Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

19 Ago, 2017

Colombia y Venezuela

Conozco relativamente bien  Colombia y en menor grado a Venezuela. En este último país me ofrecieron trabajo a nivel ejecutivo, pero al analizar la compensación y prestaciones que me otorgaban contra el costo de vida, rechacé porque me pareció claramente insuficiente. A Colombia he ido en épocas turbulentas, a dictar conferencias y asesorías, además de que varios libros de mi autoría fueron publicados allá. Los dos países son muy cercanos geográfica y culturalmente entre sí (y muy queridos por nosotros), pero en las últimas décadas han seguido rutas divergentes, incluso contrarias, lo cual es terrible.

Empiezo con Colombia, basado en mi experiencia personal. Los colombianos son personas industriosas en su mayoría, tienen universidades de alto nivel y ciudades como Bogotá, Medellín (mi preferida) y Cali que son centros manufactureros y comerciales importantes, amén de otras áreas urbanas. Su orografía es complicada y en sus hermosos valles se cultiva de todo, tanto para consumo interno como exportable (incluidas cosechas ilegales, conocidas mundialmente) A pesar de la amabilidad tradicional y su hermoso acento castellano, la violencia atrapó al país por más de cincuenta años, aunque empieza a resolverse ese problema. En resumen, el pueblo colombiano se precia por ser muy trabajador, interesado en educar bien a su gente y es uno de los campeones mundiales (en competencia con Venezuela) en generar bellísimas Miss Universo. Me admiran sus paisajes, su gente buena y capaz, buscando oportunidades y generando negocios, manteniendo firmes su cultura y tradiciones.

A Venezuela la conozco menos, hice buenas amistades y negocios con ellos, pero me encontré un panorama distinto en su gente y forma de trabajar. A mi ver, el pueblo venezolano, dueño de inmensas reservas de hidrocarburos, minerales y un clima tropical se acostumbró desde hace décadas, antes del régimen actual, a “administrar la riqueza” con poco esfuerzo. En la década de los setenta, muchos acostumbraban salir a Colombia, Aruba o Miami para comprar ropa y otros bienes más baratos, ya que la industria nacional no era eficiente. La gasolina era ridículamente subsidiada (aún lo es) y era común que trabajadores de otros países fueran a vivir al país donde los sueldos eran más altos, porque, por diversas razones, no se conseguían suficientes empleados para ocuparlos. Una clase media y alta de venezolanos y de inmigrantes de diversas latitudes crearon industrias relacionadas con el petróleo, comercio, agricultura  y minería en ciudades grandes como Caracas, Valencia, Maracaibo, etcétera. El país ha tenido sus altibajos políticos, pero, desgraciadamente, en los últimos años se ha polarizado la situación, con una catastrófica hiperinflación, escasez de todos los bienes y un éxodo masivo de venezolanos temerosos de más desorden y violencia. El país se ha aislado y su única fuente de divisas ha estado disminuyendo. Esta involución de un país tan rico es deplorable y no le veo salida fácil en la actualidad. Es muy triste y aunque no suelo hacer comparaciones como ésta, resulta obvio que el diálogo, capacitación, paz y desarrollo productivos cambian sustancialmente a los países.

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