Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

17 May, 2017

Influencia

En la víspera de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el sitio Business Insider publicó una recopilación de los editoriales con los que los periódicos de ese país fijaron su preferencia por alguno de los candidatos. Más de 150 diarios con una circulación superior a 20 mil ejemplares se adhirieron a Hillary Clinton, contra sólo 19 que se decantaron por Donald Trump.

Entre los rotativos que respaldaron a la demócrata se cuentan los cabezales más venerados a escala global, que durante la campaña no se cansaron de publicar rigurosas investigaciones y revelaciones contra el magnate neoyorquino que hubieran bastado para noquear a cualquier otro aspirante, incluso antes del primer round.

De este simple dato duro podemos extraer una conclusión dolorosa: la prensa más influyente del mundo, que es tomada como modelo a seguir por el tiempo que invierten y el rigor que imprimen a sus investigaciones, fue incapaz de impedir el triunfo de Donald Trump.

Simplemente, no pudo. Y ésta debe ser una conclusión dolorosa para un gremio que este año fue desairado por el inquilino de la Casa Blanca en la tradicional cena de los corresponsales en Washington, que en esta ocasión tuvo como oradores principales a Carl Berstein y Bob Woodward, los autores de Watergate. Del discurso del segundo, la frase más replicada fue el mensaje que dirigió a Trump: “Señor Presidente, los medios de comunicación no son noticias falsas (Mr. President, the media is not fake news)”.

El concepto fake news es el tema central del debate periodístico de nuestro tiempo, y aunque es tan antiguo como la humanidad misma (probablemente la historia de Adán y Eva sea el primer ejemplo), su intensidad actual está indisolublemente ligada al tema de Trump, sea porque sus detractores atribuyen su elección a la proliferación de noticias falsas que minaron la candidatura de Clinton, o porque él mismo ha recurrido a estas palabras para desacreditar el escrutinio sobre su propia persona y trayectoria.

Y es altamente simbólico que uno de los artífices de la caída de Nixon resuma en aquella frase la tragedia de un periodismo que, esta vez, careció de influencia sobre los electores. Una influencia que los propios medios –sin proponérselo– delegaron a un tercero sobre el que no tienen control, y que se ha convertido en el principal distribuidor de contenidos con una audiencia global de dos mil millones de personas: Facebook.

Hace casi 20 años, cuando los periódicos impresos comenzaron a lanzar sus ediciones digitales, se creía que éstas serían una simple réplica del modelo en papel, con la ventaja de las actualizaciones al momento o las coberturas en tiempo real. Las páginas web se diseñaron con formatos que emulaban las páginas tradicionales y se anticipaban a su desaparición, con una expectativa en la que los grandes cabezales mantendrían para sí la supremacía en la generación de las noticias.

No aparecía en el horizonte la existencia de las redes sociales, y era aún más inimaginable que una de ellas, Facebook, impusiera su hegemonía mediante una estrategia –de tintes monopólicos– que se propone mantener al mayor número de personas navegando en su ecosistema el mayor tiempo posible.

Los medios de información se enfrentaron a un escenario inédito en el que es imposible competir por la atención de la gente que nutre su muro y consulta los de los demás esperando ponerse al corriente de las noticias que generan sus más cercanos. Atraídos primero por la expectativa de incrementar su tráfico entre esta inmensa comunidad, los medios informativos alimentaron gratuitamente el timeline de los facebookeros. Ahora están frente al terrible dilema de no poder salirse para recobrar el contacto directo sobre sus lectores porque estar fuera de Facebook prácticamente equivale a no existir.

Y he aquí el nudo del problema con las fake news: Facebook podrá hacer todo lo posible para combatirlas, algorítmicamente o por medio de verificadores profesionales. Pero el esfuerzo suena inútil en tanto que Facebook no es un medio de comunicación ni obedece a la lógica de esa industria: es una plataforma diseñada originalmente para que la gente comparta emociones, no información dura. En la que los usuarios se sienten más tentados a compartir una calumnia contra el político que odian por el solo hecho de que les late hacerlo. Tarea ardua para quienes deben combatir el virus de la mentira con la vacuna del dato.

marco.gonsen@gimm.com.mx

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