Automóvil: costos y realidad

Espacio Urbano -
En promedio, se pierde una semana laboral al mes en traslados a Santa Fe. Foto: Excélsior
En promedio, se pierde una semana laboral al mes en traslados a Santa Fe. Foto: Excélsior

En la entrada anterior con la que inauguré este blog, propuse un ejercicio sencillo de reflexión para repensar las ciudades que queremos. Al momento de imaginar esta ciudad ideal, ¿cuánto espacio dedicaste para las y los peatones y cuánto para los automóviles? A propósito de este ejercicio, me sorprendió gratamente el anuncio del pasado martes 16 de diciembre del cierre de dos de cuatro carriles de la avenida 20 de noviembre – entre el Zócalo de la Ciudad de México e Izazaga – que fueron convertidos en espacios peatonales, con sillas, mesas y sombrillas para descansar o reunirse.

Como promotor de la (verdadera) recuperación del espacio público, aplaudí este programa piloto que se pondrá a prueba durante tres meses; y pienso que, dados los resultados en el primer cuadro de otras grandes ciudades, es muy probable que esta iniciativa tenga saldos económicos y sociales positivos, tema sobre el que discutiré en mi próxima entrada a profundidad. Sin embargo, una revisión rápida de las reacciones a la noticia por parte de usuarios en redes sociales me mostró que tenemos un largo camino por recorrer respecto a la recuperación de los espacios públicos, comenzando por el cambio de paradigma respecto al automóvil como símbolo de estatus y prestigio.

Dejemos a un lado esta idea del automóvil como muestra del éxito personal y profesional, y pensemos de forma pragmática en los costos de tener un automóvil en una ciudad grande como la Ciudad de México: el precio de la gasolina, que sigue en aumento por el retiro del subsidio; las cuotas de estacionamiento, el mantenimiento en forma regular, la verificación vehicular, los parquímetros… y esto sin incluir los costos indirectos – tanto económicos, como sociales, psicológicos y ambientales – por las horas gastadas en estancamientos vehiculares.

Incluso, la Ciudad de México puede vanagloriarse de ser la ciudad que tiene el peor trayecto casa-trabajo-casa de todo el mundo, de acuerdo al Banco Mundial. En el trayecto a la zona de (ese infierno vial que llamamos) Santa Fe, en promedio, se pierden dos horas de ida y dos de vuelta solamente en traslados, lo que representa una semana laboral perdida al mes, de acuerdo a la ONG mexicana CTSEMBARQ.

Quizá en las ciudades medianas, muchos de estos costos no sean tan grandes como en la Ciudad de México – considerando, por ejemplo, las diferencias en los tiempos de traslado o que los estacionamientos públicos son incluso gratuitos en ciudades como Mérida o Culiacán – pero en casi todas las ciudades la realidad es innegable: tener un automóvil es cada vez más costoso, incluso tanto como tener un integrante más en la familia.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Para empezar, comencemos por el uso racional del automóvil (¿cuántas veces no has usado el automóvil para ir a la tienda de conveniencia o abarrotes a unos metros de tu casa?), el uso más intensivo del transporte público, la petición a las empresas de ofrecer transporte colectivo a sus colaboradores, y la incorporación de alternativas de transporte no motorizado en nuestros traslados diarios. Además, debemos empezar a poner atención a las y los candidatos que incorporen la movilidad urbana como prioridad en su agenda y propuestas, especialmente ahora que está por comenzar un proceso electoral enfocado en lo local.

Pero, sobre todo, recordar que, más allá de esta (absurda) idea del automóvil como símbolo de estatus y prestigio, éste representa un alto y creciente costo directo en el bolsillo de las familias mexicanas; y un más alto costo indirecto con serias implicaciones económicas, sociales, ambientales y de salud.

*gl

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.
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