué hacer con ella?

La mentira, aun cuando no sea necesaria, los nuestros la dicen; además, la gozan y disfruta a plenitud, como un placer casi orgásmico. Sin embargo, por más que mientan, elegante o burdamente, la verdad ahí sigue. Es más, al no ser atendida, se agrava.

Todo esto que le digo, en modo alguno es nuevo; en nuestro caso, desde antes de la llegada de los españoles, ya la mentira era algo nuestro. Con los conquistadores, mentir fue algo que los nativos pulieron y hoy, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que los mexicanos mantenemos un lugar entre los más de 200 países del mundo, que es la envidia de los mentirosos de países como Chile y Costa Rica. Los políticos africanos, salvo las honrosas excepciones como la del Licenciado Mugabe, los demás nos hacen los mandados. Mentimos pues, sin necesidad; por placer, simplemente.

Por encima de esta realidad de nuestro comportamiento ante la verdad, las cosas han llegado ya a un extremo peligroso. Es tal la propensión a mentir, tanto de los gobernantes y sus funcionarios como la de los legisladores y dirigentes de partidos políticos, ¿me oyen, Ochoa y López?, que la estabilidad económica —no se diga ya la política, o la gobernabilidad si lo prefiere—, está amenazada.

Mentir y mentir, no atreverse a decir la verdad cuando la situación lo exige, contribuye en mucho y de manera acelerada, a degradar la credibilidad del gobierno cuya conducta privilegia mentir. La confianza de los inversionistas —locales y del exterior—, se pierde o reduce peligrosamente; la confianza de los agentes económicos privados, llega a ser una mercancía escasísima.

Por otra parte, los ciudadanos rechazan las instituciones, pues les pierden todo respeto al ver la impunidad que se concede por parte de la autoridad a los delincuentes, sean éstos del CNTE o la CTEG. ¿Por qué nos mienten cuando, lo único recomendable es decir la verdad, por dolorosa e impopular que fuere? ¿Por qué buscar explicaciones que nada aclaran y por el contrario, confunden más, y contribuyen a rechazar toda institución pública?

¿Acaso esta conducta se explica, sólo por el temor a perder privilegios mil, ellos y los suyos?  ¿Tan sencillo es el asunto? ¿Qué más habría, aparte de este temor?

Como hipótesis, pienso que siguen mintiendo porque, aún sin privilegios, ya le tomaron gusto; ya se adaptaron de manera tan integral y profunda a decir siempre mentiras, que una conducta así la ven mal, y hay de aquél que se atreva —tanto en el sector público como en el privado—, a decir que el Rey va desnudo, como el niño del cuento infantil. ¿Cómo pudo ese infante, no apreciar el nuevo traje del emperador, que todo el mundo veía y chuleaba, al decir algo tan simple y de una honradez que todo lo echó abajo, el rey va desnudo?

¿Por qué hoy, en las difíciles circunstancias en las cuales nos encontramos, nadie se atreve a decir que Videgaray, Meade y Guajardo, van bichis? ¿Y por qué no decir también, que Ruiz, Narro y Robles van bichis (o bichicoris como decimos en Sonora)? ¿Será porque también nos encanta mentir, y sabemos que de decir la verdad, nuestra carrera política podría en ese mismo momento terminar para siempre? De ser esto último, para seguir con las expresiones de allá, diría: ¡Qué bizcochos!

Esperar que hoy, los que nos gobiernan y conducen el aparato público; los que legislan y dirigen partidos, nos digan la verdad, sería, por decirlo decentemente, una ingenuidad.

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