Edgar Amador

Edgar Amador

22 May, 2017

Sicoanálisis financiero de Donald Trump

No puede ser una casualidad que el primer periplo externo de Donald Trump sea no a una democracia, sino a una monarquía. Es todo lo que él quisiera ser: un rey en una palacio de oro rodeado de cortesanos que hacen lo que su capricho dicta. Y el estandarte de su visita muestra también lo que él piensa que debe de ser la economía, anunciando una venta de armas gigantesca, por 10 mil millones de dólares. Vender armas a los reyes: eso es Trump pintado de cuerpo entero.

Barack Obama pasó ocho años en una relación difícil con la corte saudita. Le era claramente difícil simpatizar con ese aliado incómodo, pero necesario para detener el extremismo islámico, y gran surtidor energético del mundo. Pero Trump se siente a sus anchas: un régimen que nulifica a las mujeres, sin oposición ni prensa libre, y que compra todas las armas que Estados Unidos quiera venderles. No parece ser gratuito que Trump haya escogido ese destino, tan afín a su psyche, para su primer periplo.

Arabia Saudita es la principal cliente de armas de  Estados Unidos, adquiriendo el 10 por ciento de las exportaciones estadunidenses de esos artículos, y es el segundo mayor proveedor de petróleo de ese país (después de Canadá). La importancia del reino saudí para Estados Unidos no es secundaria, no únicamente en términos económicos. Saudiarabia es la gran potencia árabe, es el fiel de la balanza en la zona más complicada del mundo en materia de seguridad y de abasto de energía.

Pero Trump viaja a la corte de los árabes en un momento en que su estatua se desploma en casa, mostrando a todos el mediocre político que es.

Un líder debe saber que su gente no únicamente lo sigue porque necesita tener más dinero. Un líder debe de proveer a su gente algo más que dólares en los bolsillos: debe de traer paz, concordia, felicidad a su gente. Debe de procurar la felicidad de los que lo siguen. Y eso no ha estado nunca presente en la vida ni en la cabeza de Trump.

Alguien que hizo su fortuna construyendo una torre de oro de mal gusto en el corazón de Manhattan, arruinando a sus accionistas en casinos y giros negros en Atlantic City, que mide su felicidad en los metros cuadrados de sus posesiones, no puede entender que su gente busca más que dinero, la felicidad.

Donald Trump fue electo por una considerable minoría de estadunidenses bajo promesas de odio, de exclusión, de misantropía y de desprecio a la democracia. Trump prometió a esa considerable minoría casi una dictadura y logró, con la vetusta aritmética del Colegio Electoral estadunidense, ser electo Presidente. Pero la pequeña mayoría que lo rechazó está actuando, y no dejará de hacerlo para hacerle ver al soflamero que están dispuestos a proteger su democracia y que derrumbarán su malhecha estatua a martillazos.

Felizmente la primera en reaccionar contra los sueños dictatoriales de Trump ha sido la prensa, la cual goza de un esplendor inusitado. La semana pasada fue en términos periodísticos una de la más asombrosas en la historia del periodismo: día tras día, en un periódico o en otro, se publicaron reportajes que, uno a uno, derrumbaron a martillazos a Trump.

La saga que el periodismo estadunidense, de manera comunitaria y abriendo nuevas fronteras en la profesión (con la ayuda de funcionarios del gobierno que aman a su país) muestra una historia terrible: que hay elementos que permiten sospechar que  presidente de los Estados Unidos recibió apoyo de Rusia y ayuda para ganar la elección, a cambio de favores. ¿En qué consistió ese apoyo, y cuales fueron esos favores? No hay nada claro aún. Pero las pistas evidenciadas hasta el momento muestran un esfuerzo obstinado del Presidente para evitar que las investigaciones, hasta el punto de que un número creciente de republicanos apoya la necesidad de una investigación independiente para saber de una vez por todas si los estadunidenses están siendo gobernados por alguien dispuesto a todo por dinero, incluso a traicionar a su país.

Y los mercados ya han tomado nota: se han dado cuenta que la inestabilidad del líder puede contagiarse y convertirse en inestabilidad financiera. Que un líder que no tiene ni idea de a dónde quiere llevar a su país, que no tiene idea de lo que significa gobernar, que no tiene noción de lo que significa el poder y su delicado equilibrio, no es bueno para Estados Unidos ni para el mundo. Por eso hemos visto en esta última semana caídas tremendas en los mercados, esos seres inexistentes pero vivos que lo que más odian en la vida es la incertidumbre y la falta de claridad.

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