José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

23 Jun, 2017

Sorpresas electorales

La elección de Emmanuel Macron como Presidente de Francia, en mayo, más la mayoría parlamentaria sólida que obtuvo el domingo pasado, es sorprendente, pues hace apenas 14 meses su movimiento, La République en Marche, no existía y generó todo tipo de reacciones en el mundo, y en México la frenética búsqueda del Macron nativo para 2018.

El voto en favor del Brexit en Reino Unido (RU), el año pasado, y la elección de Donald Trump en EU, en noviembre, prefiguraban una ola populista que barrería el orden político mundial, como lo había concebido el estratega de Trump, Steve Bannon, quien se dice leninista en su afán por destruir las instituciones del Estado.

Las cosas empezaron a cambiar cuando la primera ministra de RU, Theresa May, creyó que podía consolidar su legitimidad llamando a elecciones parlamentarias y, para su sorpresa, su mensaje populista y sus planes de un Brexit radical concitaron el rechazo del electorado y la llevaron a perder la mayoría parlamentaria.

La elección de Macron y el debilitamiento de May representan un bienvenido impulso para la solidez de la Unión Europea (UE), cuando ya muchos pronosticaban su defunción, y un estímulo para revertir excesos de regulación burocrática que sus barrocas instituciones de gobierno venían aplicando.

Estos hechos también conllevan una transfusión de energía a la democracia liberal, antítesis del populismo aislacionista que ofrecía Marine Le Pen, la candidata derrotada en la segunda vuelta presidencial francesa y quien tuvo el nada útil apoyo de Trump, cuya impopularidad en Francia es casi universal: ¡82%!

Macron hace una propuesta innovadora para atender el descontento popular que aflige en su país, al ofrecer restaurar el dinamismo perdido en la economía francesa con mercados abiertos y libres de regulaciones extremas, un dinámico sector privado, generando trabajo para reducir el desempleo sobre todo de los jóvenes, superior a 20 por ciento.

Si bien pretende equilibrar las finanzas públicas, su movimiento no es de derecha, pues cree que el Estado tiene un papel crucial en la educación y en alentar una mayor inversión, para lo que pretende trabajar con todas las fuerzas políticas que estén dispuestas, forzando así un realineamiento político drástico.

La comentocracia de nuestro país anda desatada rastreando supuestas semejanzas entre Macron y diversos candidatos para el 18. Algunos señalan al jefe de Gobierno de la Ciudad de México como la calca perfecta por no estar alineado a ningún partido, sin reparar que su pésimo gobierno ha llevado a la capital a cotas de inseguridad, contaminación, inmovilidad y destrozo físico sin precedente alguno en su historia.

Los logros de Miguel Ángel Mancera son cambiar el nombre a la capital y un bodrio constitucional que atascado de derechos inalcanzables y hasta ridículos —“a la sexualidad plena en condiciones seguras” y “a una muerte digna”—, ignora los derechos de propiedad y atribuye la apreciación de los predios urbanos “al esfuerzo de la colectividad,” por lo que sus plusvalías serían confiscables.

Otro que aspira a macronizarse es el controvertido líder del PAN, Ricardo Anaya, quien, a diferencia de Macron, ha sido sólo un vástago de su partido, con poca experiencia ejecutiva, y que pretende brincar de dirigir el PAN a ser su candidato presidencial el año próximo, lo que garantiza que llegaría dividido y sin posibilidad de triunfo.

Anaya tiene innegables dotes de orador, como lo muestra su brillante disertación de febrero pasado en la Universidad George Washington en la ciudad del mismo nombre —disponible en YouTube—, pero si quiere evitar el rompimiento de su partido tiene que sentarse a negociar con los otros aspirantes a representarlo en la elección de 2018.

En fin, sigue la búsqueda del Macron azteca.

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