José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

31 Mar, 2017

Un siglo, poco cambio

El 6 de abril próximo marca el ingreso de EU en la 1ª Guerra Mundial, conflicto devastador entre las potencias imperiales, que estaba en un impasse en el frente occidental europeo a la mitad de Francia, mientras que Alemania se anotaba la victoria en el frente oriental con la salida de Rusia del conflicto.

¿Cómo explicar que un pacifista presidente de EU, Woodrow Wilson, recién reelecto en 1916 jurando no involucrarse en esa guerra, cambiara abruptamente de opinión? Un telegrama que le envió el canciller alemán, Arthur Zimmermann, a su embajador en México.

El famoso telegrama Zimmermann, que el embajador Heinrich von Eckardt entregó al Presidente Venustiano Carranza, prometía a México recuperar sus territorios perdidos en las guerras de independencia de Tejas de 1836 y contra EU diez años después, si nuestro país invadía EU.

Independientemente de lo absurdo de tal propuesta, para un México destrozado por una sangrienta guerra civil y un presidente Carranza que salió huyendo a Veracruz, a donde nunca llegó, poco después de recibir el telegrama, lo interesante es determinar cómo se logró que su contenido se hiciera público.

La respuesta radica en la destreza del espionaje británico para interceptar y descifrar el telegrama en el famoso “cuarto 40”, cuya creación la ordenó Winston Churchill, a la sazón del Primer Lord del Almirantazgo, después de que Inglaterra había cortado los cables submarinos de Alemania en el Atlántico.

El telegrama había sido enviado de Berlín a Nueva York, donde la complaciente Casa Blanca permitía a los alemanes transmitir a su antojo mensajes cifrados en los medios de comunicación diplomáticos de EU, en su fallido intento de pretender ser intermediario y pacificador, y “confiando en la buena fe de los alemanes.”  

El problema para los ingleses era cómo revelar el contenido del telegrama sin que los alemanes se percataran de que habían penetrado sus códigos, lo que se consiguió inventando que el texto se filtró en México, cubriendo así el rastro del decodificador. Cuando su contenido se hizo público, la presión del Congreso y de los medios de comunicación en EU para declarar la guerra a Alemania se hizo irresistible, por lo que Wilson se vio forzado a movilizar a  las fuerzas armadas.

Hay muchas similitudes entre lo ocurrido hace un siglo y lo que sucede hoy. Los electores de Wilson y Trump exigen que su país evite involucrarse con el resto del mundo y encerrarse tras sus fronteras. A pesar de sus diferencias ideológicas, ambos promueven más gasto público deficitario para impulsar sus proyectos.

Los dos son elitistas, racistas y presumen de su intelecto, aunque Wilson tenía más sustento para ello, lo que lo llevó a la rectoría de Princeton, mientras que Trump, que ha escrito muchos más libros de los que ha leído, es de una ignorancia e incultura no vistos en la Casa Blanca desde que la ocupara su nuevo héroe, Andrew Jackson.

Pero, al igual que la realidad, en el caso de Wilson, el famoso telegrama lo forzó a abandonar sus promesas de campaña, no es inverosímil idear escenarios en los que Trump se vea obligado por las circunstancias a abandonar las suyas y adoptar nuevas estrategias, ¿lo entenderá?

La frágil personalidad de Trump no admite derrotas y, ante la colosal que tuvo en su fallido intento por cancelar el Obamacare la semana pasada, que ni siquiera concitó los votos necesarios de los diputados de su partido, procedió, como siempre, a proclamar victoria y acusar a otros de su fracaso, igual que Wilson hizo con los fiascos del Tratado de Versalles y la Liga de las Naciones, sus proyectos favoritos.

Ya veremos qué otras semejanzas aparecen con el tiempo entre estos siniestros personajes, pero, por lo pronto, es posible que la presidencia de Trump termine tan mal como la de Wilson.

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