Edgar Amador

Edgar Amador

31 Jul, 2017

Lo que Wall Street da, Trump no lo quita

 

Wall Street, los banqueros en general, tienden a ser conservadores: gustan de bajos impuestos y baja regulación, pues consideran que esa mezcla, receta conservadora, es buena para los negocios.

Por eso Wall Street sucumbió a Trump. Poco importa que, una y otra vez, se demuestre que los mercados suben bajo presidentes demócratas y caen con presidentes republicanos. Los banqueros pocas veces votan con la cabeza y suele ganarles el corazón. Pero los inversionistas son más cínicos: Trump les importa poco, pues a pesar de los avatares del neoyorquino, los mercados siguen ascendiendo.

Los inversionistas son una clase distinta a los banqueros: son diversos e institucionales, y suelen no mirar las cosas con pasión, sino con frialdad. Durante la larguísima campaña presidencial estadunidense, los inversionistas permanecieron en las laterales, cautos y expectantes hasta ver cómo se resolvía el peculiar dilema Trump-Clinton. Durante más de un año, los mercados subieron muy poco. Tampoco bajaron. Y cuando la elección al fin arrojó un resultado, los mercados, aliviados, se dispararon.

La mayoría de los analistas explicaron el alza de los mercados diciendo lo mismo que los banqueros veían: un Trump favorable a los negocios, lo vieron los inversionistas, y que por ello se volcaron a comprar acciones tras la victoria del neoyorquino. Pero si la expectativa del avance de una agresiva agenda pronegocios de Trump hubiera sido el catalizador del rally, entonces los mercados no estarían ahorita en los niveles récord en que se encuentran.

Si los inversionistas hubieran apostado por la agenda Trump, ahorita los mercados estarían en el cadalso, pues el impresentable neoyorquino ha sido incapaz siquiera de llenar los puestos suficientes en el gobierno que necesitan ser confirmados por el Congreso, ya no digamos que ha sido incapaz de pasar una sola ley o reforma, por insignificante que ésta sea, en estos primeros seis meses al mando.

Y, sin embargo, tras el patético fracaso del millonario casinero en pasar la mínima reforma, los mercados han subido y subido, alcanzando alturas históricas, como si cada fracaso de Trump alimentara alguna buena noticia secreta.

¿Están locos los mercados? ¿Por qué están celebrando el desfonde prematuro de Trump y su agenda? ¿Saben algo que nosotros no sabemos?

La explicación parece ser bastante sencilla: los negocios, a pesar de Trump, van mejor de lo que se esperaba, como muestran las cifras de crecimiento de las ganancias de las mayores empresas de Estados Unidos. En los dos trimestres que lleva la administración Trump los beneficios han crecido más de 15% en el primero y por encima de 10% en el segundo. Por encima de las expectativas iniciales y sorprendiendo gratamente a los inversionistas, quienes han visto cómo, mientras las bolsas ascienden a nuevas alturas, ven caer frente a sus ojos a Trump, al tiempo que miran las ganancias pasar volando a las alturas frente a ellos.

Qué importa que Trump se desplome, si las ganancias son más rotundas y afluentes de lo que se estimaba, y por lo tanto merecen precios cada vez más altos. Lo que Wall Street da, Trump no lo quita. Nadie parece en los mercados estar lamentando la patética tragicomedia de la administración Trump, pues ésta se da en un ambiente en el que los beneficios corporativos, con las petroleras a la cabeza, sorprenden a la alza.

De hecho, la tasa de crecimiento de los beneficios está creciendo al mayor ritmo desde 2011, un récord de casi seis años, y las ventas están avanzando a un ritmo del 5% anualizado, con múltiples sectores caminando más aprisa de lo originalmente proyectado.

Dicen en Wall Street: se sobreestimó a Trump, pero se subestimó la fortaleza de la economía, y esa compensación ha propulsado los índices a nuevas alturas.

Nada de lo que Trump prometió, y que pareció gustarle tanto a los banqueros, se ha concretado: ni la reforma al sistema de salud ni la miscelánea fiscal ni el paquete de infraestructura. Poco importa a los inversionistas; sin embargo, la economía se aceleró a 2.6% en segundo trimestre, luego de avanzar 1.2% en el primer trimestre. Eso ha alimentado un tranco más veloz de las ganancias y la perspectiva halagüeña invade los mercados.

De corto plazo entonces, la economía ha dado lo que Trump no ha podido. Pero el entusiasmo suele ser volátil e impredecible, y los factores de riesgo latentes pueden materializarse. Los mercados, por lo pronto, celebran y seguirán celebrando: Obama dejó una economía tan sólida, que ni siquiera Trump ha podido contra ella.

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