José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

9 Jun, 2017

El Plan Marshall y Trump

El lunes pasado se evocaron los 70 años del discurso en el que el general George Marshall, a la sazón secretario de Estado de EU, anunció que su país emprendería un enorme programa para financiar la reconstrucción de una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial.

Ese discurso buscaba convencer al público de su país de que “tenía que enfrentar el enorme reto que la historia había puesto a EU”, y en el que su país invertiría 13 mil millones de dólares (10 veces más en dólares de hoy) en el llamado Plan Marshall.

Como el gran estadista que era, el general Marshall se percató de que los recursos del recién creado Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy Banco Mundial), no eran suficientes ni podían desembolsarse de inmediato para enfrentar la amenaza comunista que amagaba a Europa.

Las condiciones sociales, económicas y políticas de Europa alentaban inestabilidad internacional, y las superpotencias que emergieron de la guerra, EU y la URSS, percibieron que actuar para defender sus áreas de influencia era indispensable si no querían perder lo que se empezó a llamar la Guerra Fría.

EU diseñó una política de contención para atajar la ambición expansionista de la URSS más allá de las fronteras acordadas por Roosevelt, Stalin y Churchill en Yalta, lo que pasó a conocerse como la Doctrina Truman, que incluyó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO, por sus siglas en inglés).

El Plan Marshall no sólo era un programa altruista para evitar los errores cometidos al fin de la Primera Guerra Mundial, que entre reparaciones de guerra, créditos impagables y crisis económicas y políticas llevaron al surgimiento nazi, sino en el interés propio de EU para su seguridad nacional y su crecimiento económico, pues sin una Europa próspera y pacífica ¿quién iba a comprarles sus productos?

El éxito de este esfuerzo fue notable. Europa occidental emprendió un rápido y sostenido crecimiento económico que duraría tres décadas —les Trente Glorieuses, como les dicen en Francia—, eliminando barreras al comercio e iniciando la integración  regional, mientras que las condiciones de vida de sus habitantes mejoraban de forma espectacular.

Ni uno solo de los países aliados se pasó al campo soviético y los partidos comunistas, que eran enormes en muchos de ellos, no ganaron una sola elección a nivel nacional. Mientras tanto, el contraste con Europa oriental, que permanecía en el atraso y la pobreza, era cada vez más evidente.

No fue fácil emprender el Plan Marshall, pues al término de la guerra EU pasaba por uno de sus recurrentes ataques de aislacionismo, lo que obligó al gobierno de Harry Truman, reelegido a la Presidencia en 1948, a vender sus bondades a un público escéptico y a un Congreso dominado por sus opositores republicanos.

El plan tenía objetivos muy específicos y acotados —incrementos en la producción, libre comercio y estabilidad— y los recursos suficientes para alcanzarlos, trabajando muy de cerca con los países receptores que tenían que priorizar los objetivos y la forma en que se trabajaría en cada caso.

Se resistieron intereses particulares de sectores económicos de EU y sus congresistas, que pretendían poner restricciones al plan, en beneficio de sus empresas, de tal naturaleza que se adquirieran productos disponibles en la propia Europa antes que traerlos de EU, y se gestionó que los países beneficiados aportaran fondos equivalentes en moneda local a los otorgados por Estados Unidos en dólares.

A pesar que las circunstancias, hoy son bien distintas a las de hace siete décadas, el contraste de tan brillante capítulo de liderazgo de EU, que culminó en años de paz y prosperidad, con la patética actuación de Trump, quien pretende dinamitar ese orden económico y político, no puede ser más desolador.

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