José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

20 Abr, 2018

AMLO, control de precios y estatización

No tuvimos que esperar mucho después de mi análisis de por qué no era creíble que López optara por las buenas políticas, clave del éxito del Desarrollo Estabilizador (DE), cuando el propio candidato se encargó de demostrarlo al anunciar que al ganar la Presidencia él congelaría los precios de los energéticos, sólo para contradecirse en la siguiente línea diciendo “ya no van (sic) a haber aumentos en términos reales.”

Dada la pésima preparación académica de AMLO y su incultura económica, estoy cierto que no tiene idea de qué significa “precios en términos reales,” lo que implica que se ajustan de acuerdo con la inflación con aumentos periódicos, lo opuesto a congelarlos. Esa fue una frase que coló en el discurso su asesor Gerardo Esquivel, economista apto, pero gobernícola que no cree en los mercados.

Aquí está el meollo del problema que destrozó la estabilidad económica, requisito del triunfo del DE. Al congelar el gobierno cualquier precio, las empresas productoras pierden dinero, se descapitalizan y quiebran. Si el gobierno ya es el dueño, no cierran sus puertas, pero sus crecientes pérdidas disparan el déficit fiscal.

Este sería el caso de las empresas que hoy producen energéticos, Pemex en los hidrocarburos y CFE en electricidad, que estaban en camino hacia una relativa autonomía del gobierno al volverse “empresas productivas,” pero que regresarían a un férreo control gubernamental en los planes de AMLO.

Cuando las empresas cuyos productos se sujetan a control de precios anuncian que cerrarán sus puertas por quiebra, el gobierno reacciona negando que ello suceda, pues hay que “salvar las fuentes de trabajo,” con lo que el dueño del negocio entrega las llaves al gobierno y, si bien le va, le dan alguna indemnización.

Esto es lo que pasó con la industria azucarera del país, que desde el gobierno socialista de Lázaro Cárdenas (1934-40), uno de los tres personajes de la historia a los que AMLO desea emular, empezó a ser objeto de controles de precios, subsidios, rescates financieros y todo tipo de distorsiones y vínculos indecorosos.

Con sus avatares, la industria azucarera privada sobrevivió durante el DE, cuando el secretario de Hacienda Ortiz Mena persuade al recién entrado presidente Díaz Ordaz (1964-70) de elevar el precio del azúcar, pues la industria estaba en situación precaria. Las protestas y marchas callejeras, vía favorita del chantaje de demagogos como AMLO, empujaron al presidente a anular el aumento.

Esa decisión, ratificada en los sexenios que siguieron, ya de populismo sulfurado, logró que el gobierno se quedara con casi toda la industria, pues conforme subían las pérdidas con la inflación en aumento, el boquete presupuestal se disparaba. Además, como los burócratas que dirigían la industria no la conocían y carecían de incentivos para controlar gastos y aumentar ingresos, el hoyo se volvió descomunal.

El cáncer de la estatización de la industria azucarera por la puerta trasera de congelar sus precios, hizo metástasis en la economía completa en la Docena Trágica (1970-1982), lapso que admiran AMLO y sus corifeos, y ya en el último año de López Portillo las pérdidas netas del sector paraestatal fueron de casi 18% del PIB, a pesar de los enormes ingresos de Pemex por exportaciones y precios crecientes del petróleo.

Es decir, de cada peso que producía la economía nacional casi la quinta parte era un déficit financiero de las 1,200 empresas del gobierno, desde aerolíneas, hoteles, bares y cines, hasta la producción de henequén, de (pésimas) películas y el gravoso imperio azucarero. ¿Cómo se financió tan inmenso déficit? Con deuda externa.

El teatro se desplomó cuando el precio del petróleo empezó a caer y sobrevino la quiebra del país. ¡Ese es el modelo que quieren restaurar AMLO y sus seguidores! 

 

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