José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

26 May, 2017

Trinidades imposibles

En los 60, mi maestro Bob Mundell, a la sazón académico visitante en el FMI, descubrió, junto con Marcus Fleming, la imposibilidad que un país tuviera simultáneamente paridad fija, libre flujo de capitales con el resto del mundo y política monetaria autónoma.

Ello significa que los países tienen las siguientes opciones:

• Una paridad fija y libre flujo de capitales, lo que elimina la opción de la autonomía monetaria, como es el caso en los países que usan el euro como su moneda.

• Una política monetaria independiente y libre flujo de capitales, lo que implica una paridad fluctuante, como es el caso de México, EU y muchos otros países.

• Un tipo de cambio fijo y una política monetaria autónoma, lo que conlleva que los flujos de capitales deben ser estrictamente controlados, como en Venezuela.

Mundell-Fleming vio la luz cuando los arreglos financieros de Bretton-Woods, al fin de la 2ª Guerra Mundial, estaban vigentes y consistían de un patrón dólar/oro, ante el cual las demás monedas mantenían paridad fija, salvo cuando un país sufría un “shock externo”, como el colapso en el precio de sus exportaciones, o seguía políticas, fiscal o monetaria, incompatibles con un tipo de cambio fijo.

La otra gran diferencia con el mundo actual es que los movimientos de capital eran ínfimos en comparación con los inverosímiles volúmenes que se mueven hoy, cuando han sido removidos virtualmente todos los controles que solía haber para frenarlos, y el avance cibernético y en telecomunicaciones los ha hecho raudos y casi gratuitos.

El mundo de Bretton-Woods se empezó a derrumbar en 1971, cuando EU corta el vínculo inmutable entre el oro y el dólar, que se empieza a depreciar aceleradamente frente al metal amarillo y se intensifica el debate con respecto a la mejor —o la menos mala— política cambiaria que debieran seguir el resto de los países en tal situación.

Inclusive antes de la crisis financiera iniciada en 2007, economistas como Dani Rodrik plantearon que la globalización había ido demasiado lejos, sobre todo en el ámbito financiero, y que ello exhibía un nuevo triángulo infernal ahora en el entorno político: democracia, soberanía e integración económica global eran incompatibles, por lo que las opciones serían:

• Si un país desea profundizar su inserción en la integración global, tiene, por fuerza, que sacrificar o su soberanía o su sistema democrático.

• Cuando una nación decide mantener y progresar en su democracia, tiene que escoger entre conservar su soberanía o su integración económica internacional.

• En el caso de priorizar el mantener un Estado-nación soberano, la alternativa es escoger entre democracia o integración global.

Según Rodrik, ello se debe a la disparidad entre las instituciones y reglas de gobierno a nivel nacional, que suelen ser mucho más vigorosas que las que norman el ámbito asociado a la globalización económica y financiera que son, en el mejor de los casos, tenues y con graves lagunas.

La arquitectura institucional y regulatoria a nivel regional o mundial para hacer compatibles una sólida democracia nacional y una mayor integración, demandaría un entramado institucional y jurídico transnacional mucho más denso que el logrado aún por la UE, la comunidad más avanzada en ello, lo que es una quimera total.

Estas ideas ayudan a explicar el creciente motín de una porción no menor del electorado en muchos países democráticos en rechazo de la globalización y en favor de propuestas que priorizan políticas soberanas que para proteger su contrato social, conllevan restringir su vinculación a la economía internacional, en especial respecto al libre flujo de comercio y, sobre todo, de capitales.

No apoyo esta tesis, pero mucha gente la cree.

COLOFÓN. Por lo dicho en Israel, Donald Trump creía haber dejado el Oriente Medio cuando salió de Arabia Saudita, ¿a dónde habrá pensado que llegó?

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