Versión de impuesto corporativo de Trump podría parecerse a la de Obama 

La pregunta del billón de dólares es si bajar los impuestos corporativos a fin de cuentas tendrá el efecto deseado

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La pregunta del billón de dólares es si bajar los impuestos corporativos a fin de cuentas tendrá el efecto deseado. Foto: Reuters
La pregunta del billón de dólares es si bajar los impuestos corporativos a fin de cuentas tendrá el efecto deseado. Foto: Reuters

Apenas unos días después de haber rendido protesta como presidente, Donald J. Trump convocó a una reunión en la Casa Blanca con algunos de los empresarios más prominentes del país para analizar cómo mejorar la manufactura. 

Trump se reunió con Elon Musk de Tesla, Mark Fields de Ford, Andrew Liveris de Dow Chemical, Marillyn A. Hewson de Lockheed Martin y Michael Dell de Dell, entre otros.

Antes de que la reunión empezará formalmente, con las cámaras grabando, Trump quiso hablar de la tasa de impuestos corporativos y, específicamente, de bajarla. En uno de los debates con Hillary Clinton, él les dijo a los votantes: 

Conforme a mi plan, los impuestos se van a reducir de una forma tremenda, de 35 a 15 por ciento para empresas, grandes y pequeños negocios. Eso va a crear empleos como no se ha visto desde Ronald Reagan. Va a ser una cosa hermosa de ver”.

Y repitió la cifra de 15% una y otra vez.

Sin embargo, cuando Trump habló con los ejecutivos esa mañana, él modificó ligeramente la meta: “Estamos tratando de bajar la tasa entre 15 y 20 por ciento”.

Al interior de la Casa Blanca, hasta el viernes 24 de marzo, según personas implicadas en las conversaciones, la tasa deseada había vuelto a subir, a un mínimo de 20% pero muy posiblemente un poco más.

Y ahora, dado que se descartó la idea de revocar la ley de seguro médico accesible –y con ella el billón de dólares en recortes de impuestos en el curso de los próximos diez años que necesita hacer el gobierno para que su plan fiscal no afecte el déficit– hay muchas probabilidades de que cualquier paquete fiscal contenga una tasa de impuestos para empresas que esté bastante más arriba de la promesa inicial de Trump, quizá hasta en 28 por ciento.

Pero no me lo crean a mí. Esa es la cifra que calculó Grover Norquist para que el plan no afecte al déficit después de diez años. 

Norquist es activista contra los impuestos y presidente de Estadounidenses por la Reforma Fiscal, que siempre ha tratado de que las tasas de impuestos sean lo más bajas posible.  Así, podría caer dentro del rubro de reconciliación presupuestal, que le permite al Senado aprobar leyes por mayoría simple.

Si la tasa de 28% le parece conocida es por esto: es la misma tasa que el presidente Barack Obama propuso en 2012, y después otra vez en 2013, cuando también propuso bajar a 25% la tasa para los fabricantes estadounidenses. 

Volvió a hacer esa propuesta en 2014, en 2015 y en 2016. Y cada vez, su plan impositivo era descartado sumariamente por los republicanos, que consideraban la tasa demasiada alta y poco competitiva.

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Foto: Reuters

Ahora, los republicanos podrían terminar negociando un paquete fiscal con una tasa impositiva para empresas que es básicamente la misma que rechazaron de entrada los últimos cinco años.

¿Por qué es tan importante la tasa?

Porque casi todos en Wall Street –y en la alta gerencia en todo el mundo corporativo de Estados Unidos– han estado preparando en sus modelos un plan de reforma fiscal que, según ellos, va a echar andar las inversiones adicionales, permitiendo mayor crecimiento de la economía.

Por ejemplo, Randall Stephenson, director general de AT&T, declaró este año que “En AT&T ya sabemos qué haríamos si viéramos la tasa de impuesto pasar a entre 20 y 25 por ciento: incrementaríamos nuestro nivel de inversión”.

