Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

4 Abr, 2017

¿Qué candidato sorprenderá con propuestas novedosas y viables?

¡Ninguno! Por favor, le pido encarecidamente, no hacerse ilusiones acerca de lo que veremos en estas campañas, ni en las del año próximo. Hoy y mañana, más de lo mismo; diferentes actores
—en algunos casos—, actuando bajo el mismo guión caduco, visto en México desde hace decenios.

¿Por qué este juicio tan pesimista, preguntarán algunos? Muy sencillo, porque los ciudadanos tenemos hoy, al igual que ayer, esencialmente la misma mentalidad. Seguimos a la espera de la dádiva, mas no de las mismas cosas. Hoy, son otras las demandas y también las promesas a incumplir, pero el mecanismo que da forma a la relación perversa y cómplice entre ciudadanos-candidatos-partidos, permanece sin cambio.

Algo más o menos así: Sigo a la espera de que me des más, pero ya no las mismas cosas que me diste hace tres, seis, nueve, doce o más años; ahora, la modernidad exige cosas diferentes: Así es que ya sabes; dame, pero algo diferente

Ante las mismas mentiras que serán dichas y oídas, pero no escuchadas, no faltan quienes —con una resignación o cinismo que nos pinta tal cual somos—, que afirmen, qué más da, si la vida es una mentira. Esos mismos, frente a los torrentes de mentiras y promesas a incumplir lanzadas por el candidato, al igual que ayer, pensarán para sí: miénteme más, que me hace tu maldad feliz.

Sin duda, usted ha escuchado en múltiples ocasiones, eso de que lo que vemos en cada campaña debe cambiar. ¿Y usted piensa, en verdad, que debe cambiar? Además, ¿está convencido de que esa afirmación es compartida por decenas de millones de ciudadanos mexicanos?

No dudo ni por un instante, que muchas de las prácticas que vemos en cada campaña deben cambiar o, mejor dicho, deben ser erradicadas; sin embargo, no estoy convencido de que eso mismo piensen y quieran, decenas de millones de mexicanos.

Su situación precaria, en aspectos tan concretos y cotidianos como un empleo formal, servicios médicos para él y los suyos y educación para sus hijos —entre otros servicios básicos—, además de una pensión y un espacio decente donde vivir, los lleva a buscar cómo sobrevivir en el día a día, y a la persecución diaria de la cada vez más inasible chuleta.

Su pobreza, de tan profunda ofende, no le deja espacio para pensar en cosas tan alejadas de su realidad, como las prácticas que son norma en las campañas electorales.

Sin duda, en ocasiones acude a algún acto político y recibe, sin pensar mucho en ese hecho, las dádivas que partidos y candidatos ven como instrumentos mágicos para lograr el voto de quienes, esperanzados o resignados, sólo oyen su letanía de lugares comunes, pero jamás los escuchan. Su mente y atención están puestas en la supervivencia, tanto en la de él como en la de los suyos.

¿De quién son entonces, aquellas propuestas y deseos de cambio? De quienes no necesitan asistir a un mitin y hacer una larga fila para recibir algún balde, camiseta, utensilios de cocina, material de construcción o algún electrodoméstico pequeño. De aquellos que dicen tener capacidad para analizar la situación política, pero no para empezar a transformarla; de los que ven las cosas desde su atalaya, no a ras del suelo.

Por eso es que le digo que en estas elecciones —y en las del año próximo—, lo que veremos será más de lo mismo. En algunos casos, incluso serán los mismos actores; mismos nombres y apellidos, pero en segunda y tercera generación.

Lo novedoso en estas campañas —las de este año y el próximo—, será la sepultura de la República e instauración de una monarquía. Ésta, no es un chiste de mal gusto, se concretará con las candidaturas de los hijos y nueras, hijas y yernos y también, de nietos y nietas de viejos políticos.

¿Qué queda? ¿Ir al mitin, hacer fila para la selfie, y recoger las dádivas?

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