Dos claves para que los sistemas de bicicletas compartidas tengan éxito

La experiencia es muy sencilla: después de la breve contratación –sea por unos días si eres visitante de la ciudad, o con una membresía anual si eres habitante– llegas a una estación, pasas tu tarjeta por un lector y una bicicleta te es asignada. Una vez retirada de su estacionamiento, puedes utilizarla y dejarla en otra estación cercana a tu destino, en alguno de los lugares libres para su estacionamiento. Es todo. No debes preocuparte por dónde dejarás tu bicicleta, ni por su mantenimiento o seguridad. Así funcionan usualmente los sistemas de bicicletas compartidas.

Si algo queda claro es que estos sistemas aportan múltiples beneficios a los habitantes de las ciudades donde son implementados: reducen la congestión vehicular y mejoran la calidad del aire, al reemplazar a los automóviles como alternativa de desplazamiento en viajes cortos; aumentan el alcance del tránsito la accesibilidad física a ciertos sitios y zonas; proveen mayor oferta de transporte público, atraen a nuevos ciclistas y mejoran la salud de sus usuarios. Sin embargo, hay algo que pasa desapercibido, y es la mejora en la imagen y en la marca de las ciudades gracias a estos sistemas.

Hace unas semanas escribí en este blog sobre la revolución parisina que Anne Hidalgo está impulsando, pero poco hablé sobre su antecesor, el exalcalde Bertrand Delanoë, quien comenzó el proceso de transformación de París en una ciudad mucho más sustentable y verde. A fin de reducir las emisiones de carbono, su gobierno construyó 271 kilómetros de ciclocarriles; pero éstos no eran utilizados como se esperaba. El diagnóstico concluyó que faltaban estacionamientos para bicicletas, dado el espacio reducido de los departamentos parisinos y la escasa seguridad que sentían los habitantes de la ciudad de dejar su bicicleta estacionada en la calle. Entonces, el gobierno decidió implementar un sistema de bicicletas compartidas, que solucionó el problema del estacionamiento y aumentó el número de ciclistas en la ciudad. Dicho sistema es Vélib’, uno de los sistemas de bicicletas compartidas más exitosos del mundo, que cuenta con una bicicleta por cada 97 habitantes, y una de las principales joyas de la corona de las políticas de movilidad urbana sustentable en la ciudad.

Hoy en día a nivel mundial, más de 600 ciudades cuentan con un sistema de bicicletas compartidas, donde China tiene el primer lugar en número de ciudades y de bicicletas compartidas. Sin embargo, el origen de los sistemas de bicicletas compartidas se remonta a Ámsterdam en 1965, donde el edil Schimmelpennink lo propuso como una manera de reducir el tránsito de automóviles en el centro de la ciudad; y, aunque no consiguió implementar su idea original de un sistema de 20,000 bicicletas gratuitas, distribuyó 50 bicicletas pintadas de blanco para su libre uso alrededor de la ciudad. Hoy en día, Ámsterdam es conocida por su intensa actividad ciclista donde los estacionamientos para bicicletas ya no son suficientes para la demanda de la ciudad.

Hace unos días, a fin de desmentir las declaraciones del jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, sobre el lugar que ocupa Ecobici a nivel mundial, Animal Político publicó una serie de estadísticas que reflejan el dominio de China en los sistemas de bicicletas compartidas. 22 de las primeras 23 ciudades en el ranking de ciudades globales con mayor número de bicicletas compartidas son chinas, encabezadas por Hangzhou con 66,500 bicicletas, donde la excepción es Londres en el puesto 18. El puesto 24 lo ocupa el sistema Ecobici de la Ciudad de México, que cuenta con 6, 500 bicicletas de Ecobici para 148,000 usuarios registrados.

Sin duda, para quienes habitamos la Ciudad de México y nos desplazamos en su zona centro, Ecobici ha transformado la forma en que ocupamos la ciudad. Pero, además, ha logrado transformar la imagen de esta zona de la ciudad, donde el automóvil comienza a ser desplazado por la bicicleta como la alternativa de transporte. Sin embargo, no es la única ciudad mexicana que cuenta con un sistema de bicicletas compartidas: en Guadalajara se implementó Mi Bici a finales del año pasado, con 1, 270 bicicletas; mientras que Puebla cuenta con Smartbike, un sistema que abarca un cuadrante de 5.6 kilómetros en 99 cuadras del Centro Histórico, con 6 estaciones y 81 bicicletas. Además, León acaba de anunciar el inicio de la licitación de Bici Pública, su nuevo programa de bicicletas compartidas, que contará con 100 bicicletas inteligentes inicialmente.

Sin embargo, como ocurre en buena parte de América Latina, la penetración de estos sistemas es aún muy baja: la Ciudad de México y Sao Paulo cuentan con 2 bicicletas públicas por cada 10,000 habitantes, rebasados únicamente por Río de Janeiro, que encabeza este indicador en la región con 4 bicicletas por cada 10,000 habitantes. Adicionalmente, son pocas las ciudades latinoamericanas que cuentan con un sistema estructurado de bicicletas compartidas; y en toda la región apenas contamos con poco más de 15,400 bicicletas públicas, como muestra el gráfico que no incluye la reciente ampliación del sistema Ecobici.

Número de bicicletas públicas en principales ciudades latinoamericanas. Fuente: BID

Dos claves para un mayor éxito de estos sistemas a nivel nacional y regional, como ha ocurrido en otras ciudades del mundo, serán su integración en el sistema de transporte público local y el aumento y mejora de la infraestructura ciclista urbana: de poco sirve contar con un sistema de bicicletas compartidas si éste no representa una verdadera alternativa de desplazamiento, especialmente para viajes cortos, y si no se cuenta con la infraestructura para hacer los viajes en bicicleta seguros.

*gl