José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

14 Abr, 2017

Integración iberoamericana

La semana pasada se reunieron en Argentina los cancilleres y ministros de Comercio de ocho países de Iberoamérica, cuatro que integran la Alianza del Pacifico (Chile, Colombia, México y Perú) y los cuatro signatarios originales del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) para explorar una mayor integración comercial.

La razón para que los representantes de estos países decidieran buscar formas para liberar el comercio entre ellos es el creciente proteccionismo en EU, y en la Unión Europea (UE) con la salida de Reino Unido y el amago de candidatos populistas de desbaratar su integración.

¿Será posible que las bravatas de Donald Trump y los populistas europeos impulsen la elusiva unión de Iberoamérica que se planteó por vez primera en el Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Simón Bolívar en 1826? Las condiciones políticas y económicas en la región parecen hoy mejores para un proyecto así.

Siguiendo el ejemplo de Europa, donde se firmó en 1957 el Tratado de Roma creando la simiente de la UE, en 1960 siete países de Iberoamérica signaron el Tratado de Montevideo para liberalizar el comercio entre ellos en un plazo de 12 años, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).

Al igual que el Mercado Común Europeo, la ALALC se fijó ambiciosas metas para eliminar aranceles y otros obstáculos al comercio regional. Cada tres años se liberaría 25% de las fracciones arancelarias.

El primer tramo se negoció con éxito en 1963, pues incluía todo aquello que ninguno de los países producía.

Para el segundo tramo, cuyos resultados se conocieron en 1966, quedó claro que no se cumplieron las metas pactadas porque no era realista suponer que naciones que practicaban la sustitución de importaciones (SDI) como su modelo de crecimiento pudieran fácilmente superar sus instintos proteccionistas.

Para entonces yo estudiaba economía en la universidad y trabajaba en la Confederación de Cámaras Industriales que estaba muy involucrada en la ALALC, proyecto que generaba un contagioso entusiasmo en mi jefe, el eminente historiador económico Francisco R. Calderón, quien viajaba con gran frecuencia a Sudamérica.

Por esa razón me volví también admirador del proyecto integracionista, aunque conforme avanzaba en mis estudios me surgían dudas sobre su viabilidad con la SDI iberoamericana propuesta por el economista argentino Raúl Prebisch para escapar lo que él llamaba “el deterioro secular de sus términos de intercambio”.

En esencia, su tesis era que las materias primas que constituían el grueso de las exportaciones de los países de la ALALC siempre caían de precio respecto de los de productos industrializados, lo que no pasa de ser una observación empírica falaz.

Si se toma un plazo suficientemente largo se podrá observar que esos “términos de intercambio,” que no son otra cosa que el cociente de los precios de las exportaciones de la ALALC sobre los de sus importaciones, fluctúa en ciclos relativamente largos, como lo acabamos de volver a ver con el auge provocado por la gran demanda china, seguido de su correspondiente colapso cuando tal demanda se empezó a estancar.

Está por verse si ahora, a medio siglo del fracaso de la integración iberoamericana y con regímenes en Argentina y Brasil más abiertos a explorar el libre comercio, en adición al impulso adicional de las amenazas proteccionistas de fuera, se concreta la decisión política de intentarlo de nuevo.

Yo tengo mis dudas, pues como reza el tradicional dicho mexicano: “el que con leche se quema hasta al jocoque le sopla”. En cualquier caso, conseguir diversificar las exportaciones de México fuera de EU será un esfuerzo hercúleo que requerirá mucho talento, tiempo y recursos para abrir otros mercados que remplacen los que puedan cerrarse al norte. Ya veremos.

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