Algunas de esas inversiones son más difíciles de justificar si la tasa es alta, afirman los ejecutivos. El índice de 100 acciones de Standard & Poor’s tiene una tasa impositiva efectiva de 28 por ciento, según WalletHub.

Estados Unidos tiene la tasa impositiva para empresas más alta entre el grupo de veinte naciones, según un estudio de la Oficina de Presupuestos del Congreso.

Como quedó evidenciado con la retirada en el mercado bursátil del 24 de marzo, y nuevamente el 27 de marzo, los inversionistas y analistas están volviendo a sacar cuentas para tomar en consideración el hecho de que la reforma fiscal podría no ocurrir tan pronto como esperaban –el gobierno de Trump había dicho que ocurriría para agosto– y que las tasas no van a bajar tanto como habían previsto.

El presidente de la Cámara de Representantes, Paul D. Ryan, que supervisó el esfuerzo por repeler Obamacare, admitió que el fracaso de esa ley haría “que la reforma fiscal sea más difícil”.

Todavía no ha dado a conocer una serie de tasas impositivas corporativas, pero su plan original establecía una tasa de 20 por ciento. Pero ese plan no solo dependía de la revocación de Obamacare para ahorrar un billón de dólares en diez años, sino también de otro plan que cada vez parece más difícil que obtenga apoyos. 

Se trata de un llamado impuesto de ajuste fronterizo ¬eufemismo que significa impuesto de importación sobre todas las mercancías– y que se esperaba que recaudara otro billón de dólares en el curso de diez años.

El impuesto de ajuste fronterizo es una obsesión de Ryan pero ha dividido a los asesores de Trump. Stephen K. Bannon lo ha defendido, viendo en él un incentivo para que las compañías fabriquen más mercancías en Estados Unidos. Pero otros, como Gary Cohn, Wilbur Ross y Steven Mnuchin, se han mostrado más ambivalentes, según fuentes involucradas en las discusiones, en parte porque los demás países podrían tomar represalias, dificultando a los fabricantes estadounidenses exportar sus bienes.

Muchas tiendas estadounidenses, como Walmart, pero también algunos fabricantes –como Ford y Fiat Chrysler, que fabrican algunos modelos en México y en Canadá y los importan a Estados Unidos– han expresado su inquietud por un impuesto de ajuste fronterizo que afectaría a su negocio.

Dadas las reyertas al interior del Partido Republicano por la revocación de Obamacare, es difícil imaginar que un congresista con una base electoral formada por empleados de grandes tiendas –los empleos en tiendas superan a los de manufactura en una proporción de cuatro a uno– votaría en favor de un impuesto de ajuste fronterizo.

“Es muy improbable que se apruebe un impuesto de ajuste fronterizo, el elemento más controvertido en las actuales discusiones sobre la reforma fiscal”, señaló el banco Société Générale en una nota dirigida a los clientes el fin de semana pasado. 

“Si el Congreso no aprueba la reforma fiscal antes de agosto, es muy probable que se pierda la confianza. El Congreso todavía podría aprobar una ley antes del fin del año calendario, pero aun eso podría fracasar”.

Sin los dos billones de dólares en ingresos y en ahorros generados por el impuesto de ajuste fronterizo y la revocación de Obamacare, es prácticamente imposible pensar que el gobierno de Trump pueda encontrar el camino a una tasa de impuestos corporativos cercana a la promesa original. (Por supuesto, el gobierno podría retractarse en su compromiso de bajarle los impuestos a la clase media, pero eso también parece improbable.)

La pregunta del billón de dólares es si bajar los impuestos corporativos a fin de cuentas tendrá el efecto deseado.

Como estableció un estudio de la Institución Brookings: “Si bien no hay duda de que la política fiscal puede influir en las decisiones económicas, de ninguna manera es obvio, desde un punto de vista apriorístico, que el recorte de las tasas impositivas a fin de cuentas permita una economía más grande en el largo plazo”.

kgb 
 

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