Edgar Amador

Edgar Amador

27 Mar, 2017

La derrota de Trump y la derecha caníbal

La clave de por qué Donald Trump fue derrotado por su propio partido de manera tan lastimosa la semana pasada, cuestionando su autopromocionado liderazgo y arriesgando el desaforado optimismo que los mercados financieros han puesto en él, descansa en la misma razón por la cual pudo alzarse con esa extraña victoria en noviembre pasado: la furia de la ultraderecha contra el establishment.

La rabiosa ultraderecha estadunidense, hiperreligiosa, abiertamente racista y aislacionista, no acepta concesiones. Su agenda antiestablishment coincidió política y geográficamente con la candidatura presidencial de Trump y dicha confluencia se tradujo en una mezcla territorial precisa que aprovechó la aritmética electoral barroca de Estados Unidos para derrotar a la abrumadora mayoría demócrata en la presidencial.

Pero la confluencia no podía ser más que fortuita. Trump se robó la agenda de la ultraderecha de manera oportunista para flanquear al Partido Republicano y alzarse con la candidatura presidencial primero y con la presidencia después. Pero ya en el poder Trump se ha tenido que enfrentar con un hecho contundente: no se puede derribar al establishment desde el establishment. Pocos productos tan acabados del establishment como un billonario neoyorquino de bienes raíces. Tal producto del establishment no puede ser el que lo destruya y conculque. No es de extrañar entonces que cuando Trump presenta su iniciativa anti-Obamacare, el proyecto protegía los intereses de dicho establishment.

La ultraderecha (nucleado en el Freedom Caucus) admonitoriamente le condenó: es un “Obamacare” sin sacarosa, light, y se lanzaron contra la propuesta hasta hundirla y producir una derrota vergonzosa para el petulante Trump.

¿Pero cómo es posible que los republicanos se hayan hundido a sí mismos, arriesgando el resto de la administración Trump?

El argumento que sigue no es mío, sino de mi maestra Eloísa Andjel, y creo que es correcto y explica este y los posibles fracasos que vienen: a diferencia de la derecha francesa, quien se ha negado a aceptar a la ultraderecha racista y xenófoba, y ha preferido verse derrotado antes de aliarse con ella (enemigos de la República), el Partido Republicano ha acomodado gozoso a la ultraderecha estadunidense a sabiendas de que son enemigos de la democracia y del proyecto globalizador que son el gen de los Estados Unidos.

Ya sea por el miedo a su desintegración o por inconfesable afinidad, el Partido Republicano ha albergado y prohijado siempre a la ultraderecha de buena gana, incluso sabiendo que es un germen destructor de la democracia estadunidense. Pero la reacción contra la globalización que ha incendiado al mundo en los últimos meses y años, que ha venido más de la derecha que de la izquierda, ha hecho crecer a la ultraderecha estadunidense al punto que ya pesa más dentro del Partido Republicano que los conservadores tradicionales que han dominado eternamente al partido.

En ese sentido el caso estadunidense es muy particular. A diferencia de la experiencia europea y otras latitudes (Filipinas, por ejemplo), la ultraderecha ha desfondado a la derecha tradicional: el Frente Nacional en Francia, el Brexit en el Reino Unido, los casos de Holanda y Grecia muestran que la derecha ha sido rebasada y eclipsada por nuevas instituciones de la ultraderecha que la han desfondado.

Pero el bipartidismo estadunidense ha producido este engendro del cual incluso su hijo predilecto, Donald Trump, ha sido víctima. De hecho para la ultraderecha estadunidense este modelo es más eficiente. En vez de empezar de cero y construir su base de poder desde el suelo, ha sido mejor para ellos capturar gradualmente al partido conservador más poderoso del mundo y correrlo hacia la derecha sin desmoronarlo. En lugar del asalto al poder, la ultraderecha estadunidense ha capturado el alma y corazón del partido hasta su conversión final con Donald Trump.

Pero el despistado de Trump, creyendo que era el arquitecto de la revolución híper conservadora que lo usó para la toma del partido y de la presidencia, no siquiera vio que su propuesta anti-Obamacare moderada sería despedazada por la ultraderecha. De repente, sorprendido, sufrió sin darse cuenta la consecuencia de su victoria: la ultraderecha es la dueña de la política estadunidense, lo quiera Donald Trump o no.

Esto le deja al tragicómico neoyorquino dos opciones: o se entrega a la ultraderecha y despedaza a la democracia estadunidense, o bien, cansado de derrotas a mano de la ultraderecha decide aliarse con los odiados demócratas para poder gobernar, en cuyo caso su presidencia estará condenada por la furia de la ultraderecha.

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