Edgar Amador

Edgar Amador

5 Dic, 2017

Invertir en ciudades bonitas

 

No hay mejor inversión que construir una ciudad bonita. En el largo plazo es la mejor inversión posible para un país. Vean lo que está ocurriendo con el Brexit, ese suicidio colectivo que se han producido a sí mismos los ingleses. La principal industria de Londres, la bancaria, está huyendo ante la salida del Reino Unido de Europa, y las grandes ciudades europeas están disputando los despojos. Fráncfort, París y Ámsterdam están surgiendo como las ganadoras del Brexit, ofreciendo, sobre todo, el atractivo de sus ciudades.

Los mexicanos sabíamos hacer ciudades bellas: nuestra capital, pero también Guadalajara, Guanajuato, la hermosa Querétaro, San Miguel de Allende, Puebla, Xalapa, la lindísima Oaxaca, San Luis Potosí, Durango y muchas otras. Pero algo ocurrió tras el despegue de la industrialización del país y el fin del México rural: No fuimos capaces de crear ciudades nuevas con la belleza que caracterizaba a las centenarias urbes del país, y en muchas ocasiones, la migración deformó los cascos antiguos y produjo urbes atrofiadas.

Hasta mediados del siglo pasado, la ubicación de una ciudad estaba ligada a dos factores: La cercanía a los recursos naturales y su ubicación territorial estratégica.

La dotación de minerales, la producción de alimentos, su carácter de puerto o boca de río y el ser un descanso en el largo camino condicionaban el éxito o fracaso de un asentamiento humano.

Pero la segunda mitad del siglo pasado mostró cómo una ciudad puede crecer con base en el talento de sus habitantes. Silicon Valley es desde hace cincuenta años el motor económico del planeta, allí se han incubado las nuevas tecnologías que han modificado el mapa económico global y han mudado el eje del desarrollo hacia el Pacífico.

Las grandes ciudades no han podido responder bien al desafío planteado por Silicon Valley. Desarrolladas muchas de ellas como centros industriales, las metrópolis tradicionales no han podido adaptarse a la competencia ofrecida por las nuevas tecnologías, donde lo determinante no son los recursos naturales ni la importancia estratégica de su territorio, sino la capacidad de atraer talento.

Las ciudades bonitas atraen al mejor talento: todos quieren vivir en París, Londres, Nueva York y San Francisco. El talento llama al talento y al talento le gustan las ciudades bonitas. Londres ha sobrevivido, ya hasta el Brexit, florecido en el mundo de las nuevas tecnologías, atrayendo talento con sus ventajas al sector bancario, pero las otrora grandes urbes inglesas: Liverpool, Manchester y muchas otras llevan décadas en decadencia, incapaces de atraer migrantes y capitales. Lo mismo ocurre en Francia, donde la bella dama, París, es la única excepción a un panorama de deterioro que ha fermentado el crecimiento de movimientos aldeanos y aislacionistas.

San Francisco, en el corazón de Silicon Valley, y Nueva York, la ciudad de ciudades, parecen ser inmunes a esta tendencia por una sencilla razón: Éstas son las que disparan la tendencia, pero metrópolis antes orgullosas y prósperas, como Detroit y Pittsburgh, flaquean y basculan sus pasos desde hace lustros.

No basta en invertir en parques industriales en Guadalajara para atraer a empresas electrónicas: La Feria Internacional del Libro, el clima y el encanto tapatíos han hecho tanto por el crecimiento de esa ciudad, como la inversión en plantas de microelectrónica las últimas tres décadas. El talento, que es lo que propulsa a las nuevas tecnologías, es atraído por las ciudades bonitas: En donde se pueda vivir, pasear, convivir y florecer. En donde los bosques urbanos florezcan, las vialidades sean racionales y equilibradas con el transporte público, y en donde existan atractivos para el tiempo libre y la recreación.

China lo sabe bien, y por ello florece. Fíjense lo que ha hecho en los últimos años: no ha invertido en fábricas, ha fabricado ciudades enteras. La mayor migración rural-urbana en la historia de la humanidad ha ocurrido en nuestros días, los últimos cuarenta años en China, donde cientos de millones de personas han dejado el campo y se han mudado a trabajar a nuevas ciudades que han sido levantadas de la nada. Las ciudades serán una ventaja competitiva crucial en las siguientes décadas: construir urbes que compitan no por su capacidad manufacturera, sino por las ganas que den de vivir en ellas.

 

 

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