Cohn se va, Trump pone aranceles y México firma TTP

Si se aprueban las tarifas, la reacción del resto del mundo podría ser: uno, litigar ante la Organización Mundial de Comercio; dos, imponer aranceles paralelos para proteger a sus industrias de acero y aluminio; o tres, anunciar medidas de salvaguardia para reequilibrar las posiciones comerciales, con cargas tributarias sobre una lista provisional de productos.
Economía -
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Cohn se va, Trump pone aranceles y México firma TTP

 

CIUDAD DE MÉXICO.- El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es un tipo en todo incongruente, y a la hora de hablar de asuntos comerciales es cuando su locura alcanza las mayores cotas. Por un lado, quiere que las empresas estadunidenses regresen a su territorio, que fabriquen y generen empleos allí. Pero al mismo tiempo, pone aranceles a insumos básicos como el aluminio y el acero que encarece los costos de producción, daña la competitividad estadunidense y dificulta la contratación de trabajadores. ¿Cómo quiere así convencer a GM y Ford de fabricar sus autos allá? Por supuesto, el recorte de impuestos fue un regalo grandioso para las grandes corporaciones. Pero ahora queda ensombrecido por la amenaza de los aranceles, cuyos impactos negativos sobre la inflación, el consumo, la inversión, el empleo y el crecimiento se desconocen hasta que no se sepa hasta dónde llegará esta escalada de tensiones comerciales.

De momento, la primera colisión directa fue la salida del asesor económico de la Casa Blanca, Gary Cohn, quien fuera un impulsor a ultranza del plan de recorte de impuestos. Él, como promotor del librecambio y de la globalización, era un contrapeso importante a la línea dura de la Casa Blanca. Desde sus días en Goldman Sachs, Cohn ha sido un experto en la gestión de riesgos, algo fundamental cuando en la Oficina Oval despacha un presidente incendiario. Y en el Congreso, el bando republicano confiaba en su capacidad de persuasión para controlar los desmanes y salidas de tono del Presidente, a quien se llegó a enfrentar tras el apoyo que Trump dio a los supremacistas blancos en la violenta marcha de Charlottesville.

Ahora, sin él, la gestión de Trump queda en manos de un puñado de furibundos halcones proteccionistas, antiglobalización y antiinmigración.  Entre ellos está su secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien elaboró el estudio que advertía sobre los riesgos a la “seguridad nacional” por la fuerte penetración de las importaciones de acero y aluminio; y su asesor en temas comerciales, Peter Navarro, quien ayer insistió que todo el equipo apoya los aranceles sobre el acero y el aluminio, y desdeñó su impacto sobre el crecimiento, que seguirá pujante gracias al recorte de impuestos, la desregulación de la industria, la explotación de los recursos de la energía y, ahora, unos términos comerciales más justos que no extraigan la riqueza y el empleo estadunidense fuera de sus fronteras. El déficit en bienes de Estados Unidos en 2017 fue de casi 800,000 millones de dólares (mdd) siendo los más abultados el registrado contra China, que con 375,00 mdd representa casi la mitad del total, seguido de México (71,100),  Japón (68,800 mdd) y Alemania (64,300 mdd).

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ARANCELES SÍ VAN

Por tanto, todo parece indicar que Trump pretende aprobar la medida. El arancel no precisa de la luz verde del Congreso: por tratarse de un asunto de “seguridad nacional”, basta con una orden ejecutiva firmada por Trump. Cohn, en su esfuerzo por revertir la medida, había organizado para hoy una reunión de los directores de las grandes empresas industriales que utilizan el acero y el aluminio con Trump, reunión que se arruinó con su intempestiva salida.

En caso de que Trump llegara a firmar la orden ejecutiva hoy, faltaría por ver si sería excluido algún país con el fin de evitar una guerra comercial a gran escala: México y Canadá, al menos, mientras se termina de renegociar el TLCAN, y quizás algún otro aliado que no suponen una amenaza para la “seguridad nacional”. También podría salvarse algún sector, como el petrolero.

