¿Qué es la obsolescencia programada y cómo afecta a tu cartera?

De finanzas y otros demonios -
En Livermore, California, hay un foco que lleva más de 100 años encendido, sin fundirse. Inclusive tiene su propio sitio web y un documental. Foto: Flickr de Kenny Louie [CC BY-NC-SA 2.0]
En Livermore, California, hay un foco que lleva más de 100 años encendido, sin fundirse. Inclusive tiene su propio sitio web y un documental. Foto: Flickr de Kenny Louie [CC BY-NC-SA 2.0]

Con el precipitado avance de la tecnología, podemos encontrar muchísimos ejemplos de cosas obsoletas, ya sea porque no están de “moda”, o porque han dejado de funcionar.

Un ejemplo de obsolescencia percibida lo podemos encontrar en el mundo de la moda. La mayoría hemos comprado prendas o accesorios del momento, para darnos cuenta unos meses o días más tarde de que ya no los usamos porque nos hacen ver anticuados o, repentinamente, nos parecen ridículos. Es el caso de un par de aretes de plástico con forma de bigote, que no me he puesto un solo día porque, seamos sinceros, son horribles.

El caso de la obsolescencia programada es más siniestro. En Livermore, California, hay un foco que lleva más de 100 años encendido, sin fundirse. Inclusive tiene su propio sitio web y un documental (The light bulb conspiracy, 2010) que trata sobre la obsolescencia programada.

Desde los años 30 las empresas se encontraron con un problema fundamental: si sus productos duraban demasiado tiempo, como en el caso del foco centenario, las ventas se reducirían porque la gente no tendría que volver a comprarles. Pero si el producto duraba muy poco tiempo, el cliente dejaría de confiar en la marca y compraría el producto de la competencia. Desde entonces y hasta la fecha, los diseñadores de productos han buscado el equilibrio entre estos dos puntos. Sin embargo, este equilibrio no es estático. Con el tiempo, nuestra expectativa de duración de un producto sigue bajando.

Ya nadie espera que un estéreo dure 30 años y, cuando se descompone, suele ser más caro repararlo que comprar uno nuevo.  Pero no por ello dejamos de considerar que el estéreo era de “buena marca”. Tengo en mi casa una amplia colección de ratones, cámaras, cables, y celulares que he comprado en un lapso de tres años y que ya no funcionan, no por mal uso, o por desgaste de los materiales, sino porque fueron hechos para fallar.

Mira a tu alrededor: la cocina de MDF cuyas cubiertas de plástico se botan con la humedad, la sala de bajo precio que truena cuando te sientas, el escritorio armable cuyas orillas se desgastaron desde el primer día, la computadora donde lees esto, y que ya empezó a fallar, el celular que te duró un año, las sábanas que se rasgaron al mes: todos representan agujeros constantes en tu presupuesto y tu cartera.

Nuestros abuelos trabajaron duro toda su vida y dejaron tras de sí casas bien construidas, con pisos y bardas de piedra, y muebles de madera maciza; ellos aprendieron a reparar sus autos y su casa, a hacer y remendar su ropa, y sobre ese patrimonio firme construyeron su vida.

¿Nosotros vamos a construirla sobre muebles baratos de madera comprimida y electrónicos brillantes que duran un año? ¿Habrá estrategia financiera que pueda contra una avalancha de productos nacidos para estropearse o para pasar de moda? Y aunque sí podamos pagarlo, y al mismo tiempo jubilarnos antes de cumplir noventa años, ¿no hay ya demasiada basura? ¿No estamos consumiendo el futuro de las siguientes generaciones, con este constante comprar y desechar? ¿Cuándo lograremos escapar de la esclavitud financiera si todos los bienes que necesitamos deben ser reemplazados en poco tiempo?

En el siguiente artículo, veremos algunas estrategias para seguir siendo libre a pesar de la corta duración de los productos.

*DR

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.
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