José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

12 May, 2017

Desde Rusia, ¿con amor?

Entre las razones que cita Allan Lichtman en el libro* que comenté en mis más recientes columnas para remover a Donald Trump está la notoria intromisión de Rusia en la campaña presidencial del año pasado y los múltiples contactos de sus agentes con gente cercana al Presidente.

Esta historia, que Lichtman analiza en detalle, acaba de dar un vuelco cuando Trump decidió cesar fulminantemente al director del FBI, James Comey, quien encabezaba la investigación sobre la elección y el papel de varios cómplices de Trump en contacto con los rusos.

Si Trump cree que podrá escoger para encabezar el FBI a quien él pueda ordenar que cancele la investigación sobre Rusia, está muy errado, pues no conseguirá la mayoría de los votos en el Senado para su ratificación al frente de la principal agencia federal de investigaciones criminales de su país.

Legisladores de ambos partidos renovaron su exigencia de nombrar a un fiscal especial que conduzca una investigación independiente, como ocurrió hace más de cuatro décadas, cuando se indagaba al entonces presidente Richard Nixon por la irrupción ilegal en la oficina del partido opositor en la campaña de 1972, el célebre caso Watergate, que culminó con su renuncia.

Entonces, igual que hoy con el cese de Comey, cuando el fiscal especial Cox empezó a hacer preguntas incómodas, Nixon ordenó al procurador que lo corriera, a lo que éste se negó y renunció al cargo, igual que el subprocurador, en lo que se conoce como “la masacre nocturna de sábado,” que fue el principio del fin de Nixon.    

La oficina del director de Inteligencia Nacional, que coordina a las 17 agencias del gobierno dedicadas al espionaje, publicó el siguiente reporte días antes de la toma de posesión:

“Creemos que el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó una campaña para influir en la elección presidencial de 2016. Los objetivos de Rusia eran minar la confianza pública en el proceso democrático de EU, denigrar a (Hillary) Clinton y dañar su elegibilidad y su potencial presidencia. Estimamos que Putin y su gobierno mostraron una clara preferencia por el Presidente electo...”.

Si llega a probarse que Trump y sus secuaces conspiraron con Putin cargando los dados electorales a su favor, el cargo sería de traición, lo que se sustenta en la Ley Logan que prohíbe a ciudadanos particulares interferir con las relaciones exteriores del gobierno de EU.

Tal es el caso del efímero asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn, cesado por mentirle al vicepresidente con respecto a sus contactos con operadores rusos con los que, se especula, trató las sanciones que aplicó el gobierno de Obama a Rusia, al concluir que había interferido en la elección.

Trump también cesó repentinamente a la procuradora en funciones Sally Yates, que mostró evidencia al abogado presidencial de las citas de Flynn con los rusos y la Casa Blanca no actuó por 18 días. La ostensible causa de su remoción fue no acatar la orden ejecutiva, ilegal por cierto, vedando inmigrantes de varios países.

La probabilidad de que, a resultas de estos despidos, el Congreso nombre a un fiscal especial que siga el escrutinio de la conexión rusa es mucho mayor, mientras las pesquisas continúan en un FBI decapitado e indignado, lo que eleva la probabilidad de filtraciones a los medios.

Otra pista interesante es que Comey solicitó la semana pasada reunirse con el nuevo subprocurador Rosenstein, quien preparó el memorando pidiendo despedir a Comey, para pedirle más recursos para su investigación.

Esto confirma la sospecha de que Trump está metido hasta las cachas en este sucio negocio, pues se reveló que él ordenó la preparación del memorando. ¡Y sin recato alguno, anteayer apareció sonriente con el canciller y el embajador rusos!

El principio del fin se acerca. 

*The Case for Impeachment, HarperCollins, 2017

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