Hay días que lo cambian a uno, aunque no quiera

CIUDAD DE MÉXICO.- Hay días de los que uno no se acuerda, les dicen rutina. Despiertas, te bañas, después desayunas y te vas al trabajo, más tarde te duermes y el día siguiente es casi una calca. Se repiten como si se tratará de una sucesión interminable.

Con el tiempo, esos momentos se pueden convertir en un gran recuerdo o en algo irrelevante, no tengo idea de si es uno, o las circunstancias las que convierten a las épocas en algo digno de la memoria.

También existen los otros días. Unos que comienzan como cualquier otro y de pronto se convierten en cosas que uno jamás olvida. En el mejor de los casos son memorias gratas. Pero también existen esos días, esos que cuando uno los piensa se termina con un sentimiento distinto, con un suspiro hondo. Esos que causan un nudo en la garganta, que uno quisiera jamás haber vivido.

Hay días que lo cambian a uno, aunque no quiera.

Parece broma, ¿cuál es la posibilidad de que un terremoto ocurra el mismo día, justo en el aniversario de otra tragedia?

Los mexicanos parecemos nacer con un pensamiento mágico. Viene desde la cuna, queremos encontrar lo inexplicable en todo. Nos enseñan el mito de la fundación de Tenochtitlán haciendo alusión al lábaro patrio y lo creemos ciegamente. Así somos los mexicanos y también aplicamos esas ideas al miedo.

En 1985 la ahora CDMX se llamaba Distrito Federal, el presidente de la época era Miguel de la Madrid y yo aún no nacía.

Sin embargo, los vestigios de lo ocurrido están por todos lados. Los programas de noticias, las portadas de los periódicos; los entre 3 y 6 mil muertos reportados por el Instituto Mexicano del Seguro Social.

También están las historias inspiradoras, esas como las de los 16 bebes rescatados en los hospitales General y Juárez. El tipo de historias que se repitieron en 2017 cuando desafortunadamente me tocó verlo todo.

En 2017 muchos no habíamos vivido una tragedia de esa magnitud. Parecía ajena, simple historia. Fueron 7.1 grados, pero el número no importa cuando se recuerda el instante, sin alarma nos encontramos de frente con la cruda realidad. El saldo actual ronda las 300 víctimas.

El 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 horas no sonó ninguna alarma de forma anticipada. Un movimiento sacudió a la Ciudad de México, y por supuesto a Puebla también, ya no era una remembranza a lo ocurrido en 1985.

Recuerdo que los que trabajamos en Grupo Imagen nos mirábamos atónitos en el área de seguridad mientras algunos se quedaron en la redacción obedeciendo a seguir la coyuntura inmediata.

Fue en cuestión de minutos cuando nos dimos cuenta de las proporciones de lo ocurrido. Días antes, el 7 de septembre en Oaxaca y Chiapas la tragedia había cimbrado los cimientos de distintas comunidades. 

Los días siguientes se vinieron de coberturas exhaustivas, jornadas sin descanso y un dolor en el pecho constante.

En el Metro de la CDMX imperaba el silencio. Cuando la línea se detenía en el vacío de los traslados, los pasajeros nos mirábamos atónitos, temiendo, con el celular en la mano.

Por otro lado, encontramos algo en común con el 85. La capacidad de volver a ser humanos. De ayudar a quien no conocemos, de conmovernos cuando alguien no aparece, de mirar como héroes a aquellos que venían con las palas en las manos y la cara de cansancio cuando entraban a los vagones.

2017 nos recordó que, entre nosotros, esas personas sin nombre, los desconocidos completos que un día nos pueden mirar de mal humor, hay héroes en potencia. Así somos los mexicanos.

Fotos: Reuters

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