CaliBaja, ¿el futuro de las ciudades fronterizas?

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Cuando pensamos en Tijuana, tanto mexicanos como estadounidenses lejos de la zona tenemos un prejuicio y una imagen mental considerablemente mala. Foto: Cuartoscuro
Cuando pensamos en Tijuana, tanto mexicanos como estadounidenses lejos de la zona tenemos un prejuicio y una imagen mental considerablemente mala. Foto: Cuartoscuro

Las noticias económicas internacionales están llenas de acrónimos y nombres que invaden nuestras noticias, gracias a la euforia de analistas económicos y políticos, como BRICS, MIST o MIKTA. Pero hay uno en especial que está tomando una nueva relevancia debido a que denomina a una región peculiar: CaliBaja, que se forma por la unión de las palabras “California” y “Baja California”, y se refiere a la región formada por los condados de San Diego y los municipios de la zona metropolitana de Tijuana.

Pero, ¿cuál es su origen? En 2013, el exalcalde de San Diego, Bob Filner, sorprendió a las y los alcaldes de las 35 ciudades más importantes de Estados Unidos al plantear una posible candidatura olímpica conjunta con Tijuana para ser sede de los Juegos Olímpicos de Verano de 2024. Sin embargo, la viabilidad de esta candidatura fue rechazada por el Comité Olímpico Internacional debido a que está prohibido que dos países sean simultáneamente anfitriones de las Olimpiadas – a diferencia de las reglas de la FIFA para ser anfitrión de la Copa Mundial de fútbol.

A pesar del fracaso, la noticia fue el indicio de que los gobiernos locales de estas ciudades fronterizas habían iniciado ya un proceso de diálogo y cooperación política, económica y social, a fin de desarrollar una mega región en una zona fronteriza que, a pesar de la creciente tensión del gobierno federal de Estados Unidos ante la inmigración, tiene un potencial económico considerablemente alto: si los 6 estados fronterizos mexicanos y los 4 estadounidenses fueran un país por sí solos, serían la cuarta economía más grande del mundo, con flujos de 1 millón de personas documentadas que cruzan en ambos sentidos de la frontera diariamente y 100,000 millones de dólares anuales de comercio. Sólo la región de Tijuana-San Diego tiene 5 millones de habitantes y un intercambio comercial por más de 6,000 millones de dólares al año.

Cuando pensamos en Tijuana, tanto mexicanos como estadounidenses lejos de la zona tenemos un prejuicio y una imagen mental considerablemente mala: bares, drogas, prostitución y los Zonkeys o burros cebra en Av. Revolución. Pero la nueva realidad económica de Tijuana es muy diferente, con una zona metropolitana pujante que comienza a tener un auge en servicios médicos, tecnológicos y de manufacturas de mayor valor agregado; además de ser la zona metropolitana con menor incidencia de pobreza a nivel nacional: 7 % de la población, y menos de 1 % en pobreza alimentaria, de acuerdo con ONU-Hábitat.

A pesar de que aún son dos ciudades separadas y no forman una región metropolitana transfronteriza propiamente, como muestra Alegría en este artículo, la interacción económica y social entre estas ciudades es hoy más grande que nunca en el cruce transfronterizo más grande del mundo –30 millones de personas por año–, con una mayoría de cruces dominados por locales: 73% de los cruces diarios los hacen automóviles o autobuses de pasajeros, y sólo 17% es de camiones de carga, de acuerdo a un informe del Senado mexicano.

Se suma a esta interacción el numeroso desarrollo de proyectos conjuntos entre Tijuana y San Diego: la ampliación de la garita de San Ysidro, el nuevo cruce fronterizo en la zona de Mesa de Otay, el puente en construcción que conectará San Diego con el aeropuerto de Tijuana y quintuplicará el número de pasajeros de la región, ante un aeropuerto de San Diego saturado de operaciones; y un gran número de proyectos de inversión extranjera y local en ambos lados de la frontera, promovidos por una iniciativa binacional.

A este contexto se suma la insólita voluntad política de los alcaldes actuales de ambas ciudades, Kevin Faulconer (Partido Republicano) y Jorge Astiazarán (PRI), que comenzó con el esfuerzo del exalcalde Bob Filner. Ambos países firmaron en noviembre pasado un memorándum de entendimiento en el marco del acuerdo de ciudades hermanas –el primero desde la firma del TLCAN– donde, debido a los grandes flujos y proyectos entre ambas ciudades, era necesario tener reuniones bianuales de alto nivel. Esto quiere decir que, dos veces al año, los ayuntamientos de ambos alcaldes se sentarán a discutir los proyectos actuales y cómo lograr una mayor integración de las dos ciudades; algo inusual para los gobiernos locales de ambos países, ya que estas reuniones usualmente son a nivel federal. La semana pasada se realizó la primera reunión, con un foro de gobiernos locales transfronterizo y una agenda política y económica conjunta que no tiene precedentes.

El mismo alcalde Faulconer repite de manera constante una frase que era impensable hace pocos años: “No somos dos ciudades, somos una región”. En menos de un año de gobierno, ha visitado Tijuana en 10 ocasiones, mostrando una postura radicalmente opuesta a la de los integrantes tradicionales del Partido Republicano, usualmente conservador y con posturas usualmente agresivas hacia la inmigración. Pero, como dice el mismo Faulconer, su discurso es diferente porque es el de alguien que ve y vive todos los días la frontera.

CaliBaja es un ejemplo de los logros de la diplomacia urbana, donde los gobiernos locales de las ciudades comienzan directamente un diálogo que lleva a mejores condiciones económicas, políticas y sociales; y se vuelve especialmente importante cuando son dos ciudades transfronterizas, que se suelen caracterizar por relaciones tensas y fuertemente influenciadas por las agendas federales. Sin duda, la cooperación entre Tijuana y San Diego puede establecer nuevos esquemas de cooperación entre México y Estados Unidos en los próximos años.

*gl

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.
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