Rodrigo Pérez-Alonso

Frecuencias

Rodrigo Pérez-Alonso

5 Jul, 2017

Circunstanciales

Ahora es usual leer noticias que basan sus argumentos en expertos o “conocedores” de temas; no en la observación directa de los hechos, sino en conexiones indirectas, incluso débiles. Se llega a conclusiones con base en premisas débiles o construcciones lógicas que derivan en falacias. Es un síntoma de los tiempos: las narrativas falsas ya no son únicamente un fenómeno del Estados Unidos de Trump, sino que, de acuerdo con agendas políticas o económicas particulares, son también usuales en nuestro país.

Así, en recientes semanas hemos visto, a partir de una publicación en un periódico de renombre en EU —con base en evidencia totalmente circunstancial—, cómo se empujó una narrativa de victimización y persecución contra “activistas, defensores y periodistas”, quienes vieron sus teléfonos hackeados mediante un programa de espionaje especializado llamado Pegasus. Con afirmaciones en un artículo del The New York Times, como que “es muy poco probable que Pegasus haya sido usado por alguien que no forme parte del gobierno”, se condena a un gobierno con base en argumentos que no pasarían la prueba del ácido legal de evidencia en EU o en México.

Esto no significa que no haya sido posible que a estas personas se les hayan hackeado sus teléfonos o que incluso algún ente del gobierno lo haga como una práctica consuetudinaria. Salvo por Juan Pardinas y el IMCO, por quienes tengo admiración, me parece que muchos de los demás actores tienen algún interés en empujar esa narrativa. Al elevarla mediante un artículo en un prestigioso periódico —cuyo inversionista mayoritario es ampliamente conocido— se hacen olas donde no necesariamente las hay.

Lo que es cierto es que en México se utiliza el espionaje industrial o gubernamental en forma ilegal y clandestina; numerosas filtraciones de grabaciones telefónicas y periodicazos lo demuestran a lo largo de muchos años. En un episodio que pareciera inocente, pero que habla mucho de esta cultura, es que hace unos años, cuando serví como diputado federal, hablando con una diputada del PAN me preguntó, inocentemente, si a nosotros (que no pertenecíamos a la fracción parlamentaria del PAN durante el gobierno federal anterior) “el CISEN —la agencia de inteligencia del gobierno mexicano— también nos entrevistaba y pedía nuestros números celulares”.

Sin embargo, contrario a lo que quisieran hacer creer muchos actores, México sigue siendo un país donde la censura no es generalizada. En un estudio publicado por el Berkman Klein Center for Internet & Society, de la Universidad de Harvard, se evidencia cómo países, por ejemplo Arabia Saudí, Irán o China, no sólo espían, sino que tienen fuertes filtros en el acceso a redes de telecomunicaciones e internet. En esos países y algunos otros como Rusia se persigue a activistas, opositores del gobierno y diversos actores utilizando una sofisticación cada vez mayor. Sus teléfonos son la menor de sus preocupaciones.

Ahí la evidencia es directa y contundente. Como lo menciona este estudio, “las campañas que representan intereses estatales a veces se esconden detrás de entidades que se presentan como actores no gubernamentales”. 

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