Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

11 Abr, 2017

¡Cómo trabajamos este trimestre! ¿Por eso merecemos tantos días de vacaciones?

¡Sí, es verdad! ¿Quién se atrevería a poner en duda ese axioma, de que trabajamos mucho el trimestre, y vamos muy bien? Nadie; sólo los malos mexicanos y los imbéciles, como afirma un analista, negarían la marcha gloriosa de la economía mexicana.

¿Por eso merecemos más vacaciones? Muchos afirman que sí, por eso. Sin embargo, como muestra de fervor patrio, por el momento con estas dos semanas nos vamos a conformar, pero quede en el acta que, como recompensa merecida por los esfuerzos de decenas de millones de mexicanos, a la primera oportunidad haremos los puentes que sean necesarios para recuperar fuerzas y así, estar en condiciones óptimas para seguir llevando la economía a alturas insospechadas; para avanzar en esta ruta dorada al paraíso terrenal, por la cual hemos transitado estos cuatro años cuatro meses.

Sin embargo, ¿qué más querría yo?, que las cosas fueren así de reales. Por desgracia, no sólo no son así sino por el contrario, es cuestión de buscar con profesionalismo y objetividad, para encontrar esa realidad de la cual nadie quiere hablar, y menos aceptar: Que algo se gesta en México, y no es para bien.

Va ahora una aclaración personal. Por razones que ahora no viene al caso comentar, me ha tocado estar en tres países durante periodos en los cuales, la situación por la cual atravesaban era, por decir lo menos, muy difícil. En los tres —Reino Unido, Alemania (tanto en la Federal como en la hoy extinta Democrática Alemania) y la República Popular China—, pude darme cuenta de lo que podría calificar hoy, como denominador común. Éste, por encima de las diferencias profundas entre esos tres países, era claro para el observador interesado en la realidad que los habitantes enfrentaban: La cultura del trabajo y el ahorro, y una vida austera y frugal.

Era tan aleccionador lo que uno podía ver, que como me comentó una persona con la cual discutí el tema —mexicano como yo—, cansaba. La inclinación consciente y voluntaria al ahorro, así fueren cantidades muy pequeñas, al trabajo y a pensar en el futuro y en los que seguirían, que para un mexicano de aquellos años —fines de los años sesenta y los setenta—, era casi de locos la conducta observada.

Hoy, cuando veo nuestra propensión a la holganza, al despilfarro y al nulo ahorro, y a vivir el presente sin concederle la menor atención al futuro, no puedo menos que recordar lo visto en aquellos tres países. Más aún, cuando veo lo que los tres han logrado en los últimos 40 años, y lo comparo con lo logrado aquí en ese mismo periodo.

Al margen de si usted compra la idea de que las cosas van de maravilla o está ubicado en el extremo opuesto, hay algo que no puede uno desconocer: Nuestra inclinación —profundamente arraigada—, a holgar; a dejar de lado el futuro y vivir el presente, a no pensar en el futuro y una pensión, y menos a practicar la cultura del ahorro.

¿Qué hacer y cómo —si hubiere que hacer algo—, para enfrentar esta dañina conducta en un país como México y la realidad que hoy enfrentamos? ¿Quién debería dar los primeros pasos de una larguísima marcha, para sentar las bases de la obligadísima corrección de esa visión arraigada entre nosotros, ¿desde hace siglos?

¿Cuándo entenderemos la necesidad de que en los próximos tres o cuatro decenios cuando menos, no sólo en un trimestre, pensemos más en el trabajo altamente productivo, y en el ahorro y la vida frugal y austera, antes que en la holganza?

¿Cuándo y quién nos hablará con la verdad, acerca de lo que enfrentaremos en pocos años en materia de pensiones y servicios de salud para decenas de millones de mexicanos, que ni hoy tienen ni mañana tendrán derecho a ambos? Mientras esos días llegan, a gozar estos días de holganza; al regreso, ya veremos qué hacer.

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