Una vez firmada, y en función de los términos, la reacción del resto del mundo se concentraría en tres posibles respuestas: uno, litigar ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), lo cual es un proceso lento y burocrático; dos, imponer aranceles paralelos para proteger, en particular, la industria del acero y el aluminio; o tres, anunciar medidas de salvaguardia para reequilibrar las posiciones comerciales imponiendo aranceles sobre una lista provisional de productos. Esta última decisión sería la que abriría una “guerra comercial”, dado que Estados Unidos podría responder estableciendo impuestos a otra lista de productos. Hasta ahora sólo la Unión Europea ha respondido con cierta agresividad: contraatacaría cargando aranceles contra algunas marcas icónicas de Estados Unidos como los Levi’s, las Harley-Davidson, o el Bourbon.

China se ha mostrado hasta ahora cauto. El arancel sobre el acero y el aluminio apenas le hace cosquillas, y mejor no mover más las cosas. Hasta ahora sólo ha estudiado la posibilidad de restringir los envíos estadunidenses de soya y de sorgo, lo que pegaría a algunos estados agrícolas que apoyaron a Trump. Lo malo es que Estados Unidos está haciendo una investigación para atacar a China de manera frontal: su argumento es que la industria de ese país está supuestamente cometiendo un robo a la propiedad intelectual, por lo que propone aranceles sobre productos electrónicos, juguetes y textiles. Las exportaciones totales chinas de acero y aluminio a todo el mundo apenas llega al 0.5% de su PIB, y un porcentaje muy pequeño de ese total iría a Estados Unidos. En contraste, y según datos del Departamento de Comercio, 52% de las compras totales de Estados Unidos a China fueron maquinaria y electrónica, en tanto los misceláneos como muebles, juguetes, ropa y zapatos significaron 30% de las compras totales a China. Y eso serían palabras mayores. Además, la Casa Blanca también pretende imponer restricciones a las inversiones chinas en Estados Unidos. El poder de China es brutal, y aquí sí puede contraatacar no sólo recortando las adquisiciones de productos estadunidenses (comprar a Airbus en vez de a Boeing), sino incrementando los impuestos a las grandes corporaciones que operan en China, como Apple, o sometiéndolos a casos de monopolio. 

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SOCIOS COMERCIALES

En Canadá y México tampoco ha habido muchos movimientos, y eso que ellos sí tendrían un impacto severo con el arancel. Lo que pasa que ellos podrían quedar exentos del impuesto en el marco de un nuevo TLCAN, ése que actualmente están renegociando.  El problema es que la propuesta del arancel impone una nueva restricción en las negociaciones: si quieres que te exente, dice ahora Trump, entonces ablanda tu postura en los rubros más espinosos, y concédeme el TLCAN que quiero y puedo vender mejor a mi electorado.

El esperpento máximo es que, mientras en la Casa Blanca Trump se muestra intransigente con el tema de los aranceles a los metales, y se remanga con la pluma en mano para firmar la orden ejecutiva (podría ser este jueves mismo), al mismo tiempo su administración afirma que quiere renegociar su regreso al Acuerdo Transpacífico (TTP), ése que tanto criticó durante la campaña y del que salió tan pronto asumió la Presidencia. Con esa actitud, y con lo difícil que es trabajar con él, no será un regreso fácil: ni Japón ni otros países están interesados en la renegociación, y en caso de que se aceptara su petición, Trump tendría que aceptar el Acuerdo tal y como está, ese Acuerdo que precisamente hoy se firmará en Santiago de Chile con once países. De modo que mientras en Washington Trump propina latigazos proteccionistas y dicen estar listos para las consecuencias, en Santiago, el país anfitrión Chile, junto con otros países como Japón, Perú, Australia, Malasia, Nueva Zelanda y, cómo no, México y Canadá, se darán un abrazo de cooperación.

*Director de llamadinero.com
y profesorde la Facultad de
Economía de la UNAM.

 

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