José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

21 Abr, 2017

Otra estupidez de Trump

Donald Trump firmó el martes pasado una más de sus órdenes ejecutivas que rompe las leyes de su país, al decretar que en proyectos financiados por el gobierno federal se usen exclusivamente productos y servicios producidos en su territorio, lo que viola lo aceptado en acuerdos de libre comercio como el de Norteamérica, el TLCAN.

En típico discurso trumpiano en el que presumió los enormes logros alcanzados en sus 90 días como Presidente que, con excepción de la confirmación del miembro de la Corte Suprema faltante, no existen, volvió a definir al TLCAN como el peor acuerdo comercial de la historia, prometió comprar sólo lo producido en EU y contratar sólo a sus paisanos para los planes renovar infraestructura que anunciará pronto.

En su perorata en la fábrica de herramientas Snap-on en Wisconsin, empresa que genera pingües ganancias en sus ventas en México y Canadá, Trump repitió una vez más sus rollos de campaña de “restaurar la grandeza de su país” mediante medidas proteccionistas que repudian a las importaciones y a los inmigrantes.

En su total ignorancia de historia, se jactó de ser el primer Presidente de EU que adoptaba el sonsonete “Buy American, Hire American”, cuando hay precedentes que se remontan hasta antes de la independencia, y George Washington presumió que todo su atuendo era “fabricado en EU” en su primera toma de posesión en 1789.

El tema volvió a la palestra en 1933, durante la Gran Depresión, cuando EU ya se había cerrado al comercio con el resto del mundo y el presidente Roosevelt, con el opulento magnate del periodismo amarillista William Randolph Hearst, emprendió una intensa campaña política y publicitaria de “Buy American.”

Igual que hoy, esa campaña rezumaba racismo y agresión contra los inmigrantes, en aquel entonces sobre todo a los asiáticos y en particular a los japoneses, campaña que culminó con el envío a campos de concentración de más de 100 mil ciudadanos de EU de origen japonés, después del ataque a Pearl Harbor.

A partir de los años 70, la propaganda de “Buy American” resurgió, sobre todo asociada a las industrias automotriz y acerera —de la que vienen los principales asesores de Trump en temas comerciales— y en 1982, el presidente Reagan forzó a los japoneses a adoptar cuotas “voluntarias” de los vehículos que podían exportar a EU.

Una de las secuelas imprevistas de esta acción fue que al fijar el número de vehículos que podían vender, las automotrices japonesas reemplazaron los coches baratos y modestos que entonces exportaban con unidades de lujo con mayores márgenes de utilidad, lo que fue veneno puro para los modelos similares de los productores de EU.

En 2009, Barack Obama incluyó la legislación de “Buy American” en el paquete de gasto público, diseñado para atacar la severa recesión que heredó de la administración anterior, pero ante la airadas protestas de Canadá y la Unión Europea, y la presión de importantes exportadores de EU que temían represalias, pronto dio marcha atrás.

Trump, lejos de ser original como él reclama, está siguiendo el mismo formato de muchos de sus predecesores “nacionalistas” y al juntar la orden de “Buy American” con la de contratar sólo americanos para sus proyectos de infraestructura, impulsa la discriminación en el trabajo de extranjeros en su país, legales e ilegales por igual, culpando a las importaciones y a los inmigrantes de los males económicos de EU.

La hipocresía del discurso de Trump queda en obscena evidencia al echarle una mirada en dónde se fabrican los artículos que se venden bajo su marca y la de su hija Ivanka, los muebles, enseres, ornato y productos de consumo en sus hoteles y residencias y los trabajadores que construyeron y laboran en sus casinos y hoteles.  ¡Increíble!

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