Las limosnas son un enemigo de tu cartera y de la sociedad

De finanzas y otros demonios -
La mayoría de los actos altruistas improvisados son una salida fácil para personas bien intencionadas. Foto: Flickr de Marco CC [CC BY-NC-SA 2.0]
La mayoría de los actos altruistas improvisados son una salida fácil para personas bien intencionadas. Foto: Flickr de Marco CC [CC BY-NC-SA 2.0]

¿Tú te sientes culpable si pasas junto a un limosnero, vendedor o artista callejero sin darle unos pesos? ¿Te preguntas si la persona realmente necesita dinero, y decides darle, “por si las dudas”? No estás solo y, por ello, pedir limosna puede ser un gran negocio. Según un estimado, muchos mendigos pueden llegar a ganar entre 10,000 y 24,000 pesos al mes, y si eres franelero en una buena zona de la Ciudad de México, el ingreso puede alcanzar entre 24,000 y 30,000 pesos: más de lo que gana un profesionista con posgrado.

México es un país con mucha desigualdad y problemas sociales, así que si tú eres de clase media, quizás has sentido estrés por el síndrome del sándwich social: sientes presión desde arriba, pues eres explotado por las élites para trabajar más por menos dinero; pero también sientes presión desde abajo, pues al salir a la calle te piden dinero, y en ocasiones te lo  exigen.

Hay algunos viene-viene que me han recordado a mi progenitora por no darles propina, cosa que solamente hago cuando de verdad necesito su ayuda, por ejemplo, cuando se llevan el carrito del súper. Tampoco doy dinero a los limpiaparabrisas, ni a los tragafuegos, ni a las “marías” con dos niños en el regazo y, sobre todo, jamás doy dinero a niños, pues resultan presa fácil de explotadores. Ya sé que muchos de ustedes dirán que eso es faltar a la ética, odiar a los más desprotegidos, a la gente sin oportunidades que merece ayuda. Pero tengo mis buenas razones.

Mi razón para no dar limosnas NO es primordialmente financiera, aunque es un elemento a considerar, pues el gasto puede ser significativo. Si cada día le das 3 pesos a tres personas en la calle, en un año habrás gastado $3,285, y en diez años habrás desembolsado $32,850. Y si fuera dinero bien empleado, estaría orgullosa de haberlo gastado. Sin embargo, no hay forma de saber a qué se destinan esas monedas: ¿comida? ¿colegiaturas? ¿drogas? ¿derecho de piso para un policía corrupto? ¿un iphone? A menudo, las limosnas no se traducen en mejores condiciones de vida para quienes las reciben, porque muchos mendigos tienen adicciones o problemas mentales, o porque la dádiva no incluye habilidades para administrarla y, como ya hemos visto antes, el dinero no resuelve los problemas de dinero. Tuve un profesor que decidió “adoptar” intelectualmente a un viene-viene; “sólo la educación te sacará de donde estás”, le dijo antes de obsequiarle un libro. Mi profesor comprende que mejorar la vida de otros es mucho más complicado de lo que parece. Es fácil caer en la pobreza, pero difícil salir de ella.

Por ello, la mayoría de los actos altruistas improvisados son una salida fácil para personas bien intencionadas, pero no necesariamente bien encauzadas en el tortuoso camino de la generosidad. Un ejemplo de “mala ayuda” es el caso de los tenis Toms. La empresa tuvo un gran éxito al prometer que, por cada par de zapatos que compres, donarán otro par a un niño pobre. Sin embargo, como verán acá, la iniciativa ha provocado daño, y no ha mejorado las condiciones de vida de nadie.

Muchas organizaciones de ayuda humanitaria han modificado sus políticas, al reconocer los efectos negativos que pueden tener las acciones mal diseñadas.  Las buenas intenciones, por desgracia, no son suficientes. A la bondad hay que agregarle mucho cerebro, como este niño que desde los 6 años de edad ha ayudado a proveer de agua fresca a más de medio millón de personas. Existen dos elementos esenciales que constituyen la verdadera caridad: no solamente hay que proveer recursos, sino también dedicar tiempo para planear su óptima utilización.

Para pasear por la calle con la conciencia tranquila no es suficiente dar monedas, o pensar que no servirán para nada y no darlas. Lo ideal es tomar el tiempo para leer acerca de cómo y por qué ayudar, y elegir un camino de acción (da clic aquí para ver el libro que te recomiendo). Una vez que determines cuánto puedes donar de tu tiempo, dinero o en especie, busca a organizaciones verdaderamente benéficas, o localiza áreas de necesidad en tu localidad  en las que puedas intervenir directamente. Entonces sí, nadie en la calle podrá manipularte para dar un dinero sobre cuyo uso no tienes ningún control.

Tener una política general de no dar limosnas no significa que no existan excepciones. La mía era un señor cojo que vendía dulces en el semáforo. Le compraba y le daba propinas porque al platicar con él me di cuenta de que tenía verdadera necesidad. Era alegre, esforzado y tenía proyectos. Un día me platicó que esa sería su última semana en el semáforo, porque había conseguido la oportunidad de trabajar un taxi adaptado a su discapacidad. Aproveché para comprarle más paletas que de costumbre, pero no lo hice por lástima o culpa, sino por simpatía. 

*DR

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.
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