Edgar Amador

Edgar Amador

27 Nov, 2017

La economía del castellano y la FIL

 

El castellano es el segundo idioma más importante del mundo, en términos de hablantes nativos, sólo detrás del mandarín. Y en términos de su calidad de lingua franca, el idioma ha venido ganando fuerza en las últimas décadas y quizá rivalice el segundo lugar al francés y al mandarín, sólo detrás del inglés. El castellano no tiene dueño, los hispanoparlantes no pagamos derechos de autor ni licencias para usar nuestro idioma, por lo que es una tristeza que no usemos esta poderosa herramienta como un arma económica en la economía global.

Cataluña es la sede de muchas de las empresas más importantes de medios en castellano en el mundo: el Grupo Planeta es una de las mayores empresas editoriales del globo. Separarse de España no tiene sentido económico para ellos: ellos venden castellano, y son de los mejores haciéndolo. ¿Por qué renunciar a la nación que les ha regalado su vivir? Si las empresas de medios catalanes se dedicaran a transmitir, publicar y propalar el catalán, perderían más del 95% de su mercado.

El español es un mercado común: mucho más grande que el de la Unión Europea (UE), donde los consumidores no pagamos una tarifa invisible, pero altísima: la traducción. Los consumidores europeos tienen que pagar el arancel de la traducción si quieren escuchar la música sueca o la chanson française; los italianos no pueden vender sus libros en Polonia; los eslavos tienen que traducir sus programas de televisión si quieren ser vistos en Dinamarca. Y el arancel de la traducción es caro.

Un ingeniero de primer nivel en España tiene muchos problemas para trabajar en Alemania si no sabe inglés. Y lo mismo vale si queremos trabajar como editor de una revista de modas en China.

Hace 500 años, las carabelas y bergantines españoles comenzaron, a sangre y fuego, y evangelizando, a construir un gigantesco espacio donde no debemos pagar arancel alguno para consumir los bienes y servicios producidos en el mismo: el mercado común del castellano.

La novela que un joven de un lejano rincón de Bolivia sea capaz de pergeñar puede convertirse en un éxito de ventas en el enorme mercado del castellano, sin que tengamos que pagar el arancel de la traducción. Las telenovelas mexicanas y las películas de la Época de Oro de su cinematografía siguen ganando mercado; la Liga Española de futbol se ha convertido en el referente en el mundo y en el mercado del castellano, es vista y seguida por millones sin ninguna dificultad para su entendimiento; la música caribeña y el tango; el vallenato y el hip hop latino; tienen un dilatado mercado donde no se requiere cubrir el arduo arancel de la traducción.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), que inició el fin de semana pasado, es una muestra festiva y contundente de la potencia del castellano. Desde hace algunos años establecida como la segunda mayor feria editorial del mundo (detrás de Fráncfort), la FIL se diferencia de su competencia teutona por residir en un solo idioma: la lengua de Castilla, y en la capacidad de consumidores de al menos dos continentes para intercambiar libros e impresos producidos en cualquier lugar de ese espacio sin tapujos.

Es una pena que muchos de los libros más vendidos en la FIL sean traducciones de éxitos editoriales anglófilos o francófilos. El castellano tiene la capacidad de producir libros e impresos que puedan venderse en nuestro espacio lingüístico y geográfico común sin problema alguno y con esa fuerza abrirse al mercado del inglés y del francés.

La escala del mercado común castellano sobrepasa la masa crítica, somos millones de consumidores capaces de sostener una industria de espectáculos y entretenimiento, cultural y cinematográfica, musical y literaria común. Las empresas oriundas del espacio del castellano han desaprovechado por décadas el potencial del idioma que compartimos.

Rubén Darío fue, digamos, la primera trasnacional literaria que tuvimos: abreviando en el modernismo francés, sacudió las anquilosadas estructuras de la poesía en castellano y nos dotó de recursos inéditos que aún hoy usan quienes escriben poesía en castellano. Su influencia fue avasalladora en el espacio del castellano, y transformó el mercado literario de nuestro idioma antes de que el cine mexicano y la música caribeña hicieran lo propio.

La FIL y su tremendo éxito han mostrado cómo una empresa común puede utilizar ese enorme recurso, nuestro idioma, para crear un mercado común para convertirlo en líderes globales. Más ejemplos deberían de existir, las empresas basadas en nuestro idioma no pueden seguir ignorando el enorme potencial del castellano, el idioma en el que hablamos y soñamos, y consumimos.

 

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