Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

13 Jun, 2017

¿Tenemos futuro con esos modos electorales? ¡Ni en sueños!

La celebración de elecciones en México este 4 de junio —para elegir nuevo gobernador en tres entidades federativas: Coahuila, Edomex y Nayarit—, junto con las generales en el Reino Unido el jueves 8 y, anteayer 11, en Francia, la primera vuelta de sus elecciones legislativas, ha sido una oportunidad de oro para darnos cuenta, de no haber querido hacerlo antes, de lo que en verdad somos como país y sociedad y comprobar, qué valores éticos norman la conducta de quienes integran nuestra clase política.

Además, sería uno ingenuo o cínico no decirlo y reconocerlo, que nuestros ciudadanos son, inequívocamente, el reflejo de esa clase política, carente ésta, de toda ética y cultura de respeto de la legalidad.

No faltarán, lo sé bien, los que, ante mis señalamientos, pretendan excluirse de lo que señalo; asimismo, abundarán los que defiendan a éste o aquel secretario o encumbrado funcionario porque, dicen, es una persona decente.

Lo que olvidan y olvidamos, es la frase atribuida a Julio César: La mujer del César, no sólo debe ser honesta sino, además, parecerlo. Se afirma, que aun cuando no creyó culpable a su mujer, César la reprendió con aquellas palabras que se volvieron célebres, a partir del relato que hizo Plutarco sobre la vida de Julio César.

(Hoy, no únicamente en México sino en muchos países, las apariencias tienen mayor peso y credibilidad que lo que realmente es —en cuanto a su honradez se refiere—, una persona o un funcionario. En consecuencia, no debemos olvidar entonces, si partiéremos de dicha realidad, que nuestros funcionarios y todos los integrantes de la clase política, no únicamente deben ser honrados sino también, parecerlo).

Decía pues, que los tiempos y circunstancias nos permitieron ver cómo se comportan los ciudadanos de tres países diferentes, tanto en historia como en cultura cívica y democrática. En aquellos dos, Reino Unido y Francia, a unas cuantas horas de cerradas las casillas, los ganadores eran conocidos y aceptados, por unos y otros. Nada de reclamos por la comisión de éstas y aquellas violaciones de la ley, menos aun de señalamientos de compras masivas de votos.

¿Por qué esa conducta que aquí, no pocos afirman que es anómala? ¿Qué explica nuestra inveterada costumbre, de hacer trampa en todo proceso electoral que llevamos a cabo desde tiempo casi inmemorial? ¿Qué explicaría y justificaría la conducta del ciudadano, que con un cinismo que asustaría al más pintado, critica la compra de votos olvidando —o haciendo como que olvida—, que él fue el vendedor de ese voto que hizo triunfar al candidato y/o al partido que hoy, después de la elección, repudia?

Somos pues, lo aceptemos o no, una sociedad donde la hipocresía reina sin adversario al frente; nos llenamos la boca y engolamos la voz para exigir, que se limpie una elección que todos nos encargamos de ensuciar. Somos un país, donde partidos y candidatos designados, lanzan acusaciones a los adversarios con el dedo flamígero de la moral republicana, al tiempo que, mentalmente, hacen el recuento de las triquiñuelas y violaciones de la ley por ellos —partido y candidatos—, cometidas.

Al ver lo aquí sucedido y revisar lo visto en el Reino Unido y Francia, es obligado preguntarnos: un país como México, con desprecio abierto y total de la legalidad y una cultura que favorece y encumbra la trampa, ¿tiene futuro en un concierto de países donde, así fuere poco a poco, lo que priva y se extiende, es el respeto de la ley?

¿Quién en su sano juicio podría, ante el cochinero visto y el espectáculo de opinadores que a pesar de que todo lo ignoran de los sustentos jurídicos del proceso electoral, pontifican sin límite alguno, afirmar que México es ejemplo de algo para el resto del mundo?

¿Quién podría, sinceramente, afirmar que México no va a la debacle?

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